Выбрать главу

—Sí —dijo Kokor—, tu tierno y amante padre, que trató de casarse con su propia hija y nos expulsó de la ciudad cuando no pudo.

—No fue así como sucedió —dijo Luet. Hushidh le tocó la mano para silenciarla.

—No lo intentes —susurró—. Kokor es mejor que tú en esto.

Nadie más oyó las palabras de Hushidh, pero cuando Luet guardó silencio todos entendieron qué le había dicho, y Kokor rió con sorna.

—Luet tiene razón. No podemos regresar a Basílica —dijo Elemak—. Al menos, no de inmediato… creo que ése fue el mensaje que quiso darnos cuando envió una escolta de soldados para asegurarse de que saliéramos de la ciudad sin peligro.

—Estoy harto de oír que ninguno de nosotros puede regresar a Basílica —intervino Mebbekew—, cuando sólo se trata de aquellos que avergonzaron a Moozh frente a todo el mundo. —Señalaba a Hushidh, Luet y Nafai.

—Cállate, Meb —dijo Elemak con afable desdén—. No quiero prolongar esta charla hasta que salga el sol. Estamos precisamente en la clase de comarca donde a los bandidos les gusta atrincherarse, y si hay algún escondrijo en una caverna cercana, seguramente nos atacarán cuando sea de día.

Luet se preguntó si Elemak había captado alguna información sobre los bandidos que el Alma Suprema estaba controlando. Tal vez Elemak sabía muy bien que esos hombres sólo eran valientes a la luz del sol, y se ocultaban durante la noche. Además, era posible que Elemak estuviera recibiendo los mensajes del Alma Suprema en forma subliminal, sin comprender de dónde procedían las ideas y pensamientos. A fin de cuentas, Elemak era un producto del programa secreto de crianza del Alma Suprema, tanto como los demás, y poco tiempo atrás había recibido un sueño. Si Elemak admitiera que él podía comunicarse con el Alma Suprema y siguiera sus planes de buena gana, todo se simplificaría. Dadas las circunstancias, ella y Hushidh habían pensado en planes para frustrar los propósitos de Elemak.

—Aunque no podemos regresar a Basílica de inmediato —continuó Elemak—, eso no significa que tengamos que reunimos con Padre sin dilación. Hay muchas otras ciudades que aceptarían una caravana de extranjeros, teniendo en cuenta que Shedemei tiene un valioso cargamento de embriones y semillas.

—No están en venta —dijo Shedemei. Su voz fue tan enfática, y su respuesta tan brusca, que todos supieron que no tenía la menor intención de discutir sobre ello.

—¿Ni siquiera para salvarnos la vida? —dijo dulcemente Elemak—. Pero no importa… de todos modos no me propongo venderlos. Sólo son valiosos acompañados por el conocimiento que Shedya lleva en la cabeza. Lo que importa es que nos dejarán entrar si saben que, lejos de ser un hato de vagabundos sin dinero recién expulsados de Basílica por el general Moozh de los gorayni, acompañamos a la famosa genetista Shedemei, quien muda su laboratorio de la turbulenta Basílica a una ciudad apacible que le garantice que podrá trabajar sin perturbaciones.

—Perfecto —dijo Vas—. No hay una sola Ciudad de la Planicie que nos niegue la entrada en esas condiciones.

—Más aún, nos ofrecerían dinero —dijo Obring.

—Querrás decir que me ofrecerían dinero —dijo Shedemei, aunque obviamente se sentía halagada.

No había pensado que su presencia otorgaría cierto prestigio a cualquier ciudad donde ella se instalara. Luet notó que las adulaciones de Elemak surtían efecto.

(Lo someterá a votación), dijo el Alma Suprema en la mente de Luet.

Eso resulta obvio, pensó Luet. ¿Pero cuál es su plan?

(Cuando Nafai se oponga a la decisión de regresar a la ciudad, será motín.)

Entonces no debe oponerse.

(Entonces mis planes podrían frustrarse.)

Pues controla el voto.

(¿Qué votos debo cambiar? ¿En quiénes creería Elemak si de pronto votaran por continuar?)

Pues impide la votación.

(No ejerzo tanta influencia en Elemak.)

¡Entonces dile a Nafai que no se oponga!

(Debe oponerse, pues de lo contrario no habrá viaje a la Tierra.)

—¡No! —exclamó Luet. Todos la miraron.

