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Conque matrimonio permanente. ¿Qué mujer podía satisfacer a un hombre vigoroso más de un par de años? Él siempre había considerado a Eiadh como una primera esposa. Habría sido magnífica en ese papel, adornando su primer hogar basilicano, dándole un primogénito, y luego ambos seguirían su camino. Elemak incluso había planeado que Rasa fuera la maestra de sus hijos, pues tenía talento para educar a los pequeños; Elemak sabía cuál era el auténtico valor de Rasa. Pero pensar que él estaría dispuesto a conservar a Eiadh cuando ella fuera gorda y vieja…

Pero en su corazón sabía que se mentía a sí mismo. Podía fingir que no quería a Eiadh para siempre, pero lo único que sentía por ella era deseo. Un deseo desbordante, posesivo, insaciable. La inconstante era Eiadh, no Elemak. Era ella quien había admirado a Nafai cuando él le hizo frente a Moozh y rechazó el consulado que le ofrecía el general. Era patético que admirase a Nyef por rechazar el poder en vez de admirar a su nuevo esposo por tenerlo y utilizarlo. Pero Eiadh era una mujer, a fin de cuentas, y también se había educado con esa reverencia mística por el Alma Suprema, y como el Alma Suprema había «elegido» a Nafai, esto lo hacía más atractivo a sus ojos.

En cuanto a Nafai… hacía meses que Elemak sabía que Nafai le había echado el ojo a Eiadh. Era uno de los motivos por los cuales Eiadh había atraído a Elemak desde el principio: al desposarla pondría a su entrometido hermanito en su sitio. Que se casara con ella después, cuando Eiadh ya hubiera tenido un par de hijos de Elemak. Así Nafai sabría qué lugar le correspondía. Pero ahora, maldición, Eiadh le había echado el ojo al chico, porque él había matado a Gaballufix. ¡Eso la atraía! Estaba enamorada de la ilusión de que Nafai era fuerte. Bien, mi querida Eiadh, mi tesoro, yo he matado antes, y no a un borracho tumbado en la calle. He matado a un bandido que atacaba mi caravana dispuesto a robar y matar. Y puedo matar de nuevo.

Puedo matar de nuevo, y Rasa ya ha aceptado la justificación. La ley del desierto, sí, eso pondrá fin a las intromisiones de Nafai. Rasa está tan segura de que su querido benjamín nunca infringiría la ley que aceptará que la pena por la desobediencia sea la muerte. Todos aceptarán. Y luego Nafai desobedecerá. Será tan simple, tan simétrico, y puedo matarlo exactamente con el mismo pretexto que Nyef usó para matar a Gaballufix… ¡que lo hago por el bien de todos!

Esa noche, cuando todos sentían en el vientre la pesadez de la cena fría, cuando la gélida brisa nocturna los obligó a buscar refugio en las tiendas, Elemak designó a Nafai para la primera guardia. Sabía que el pobre Nafai tenía muy presente quién aguardaba a Elemak dentro de su tienda. Sabía que Nafai estaba sentado bajo la helada luz de las estrellas, imaginando que Elya abrazaba el cuerpo desnudo de Eiadh, dando calor y humedad a la tienda. Sabía que Nafai oía, o creía oír, los gemidos de Eiadh. Y cuando Elemak salió de la tienda, con el olor y la transpiración del amor, sabía que Nafai regresaría con abatimiento a su propia tienda, donde el único solaz que el pobre chico encontraría sería el cuerpo escuálido de Luet la vidente. Sentía la tentación de aceptar la ley de Rasa e imponerla, pues así Nafai envejecería mirando a Eiadh y sabiendo que pertenecía a Elemak, que nunca, nunca podría hacerla suya.

2. VÍNCULOS

Nafai montaba guardia como de costumbre, conversando con el Alma Suprema.

