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El rostro de Holmes volvió a crisparse.

– Preparado.

– Procedamos entonces. Encontrará un doble interruptor de cuchilla en la pared que hay junto a la pila voltaica. Conecte el interruptor y póngase el casco.

Holmes sacó la vela del bolsillo y utilizó un extremo para mover el interruptor.

La pared se movió detrás de Holmes, aislando una habitación de la otra, y el aire chasqueó y serpenteó con un arco voltaico.

Holmes sonrió con tristeza al ver la muesca en el extremo de la vela. Un examen más cercano del interruptor le reveló una aguja en él, y el olfato le dijo que había sido mojada en veneno.

La voz grabada de Moriarty aumentó de volumen para hacerse oír al otro lado del muro y por encima del chisporroteo del aire.

– Precavido cuando hace falta. Excelente. Yo también soy así.

La mejilla de Holmes se crispó.

– Procedamos de una vez. ¿Importa la cama en que me tumbe o el casco que me ponga?

– En absoluto. Me limito a sugerirle que utilice la de su derecha porque la tiene más cerca.

Holmes se tumbó sin dudarlo en la cama que Moriarty le sugería.

– Abandono cuando hace falta. Excelente. Yo también soy así.

Holmes se puso el casco. El cierre debía ser deliberadamente imperfecto, ya que aún podía oír la voz de Moriarty.

– Que quien entre aquí abandone toda esperanza.

Parece que el pensamiento le hizo gracia porque Moriarty se echó a reír como un loco.

En el último momento, Holmes agarró el casco para quitárselo. Debía haber otra solución que no fuera la completa sumisión al profesor loco. Un gas soporífero inundó el casco. Las manos de Holmes se aflojaron y cayeron.

– Vamos, vamos, Holmes -oyó Holmes muy, muy débilmente-, debió suponer que la cosa no sería tan sencilla.

Y el gramófono se detuvo.

III

Niebla. Niebla mental. Como lana blanca.

Giró lentamente con él cuando se volvió para ver dónde se encontraba. Estaba en medio de una nada gris, bajo una nada gris.

Tap.

Holmes se dispuso a ir hacia el sonido pero no supo averiguar de dónde provenía.

Descubrió que no tenía nada a lo que agarrarse salvo a la nada. A su alrededor se extendía un trecho de desierto, inmaculado. Un cielo así no le ofrecía ninguna guía. Si hubiera al menos unas débiles estrellas, habría tenido alguna orientación.

Al tener ese pensamiento, en el cielo gris brillaron por un momento las letras traspasado en estrelladas letras mayúsculas tipo Hunter.

Sin cerifa, rió con disimulo la mente de alguien.

La constelación mensaje desapareció, dejando sólo el desolado paisaje mental.

Moriarty había dicho que encontraría un laberinto. Moriarty había mentido.

La voz incorpórea de Moriarty habló en el interior de la cabeza de Holmes.

– No mentí. El que sea un laberinto vivo y cambiante, en vez de uno inmóvil, no impide que siga siendo un laberinto. Se dará cuenta de que es un laberinto a medida que vaya moviéndose por él. Las reglas del juego implican que cada decisión que tome creará una bifurcación, que irá creando sus propias paredes, sus propias encrucijadas, sus propios callejones sin salida. Y, naturalmente, también tendrá a los otros para ayudarle a confundirse. Su mente está unida a la de los demás, y sus puntos de vista crearán nuevas pautas. Se ha acostumbrado a su propia singularidad, a su propia individualidad, a su propia soledad, y se verá obligado a estar con los otros, a compartir los pensamientos de otros, a confundirse con esas otras mentes. Y el más significativo de los otros será, por supuesto, su humilde servidor: su Virgilio, su cicerone.

– Que me guiará por mal camino.

– Exacto. No confíe nunca en mí, y menos cuando diga la verdad. Pero, por encima de todo, tenga cuidado con usted mismo, pues le he dejado al descubierto, y la única persona a la que no puede apartar o dejar atrás es a usted mismo.

