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– Y en una pinche. -Ahora alzó su vaso-. Por nuestra señorita Muffin brindó-. Ya sabe, Watson -dijo, mientras se sentaba-, que no acostumbro a aceptar remuneración por la ayuda que presto a quienes necesitan solucionar sus problemas, pero de cuando en cuando llego a un arreglo. Esta ha sido una de esas ocasiones. El Gaekwar puede permitírselo.

Bebió un sorbo de su jerez.

– He pensado en enviara Muffin a una escuela, a una buena escuela para mujeres. Pero, ¿cómo hacerlo? Resulta bastante obvio que tanto ella como su madre son personas independientes que no aceptarían caridad, ni nada que pudiera oler a eso. Negó con la cabeza-. Y las dos tienen que salir a trabajar para poder vivir.

– Eso parece lo esencial hoy día, tal y como está el coste de la vida comenté.

– He estado meditando este problema. Volvió a llenar los vasos-. He pensado en alguna clase de beca. Una que no sólo cubriera los gastos, y diera lo bastante para pagar por lo menos su alojamiento. De este modo, su madre podría permitirse el que Muffin recibiera las ventajas de la educación. La niña tiene una mente tan brillante y un espíritu tan inusual que sería una pérdida no permitir que se desarrollara. Quizá se convertiría en una maestra.

– O en un científico -sugerí.

– O en un doctor en medicina -contrarrestó él.

– Ese día llegará para todas las mujeres -acordé-. Y no tardará mucho.

– Pero, ¿cómo conseguir esa beca? ¿Y cómo aseguramos de que Muffin hará uso de ella? Es el problema más espinoso que he encontrado.

– Lo resolverá -dije con certeza.

– Debo hacerlo -respondió-. Es, si puedo inventar un refrán, «el premio del que busca».

De abajo nos llegó el primer aviso de la cena. Nos levantamos dispuestos a bajar las escaleras antes de que sonase el segundo. Holmes sonrió al dejar el vaso de vino.

– Se me ha ocurrido hacer de Papá Noel para nuestros jóvenes amigos. Comprar un buen abrigo y un gorro de invierno para Muffin, y lo mismo para los chicos. Quizá hasta un nuevo par de botas para cada uno de ellos.

Se oyó la segunda llamada.

– ¿Cree usted que estaría aceptable, hasta para unos niños muy listos, con una larga barba blanca, un gran abrigo y un gorro rojos?

No respondí. Ante los chicos supuse que podría, pero no ante nuestra Muffin.

EL CURIOSO ORDENADOR – Peter Lovesey

Ya eran las cuatro de la madrugada.

George Harmer, apodado «Atroz», pasaba una noche en blanco en sus habitaciones del Belgravia. Su cerebro llevaba las últimas dos horas trabajando como un teletipo. Estaba desesperado.

Así que se tumbó y se revolvió en la cama, mandó a paseo toda precaución y se volvió hacia la rubia desnuda tumbada a su lado. Era Silicio Lil, una actriz de strip-tease de evidentes encantos que actuaba por las noches en su cadena de nightclubs, y en otros momentos con un acuerdo especial.

– Lil.

Ella apenas se movió.

– Lil.

– Ella se movió apenas.

– Lil, ¿estás despierta?

– Hazte un nudo en ella, Atroz.

– Quiero hablar contigo. Tengo algo…

– ¿Qué? -Alargó el brazo hasta el interruptor de la luz y se sentó-. ¿Qué has dicho?

– …algo en la cabeza. No puedo pensar en otra cosa.

– ¿Es que no te cansas nunca? -Lil apagó la luz y volvió a asumir un estado de sopor-. Lo que necesitas es una ducha fría.

Si alguien hubiera hablado así a Atroz a plena luz del día, no habría durado lo bastante para acabar la frase. Era el jefe indiscutible del crimen organizado de Gran Bretaña. Indiscutible e implacable. Pero a las cuatro de la mañana resultaba patético.

– Lil, sólo quiero que me escuches -dijo con una voz que parecía un triturador de basuras atascado.

– Debes estar desesperado. ¿Qué te pica ahora? -dijo ella, lanzando un suspiro y dándose la vuelta.