—¿No qué? —preguntó Elemak.

—No habrá votación —dijo ella.

—Vaya —dijo Elemak—. He aquí a otra amante de la libertad que deja de creer en la democracia cuando teme que la votación le sea desfavorable.

—¿Quién habló de votar? —preguntó Dol, que nunca era muy perspicaz para entender lo que sucedía.

—Yo voto por regresar a la civilización —dijo Obring—. De lo contrario seremos esclavos del matrimonio… y de Elemak.

—Pero yo no hablé de votar —dijo Elemak—. Sólo dije que debemos decidir adonde ir. Un voto podría ser interesante, pero no me someteré a él. Necesito vuestro consejo, no vuestro gobierno.

Así que ofrecieron sus elocuentes consejos, o eso intentaron.

Pero si alguien proponía un argumento que otro ya había expuesto, Elemak lo silenciaba al instante.

—Ya he oído eso. ¿Algo nuevo que añadir? En consecuencia la discusión no duró demasiado, y Elemak no tardó mucho en preguntar:

—¿Algo más?

Nadie respondió.

Elemak aguardó, miró en torno. El reflejo del sol que asomaba sobre la cima de las lejanas montañas le brillaba en los ojos y el cabello. Éste es su momento de gloria, pensó Luet. Esto es lo que había planeado: una comunidad, incluida la esposa de su padre, incluido su hermano Nafai, incluidas la vidente y la descifradora de Basílica, incluida su propia mujer, todos aguardando la decisión que cambiaría sus vidas. O les pondría fin.

—Gracias por vuestros sabios consejos —dijo gravemente Elemak—. Me parece que no tenemos que escoger entre una cosa y otra. Los que deseen regresar a la civilización pueden hacerlo, y los que deseen internarse en el desierto para cumplir con el encargo del Alma Suprema, también pueden hacerlo. Podemos considerarlo el rescate de mi padre o el comienzo de un viaje a la Tierra… por ahora eso no tiene importancia. Lo que importa es que todos pueden quedar satisfechos; iremos un trecho hacia el sur, cruzaremos las montañas y descenderemos a las Ciudades de la Planicie. Allí podremos dejar a los que no soportan vivir bajo la ruda ley del desierto, y yo podré llevar conmigo a los más fuertes.

—¡Muchas gracias! —dijo Mebbekew.

—No me importa lo que él diga de mí, mientras tenga mi libertad —dijo Kokor.

—Tontos —dijo Nafai—. ¿No veis que sólo está fingiendo ?

—¿Qué has dicho? —preguntó Elemak.

—Siempre pensó en llevarnos de vuelta a la civilización —dijo Nafai.

—No, Nafai —dijo Luet, pues sabía lo que sucedería a continuación.

—Escucha a tu mujercita, hermano —dijo Elemak, con voz engañosamente serena.

—Escucharé al Alma Suprema —dijo Nafai—. El único motivo por el cual ahora estamos vivos es que el Alma Suprema ha influido sobre una banda de salteadores para que permanezcan escondidos en su caverna, a menos de trescientos metros. El Alma Suprema puede guiarnos en el desierto, con o sin Elemak y su estúpida ley del desierto. El suyo es un juego de adolescentes… ver quién puede hacer las amenazas más atrevidas…

—No son amenazas —dijo Elemak—. Son leyes que todo viajero del desierto conoce.

—Si confiamos en el Alma Suprema, todos estaremos a salvo en este viaje. Si confiamos en Elemak, regresaremos a la Planicie y pereceremos en las guerras que se avecinan.

—Confiar en el Alma Suprema —se mofó Mebbekew—. En realidad se trata de confiar en lo que dices tú.

—Elemak sabe que el Alma Suprema es real. Él tuvo un sueño que nos llevó de vuelta a la ciudad para desposar a nuestras mujeres, ¿o no?

Elemak se echó a reír.

—Sigue parloteando, Nafai.

—Es como dijo Elemak. No es una cuestión de democracia. Es cuestión de que cada cual tome su decisión. Podemos continuar la travesía como ha dicho el Alma Suprema, realizar el viaje más grandioso en cuarenta millones de años y heredar un mundo para nosotros y nuestros hijos. O regresar a la ciudad para traicionar a nuestros cónyuges, como ya están planeando algunos. En cuanto a Luet y yo, nunca regresaremos a la ciudad.