Mi compañero nos condujo a paso vivo por el vestíbulo, llevándonos, con las indicaciones de Grace Farrington, hasta un largo pasillo salpicado de puertas. Una alfombra de elaborado dibujo oriental formaba un sendero en medio del corredor, dejando expuesto a los lados el suelo de madera. Caprichosamente situadas a lo largo de las paredes había repisas con jarrones de cerámica o piezas de escultura, además de varias librerías muy altas.
– Ya podemos empezar-dijo Sherlock Holmes cuando nos acercamos a la mitad del pasillo. La señora Farrington llamó mi atención sobre algo inusual que tuvo lugar aquí la semana pasada.
– La verdad, señor Holmes, no me esperaba esto -dijo Grace Farrington, obviamente incómoda-. Pensé que sería una investigación lo más discreta posible.
– Discúlpeme, mi querida señora. Ese era mi deseo, pero ahora la situación exige algo más.
La aguda y temblorosa voz de lady Penèlope se oyó a continuación.
– ¿De qué hablan, Jeremy? No se me ha contado nada.
– No había nada que contar -fue la irritada réplica de Wollcott-. Nada importante. Grace tuvo un mal sueño. Creía que ya estaba aclarado, pero ahora veo que no había dejado de pensaren ello, francamente, Grace, ¡traer a un extraño por algo tan trivial!
– Cuidado con lo que dice, señor -retrucó James Farrington-. Mi mujer nunca haría nada que no considerase necesario.
– ¡Pero aquí no sucedió nada extraordinario! ¡Véanlo ustedes mismos!
Diciendo esto, Jeremy abrió la puerta de la habitación.
La gran habitación que quedaba al descubierto era tal y como la había descrito aquella mañana Grace Farrington: espaciosa, bien decorada con mesas y sillas y aparadores, con una alfombra oriental en el suelo y flores en jarras de cristal. Era una habitación acogedora, con nada que sugiriera visiones aterradoras.
Holmes miró al interior, recorriendo la habitación con la mirada.
– Muy cierto -dijo cuando sus entornados ojos volvieron a clavarse en el grupo que tenía delante-. No hay nada extraordinario aquí. Piense, señora Farrington. Me dijo que bajó las escaleras, encontró abierta la puerta de la habitación y que el guante y el sonajero estaban en el suelo. Cuando su vela se apagó por un soplo de viento, miró a la habitación y vio una escena aterradora. Corrió para buscar a su marido, y luego volvió.
– Sí -dijo ella-. Es correcto, señor Holmes.
– ¿Y cuánto tiempo estuvo usted alejada de este lugar?
– Sólo unos momentos. Estoy segura.
– Quizá le pareciera eso en la excitación del momento, querida señora -le dijo Holmes gentilmente-. Pero, según su propia descripción, tanteó en la oscuridad durante el camino de vuelta. Tuvo que despertar a su marido, contarle lo ocurrido y luego convencerle de ello. En su presente estado no puede moverse muy rápido, y menos en las escaleras. Todo esto llevó su tiempo. De ahí mi argumentación de que usted no volvió hasta transcurridos unos buenos diez minutos desde su primera sorpresa. Tiempo suficiente para llevar a cabo la proeza.
– ¿Proeza? -preguntó James Farrington-. ¿Qué proeza? ¿Y por quién?
– La desaparición de una habitación llena de fantasmas -replicó Sherlock Holmes.
– ¡Esto es absurdo! -exclamó Jeremy Wollcott.
– En absoluto. Nunca dudé de que hubiera una explicación racional a lo que vio la señora Farrington. Y la fecha del suceso, junto a varios hechos aparentemente no relacionados, me llevaron a sospechar cuál era el motivo de todo ello. Mis investigaciones de la mañana, y lo que he descubierto en el tejado, confirmaron mis sospechas.
– ¿En el tejado? -Grace Farrington estaba claramente desconcertada.
– Claraboyas, mi querida señora -le dijo Holmes-. Hay dos de ellas en esta parte de la casa, situadas aproximadamente a unos treinta pies la una de la otra. Una puede verse en el techo de esta habitación, al no tener un segundo piso encima de ella. Pero, ¿dónde está la otra claraboya? ¿En el cuarto del servicio? ¡Me temo que no! ¿En el salón comedor? Demasiado lejos de esta habitación. ¿Dónde está entonces la habitación a la que miré desde el tejado hace unos minutos, y cuyo contenido me hizo recordar la forma en que murió lord Henry hace doce años?
– Entonces, ¿no estaba equivocada? ¿La habitación que vi, existe?