– Aunque me gustaría librarme de mí -pensó Holmes para sí, con petulancia.

– Puede pensar lo que quiera en su interior, pero su mente es como un libro abierto para mí, para la mujer y para el idiot savant.

– ¡Hará que me sonroje, Moriarty!

Holmes sintió la desnudez de su exposición, más que el calor del sonrojo. Su proceso mental nunca había estado tan al descubierto, sus conjeturas tan expuestas, sus tanteos y errores tan puestos a prueba. Pero, en todo caso, tendría que confiar en que su mente funcionaría en esas condiciones, en que únicamente se concentraría en seguir ovillo tras ovillo en aquel caos primordial.

¿Por dónde empezar? En el principio fue el verbo, la palabra. ¿Qué palabras podrían dar sentido a este aquí y ahora?

Si hubiera habido rocas-palabra habría hecho túmulos-palabra. Si hubiera habido palos-palabra, habría levantado postes de señales. ¿Cómo puede uno abrirse un sendero con fuego en un bosque sin árboles?

A la mente de Holmes, y sin que éste lo pensara, acudió una visión de cenizas en una chimenea familiar, con el fuego encendido, acompañada de un grito ronco y silencioso.

– ¡Obispo Blaise, socórrame!

– San Blaise (o Blasius), martirizado el 3 de febrero del año 316, es el santo patrón de los cardadores.

¿Un dato del idiot savant? ¿Una sugerencia des informadora de Moriarty?

Tampoco debía ser un pensamiento de Irene Adler; no era propio de ella el sentarse a hacer punto. No importaba; Holmes se aferró a la lana. Abre un camino con lana. Deslía una madeja de lógica mental que permita a quien se aventure en el laberinto encontrar el camino de vuelta.

A su mente acudió la primera rima que aprendió, la rima infantil que le leía su niñera una y otra vez porque a él le gustaba tanto, la rima que le enseñó a razonar:

Éste es el granjero que su maíz está sembrando,

que tenía un gallo que cantó cuando hubo alboreado,

que despertó al cura afeitado y tonsurado,

que casó al hombre harapiento y destrozado,

que besó a la doncella en afligido estado,

que ordeñó a la vaca del cuerno doblado,

que coceó al perro,

que preocupaba al gato,

que mató al ratón,

que se comió la cebada,

que había en la casa que Jack construyó.

«La Casa Que Jack Construyó» le había hecho ver que todas las cosas están relacionadas en una cadena de causas y efectos.

– «La Casa Que Jack Construyó» es una rima acumulativa originada, se cree, en el canto hebreo «Had Gadya», Un Único Niño, que relata las aventuras seriadas de niño, gato, perro, bastón, fuego, agua, buey, carnicero, ángel de la muerte «Entonces llegó el Santísimo, bendito sea, y mató al ángel de la muerte, que mató el carnicero, que despedazó al buey, que bebió el agua, que apagó el fuego, que quemó el bastón, que pegó al perro, que mordió al gato, que devoró al niño, que mi padre compró por dos zuzim; un único niño, un único niño». Poema considerado como parábola de varios incidentes de la historia del pueblo judío, que contiene referencias a profecías que aún no se han cumplido.

Holmes miró a su alrededor, a la nada. Era un ático vacío que él debía llenar con el mobiliario que eligiera.

Este es el granjero que su maíz está sembrando. Invocó la figura de George Adkins, trayendo al anciano de su juventud. El viejo George, con su bala de azul claro, con manchas frescas de sangre y barro y briznas de paja pegadas en ella que indicaban que había estado en el establo ayudando a parir; con el brazo dolorosamente doblado, rígido por la bala recibida durante la guerra de la Península, y que le indicaba que llovería en alta mar. George miró desconcertado a su alrededor, evidentemente sin ver nada, nada en absoluto, pero haciendo aquello para lo que nació: sembrar incesantemente el mismo puñado y permanecer quieto en su sitio.