Ahora era más fácil que al principio, cuando él e Issib prácticamente le habían obligado a hablarles. Ahora podía articular pensamientos con la mente, como si los pronunciara en voz alta, y luego, sin esfuerzo, sentir las respuestas del Alma Suprema. Le llegaban como si fueran sus propios pensamientos, de modo que a veces le costaba distinguir entre las ideas del Alma Suprema y las propias; por cierto, a menudo repetía sus preguntas, y el Alma Suprema, como era un ordenador y por tanto nunca sentía prisa, repetía las respuestas todas las veces que él deseara.

Esa noche, como estaba de guardia, primero preguntó al Alma Suprema si había algún peligro en las cercanías.

(Un coyote, siguiendo el rastro de una liebre.)

No, quise decir peligro para nosotros, dijo Nafai en silencio.

(Los mismos bandidos que te mencioné antes. Pero oyen ruidos en la noche, y tiemblan escondidos en una cueva.)

Disfrutas haciéndoles esto, ¿verdad?, preguntó Nafai.

(No, pero percibo tu deleite. Esto es lo que vosotros llamáis un juego, ¿verdad?)

Se parece más a lo que llamamos una jugarreta. O una broma.

(Y a ti te encanta ser el único que está enterado de lo que hago.)

Luet lo sabe.

(Por cierto.)

¿Algún otro peligro?

(Elemak trama tu muerte.)

¿Qué, una puñalada por la espalda?

(Se siente muy confiado. Cree que puede hacerlo de una forma abierta, con el consentimiento de todos. Incluso de tu madre.)

¿Y cómo lo hará? ¿Despacharme con su pulsador y fingir que fue un accidente? ¿Asustará a mi camello para hacerme desbarrancar?

(Su plan es más sutil. Se relaciona con las leyes matrimoniales. Hoy Rasa y Shedemei comprendieron que los matrimonios deben ser permanentes, y Rasa acaba de persuadir a Elemak.)

Bien. Eso funcionará mejor que si Luet y yo hubiéramos propuesto la idea.

(Pero fuisteis Luet y tú quienes la propusieron.)

Pero sólo nosotros y tú lo sabemos, y nadie más lo sospechará. Ellos verán que la ley es sensata. Y además, yo tenía que hacer algo para impedir que Eiadh tratara de enredarse conmigo. Me repugna que sólo me haya encontrado interesante una vez que maté a Gaballufix y me negué a ser el títere de Moozh. Creo que yo era mejor persona antes… antes que comenzara todo esto.

(Entonces eras un niño.)

Todavía soy un niño.

(Lo sé. Es uno de nuestros problemas. Peor aún, eres un niño que no es muy hábil para el engaño, Nafai.)

Ésa es tu especialidad, gracias.

(No puedes guiar a estas personas confiando en que yo plante tus ideas en sus mentes. En la travesía de Armonía a la Tierra no tendré el mismo poder que tengo aquí para llegar a sus mentes. Tendrás que aprender a hablar con ellos directamente. Enseñarles a acatar tus decisiones.)

Elya y Meb nunca acatarán mis decisiones.

(Entonces serán prescindibles.)

¿Como Gaballufix? Nunca más haré eso, Alma Suprema, te lo aseguro. Una vez maté por ti, pero nunca más, ni siquiera me hagas pensar en ello.

(Te oigo. Te comprendo.)

No, no comprendes. Nunca sentiste la sangre en tus manos. Nunca sentiste la espada empapándose de sangre, el desgarrón del cartílago entre las vértebras. No oíste sus últimos resuellos en el agujero sangrante de su garganta.

(Vi por tus ojos, sentí por tus brazos, oí por tus oídos.)

Nunca sentiste… esa terrible sensación de fatalidad. La sensación de que no hay vuelta atrás. De que él se ha ido y, aunque haya sido un hombre ruin, yo no tenía derecho a degollarlo de esa manera…

(Tenías el derecho porque yo te lo di, y yo tenía el derecho porque la humanidad me construyó para proteger a toda la especie, y la muerte de ese hombre era necesaria para la preservación de la humanidad en este mundo.)