– Puede estar segura do eso, señora Farrington.
Holmes caminó por el pasillo, agachándose mientras se movía para estudiar el suelo. Rascó con la uña en el suelo de madera, junto a una librería, formando una hilera de una sustancia blanca.
– Jabón -anunció-. Y la pared de aquí no está tan ajada como el resto. Venga, Watson, necesitaré su ayuda en esto.
Me moví hasta donde él indicaba, frente a él y al otro lado de la librería. Era reticente a apartar la vista de los demás, aunque fuera sólo por un momento, pero estaba ansioso por conocer la verdad.
– ¡Empuje, Watson! -gritó Holmes.
Sherlock Holmes tiró hacia atrás de la gran librería mientras yo empujaba hacia delante. Al principio se oyó un breve gemido, deslizándose a continuación el mueble sobre el suelo enjabonado. La librería se movió con relativa facilidad, no obstante su peso. La desplazamos hasta una distancia de unos cinco pies. No se necesitaba más.
– ¡Miren! -gritó Grace Farrington.
Señalaba con tanta vindicación como sorpresa, pues ahora quedaba al descubierto una puerta cerrada que había estado oculta detrás de la librería. Holmes se dirigió rápidamente hacia ella, alargando una mano al pestillo.
– ¡Alto!
El furioso grito provenía de lady Penélope, y tenía una fuerza inesperada. Girándome para enfrentarme a ella, vi que la anciana había sacado una pistola de buen tamaño de entre los pliegues de su bata y que apuntaba a Holmes con ella. Se levantó de la silla y dio un paso hacia delante.
– Esto ha ido demasiado lejos, Jeremy. ¡Saben demasiado! -dijo con una voz notablemente diferente a la suya.
– ¡Estúpida! -gritó Wollcott.
Entonces, con una rapidez que nos sorprendió a todos, James Farrington golpeó con su bastón la mano con que lady Penélope sostenía el arma. Ésta cayó al suelo, de donde la recogió Holmes. La anciana se lanzó hacia delante un instante después, intentando escapar, pero tropezó con el borde de su larga bata y cayó virtualmente a mis pies. Saqué mi propio revólver y lo tuve preparado.
Intentando aprovechar la confusión del momento, Jeremy Wollcott y Lester Thorn dieron media vuelta para huir en la dirección opuesta. No habían dado más de dos pasos, cuando Holmes les apuntó con la pistola incautada y se oyó su voz dominante.
– ¡Alto! ¡Alto, o dispararé!
Los dos hombres se detuvieron en seco, pues no podía dudarse de la sinceridad de las palabras de Holmes. Dieron media vuelta de mala gana, derrotados.
Holmes le entregó la pistola a James Farrington.
– Vigílelos, capitán, y también a la cocinera, hasta que estemos seguros de su inocencia. Pero dudo que el señor Trenton sea parte de esto.
El procurador empalideció y se enjugó la frente con un pañuelo.
– Desde luego que no -balbuceó-. ¡No había visto al tal Wollcott ni a lady Penélope antes de hoy!
– En lo que respecta a la última -replicó Holmes-, sigue siendo así.
Holmes fue hasta donde la anciana, o quien simulaba serlo, forcejeaba para levantarse del suelo. Alzando bruscamente a la persona para que diera la cara a los demás, Holmes agarró el velo transparente y el pelo gris que había bajo él y le quitó los dos de un tirón, provocando un grito de sorpresa en Grace Farrington. Bajo la peluca había un pelo cortado a cepillo de un color castaño oscuro, y, cuando Holmes le arrancó las hábilmente colocadas capas de gutapercha y pálido maquillaje, apareció la cara de un delgado joven.
– Este, a no ser que yerre en mi suposición, es un actor principiante llamado Anthony Cleason -anunció Holmes-. Tengo en el bolsillo un programa de una reciente producción teatral llamada «El dilema de la viuda», donde el señor Cleason interpreta el papel de una anciana. El nombre de Lester Thorn también aparece en él. El productor de la obra fue ni más ni menos que Jeremy Wollcott. Su nombre me resultó familiar cuando me lo mencionó usted esta mañana, señora Farrington. Todavía conservo un artículo del Daily Telegraph que habla de una ristra de obras producidas por el señor Wollcott, todas ellas rotundos fracasos. Fue esto, junto con su descripción del inesperado comportamiento de lady Penélope, lo que hizo que me preguntara si su primo no estaría preparando en la mansión Thaxton un drama de un tipo mucho más siniestro.