– Holmes.

Hubo una pausa.

– ¿Qué te pasa con los Olmos?

– Holmes, Lil, no Olmos.

– ¿De Sherlock?

– Justo.

¿El de la pipa y la lupa? -Lil sonrió para sí en la oscuridad.

– Él exactamente, no. -Atroz volvió a encender la luz, saltó de la cama, conectó la televisión y metió una casete en el vídeo.

– Dame un respiro, Atroz -protestó Lil-. No quiero ver películas policiacas a las cuatro de la madrugada.

– ¡Cállate perra! -dijo Atroz con salvajismo. Estaba recuperando su estado normal de psicópata-. Aquí no sale Peter Cushing. Éste es un vídeo de alto secreto que han robado para mí en Scotland Yard. Se lo están mostrando a todos los jefes de policía del país.

La pantalla de televisión se iluminó. Apareció una cuenta atrás, y a continuación un famoso perfil, con pipa y gorra de caza.

– Eso no es ningún secreto. Está en la estación de metro de Baker Street -comentó Lil.

Atroz la calló con un gruñido.

El título del vídeo apareció sobreimpresionado.

Presentación de Holmes…

Una voz habló en el habitual tono enfático de los documentales.

– Todo el mundo ha oído hablar de Sherlock Holmes, el mejor detective consultor del mundo. Si creemos a sir Arthur Conan Doyle, este célebre detective superaba a todo el mundo de su época, incluida la policía. Llevaba varias cabezas de ventaja a los mejores cerebros de Scotland Yard.

Instantáneas de policías de rostro impasible de la era victoriana aparecían sobre el viejo Scotland Yard. Ante la entraba había un coche de caballos esperando.

– Con la policía moderna pasaría algo muy distinto.

Una imagen del nuevo Scotland Yard, con autobuses y coches pasando ante ella.

– Holmes trabaja para la policía. Holmes es un sistema computerizado que se emplea en investigaciones a gran escala. Home Office Large Major Enquiry System [Sistema Central de Investigaciones del Ministerio del Interior].

Las palabras aparecieron en la pantalla con las iniciales aumentadas al triple de su tamaño.

– Deben estar bromeando -dijo Lil.

– Holmes es el instrumento para la prevención del delito más valioso que ha habido, desde el registro de las huellas dactilares -continuó el narrador-. Holmes irá más allá de las limitaciones de las fuerzas policiales, proporcionando información instantánea sobre personas y vehículos sospechosos. Podrá proporcionar datos sobre, por ejemplo, todos los hombres calvos que tenga en sus archivos con más de cuarenta años y tengan un Rolls-Royce con matrícula D.

– Dios mío, ése eres tú -dijo Lil.

Atroz buscó un cigarro.

La pantalla se llenó con un primer plano del interior de la computadora.

– Holmes es más potente y más flexible que la Computadora Nacional de la Policía -continuó el narrador mientras la cámara se desplazaba por atiborrados paneles lógicos-. Es una forma de enlazar a diferentes equipos que trabajen en investigaciones similares. Holmes puede proporcionar descripciones de las personas interrogadas o vistas, listar sus anteriores convicciones, direcciones, números de teléfono y vehículos. Puede procesar información recibida desde cualquier fuente, ya sea un hecho comprobable o una mera opinión. Ningún miembro de la hermandad criminal podrá dormir tranquilamente ahora que Holmes trabaja para el Yard. ¡El juego ha comenzado!

La pantalla quedó en blanco. Atroz había presionado el bolón de «stop».

– Este es el fin del crimen tal y como lo conocemos -dijo con voz lastrada por la fatalidad.

– ¡Vamos ya! Sólo es una computadora, por el amor del cielo. ¿No te dejarás vencer por un pedazo de hardware, verdad?

– No sólo yo corro peligro -gimió Atroz-, sino el movimiento que represento. El empleo de miles de buenos profesionales. Generaciones de experiencia y duro trabajo. Grandes industrias como la prostitución, las drogas y la pornografía. Ya no hay nada sagrado, Lil. Todos estamos amenazados.