Holmes le entregó su vaso medio vacío al hombre zarrapastroso, que cogió el vaso medio lleno con una sonrisa abotargada, y, un instante después, estuvo en la mesa, cerrando la garra de hierro de su mano sobre la delgada muñeca, antes de que la figura enmascarada pudiera deshacerse del sobre de papel.
– Muy bien, Holmes -Moriarty soltó los impertinentes y empleó la mano libre para quitarse la máscara y la peluca. Una maligna sonrisa brilló en su cara-. Introduzca la idea del veneno en su mente con los versos de ciego: «Ladrando, busco el árbol Upas; perro ante su amo soy».
– El llamado «mortífero árbol Upas». Antiaris toxicaría, ord. Artocarpeae, árbol afín a la higuera, que tiene una secreción venenosa. La leyenda lo sitúa en el valle envenenado de Java, donde abunda el gas de ácido carbónico perjudicial para todo tipo de vida.
Moriarty prescindió del idiot savant.
– Holmes, debió fijarse más en sus propias pintas y cuartos, que en las de los parroquianos.
Holmes sabía demasiado bien que Moriarty decía la verdad. Intentó aguantar. Perdía visión rápidamente. Estaba debilitándose. Lanzó un jadeo de rabia y un suspiro de desesperación; sus rodillas cedieron bajo él, y cayó formando un montón inerte en el suelo.
– «Perro ante su amo» es una expresión referente a la marejada que hay en el mar antes de que estalle una tormenta.
Y el mar alzó la chalupa a peligrosa altura junto al bergantín. Sobre Holmes cayó un cubo de agua de mar, devolviéndole a la vida y haciendo que se diera cuenta de que estaba siendo reclutado a la fuerza como marinero. Una pesada bota le puso en pie de una patada, y unas manos le empujaron hacia una oscilante escalera de Jacob, aunque la deshilachada cuerda roja hacía que más bien fuese una escalera de Esaú.
– La tradición dice que Jacob usó una piedra roja como almohada cuando soñó con ángeles que subían y bajaban por una escalera que llegaba al cielo (Gen, 28. 11), y que los Tuatha De Danaan llevaron la piedra a Irlanda, dejándola en Tara como Lia Fáil, la Piedra del Destino. Sobre esta piedra se investía a los antiguos reyes irlandeses; Fergus se la llevó consigo a Argyll, en Escocia; después Kenneth MacAlpin, conquistador de los Pictos, se la llevó a Scone en el 843. En 1926, Eduardo I la llevó a Londres, donde, como Piedra de Scone, sostuvo la Silla de St. Edward sobre la que se sentaban nuestros monarcas para ser coronados.
No mires debajo de la emordinalapidaria Lia Fail. Concéntrate en lo crucial, no en lo trivial. Holmes miró a su alrededor mientras subía trabajosamente no al cielo gris sino a bordo del bergantín. Era esencial que fijara su rumbo.
Que casó al hombre harapiento y destrozado.
Produjo un busto de cera sobre un pedestal, pensó en un viejo traje de vestir. Una suave bala de revólver disparada con un rifle de aire comprimido le atravesó la cabeza, pero dejando bastante de los afilados rasgos como para reconocer el parecido con Holmes. Hecho. Bastaba con eso.
Unas gastadas volutas en la proa decían que estaba a bordo del Matilda. De mascarón y obenques colgaban algas con pequeñas ampollas semejantes a bayas como si la nave se hubiera visto atrapada en el mar de los Grazargos…
– Mar de los Sargazos. Situado aproximadamente entre 25° y 31° Norte y entre 40° y 70° Oeste. Es…
– Dije Grazargos. -Holmes no pensaba ceder ante el idiot savant. Este localizó una alusión.
– El Argos, barco en el que navegó Jasón en busca del vellocino de oro, tenía un mascarón de proa parlante tallado en un roble de la arboleda de Dodona, donde sacerdotes y sacerdotisas interpretaban lo que decía el rumor de las hojas.
El olor que traía la marea hizo que Holmes infiriera que estaban echando la corredera hacia el Norte, hacia el banco de arena situado en la desembocadura del Támesis. Un compañero abusón golpeó a Holmes por no hacer nada y le envió a restregar el puente con arena.
– Bajad al piloto -dijo el capitán, que parecía un hombre que pasaría los ojos de los peces con perlas.
El piloto bajó a la chalupa con una sonrisa de Moriarty. El viento había esperado a que la chalupa se alejara para llenar las velas y el bergantín se desplazó hacia el mar, hacia una noche tormentosa.
La noche no supuso ningún respiro para Holmes. Con un vil epíteto para el trabajo hecho por Holmes, el maestre le impuso otra labor.
– Dada la longitud de la nave y la altura del palo mayor, dígame la edad del gato del capitán.
– Tiernos años -respondió Holmes sin pensar.
El entrechocar de las rompientes salvó a Holmes de probar el gato. Todas las manos se apresuraron hacia las velas para impedir que el bergantín se desviara hacia los invisibles arrecifes.
Mientras estaban atareados, Holmes bajó al camarote del capitán sin que le vieran, encendió la lámpara y, a su oscilante luz, estudió el mapa Mercator que había en la mesa. Me embarco en un barco en el puerto que aquí ves / A medio camino de la línea de NN a EEE. Pero, ¿dónde trazar esa línea?
– «En mil cuatrocientos noventa y tres, el papa Alejandro dividió los mares.» El papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia) trazó una línea para delimitar el terreno que españoles y portugueses tenían para tomar, saquear y esclavizar el Nuevo Mundo en nombre de Cristo.
Holmes cogió compases que en sus manos se convirtieron en cuernos. Sintió cómo Moriarty luchaba con él para que la mente del idiot savant pasara del embolado papal al del toro irlandés.
– Para ordeñar a un toro irlandés, había a bordo un irlandés furioso; intentó calmarse pensando: «Si sólo soy un pasajero».
Sin dejarse distraer, Holmes trazó una línea que iba de Dublín a Trípoli. De NN a EEE. La línea pasaba por Marsella, más o menos a medio camino.
Holmes cerró la mirilla y volvió al puente. Se arrastró hasta la rueda del timón y se agazapó en las sombras que proyectaba el fanal. Se cogió a un cabo cuando el Matilda cabeceó, agitándose a un lado y a otro. Una débil luz a proa respondía al viento, tambaleándose del mismo modo que el Matilda. El fanal de otro barco.
El capitán aulló al oído del timonel. El viento llevó sus palabras a Holmes.
– Hay mar de sobra mientras la nave siga a sotavento. Síguele.
La rueda del timón crujió y el bergantín tembló por el cambio de rumbo.
– ¡Dinos, mascarón, qué te dicen las inquietas olas! -berreó el capitán.
La piel de Holmes se erizó ante las enloquecidas expectativas del capitán, y se erizó más aún al oír la voz del mascarón. Parecía más la canción de una sirena, o un canto fúnebre, que un habla normal. Al menos no habló en una lengua conocida por Holmes.
El capitán rugió de risa y gritó al vigía, que le respondió con un grito ronco.
– ¡Es el Zorro!
El idiot savant aprovechó el pie.
– El Zorro. Una nave de 170 toneladas, fletada por lady Franklin, bajo el mando del capitán McClintock, con el fin de navegar hacia el Polo Norte para descubrir el destino de sir John Franklin y sus dos naves, el Erebus y el Terror. La tripulación del Zorro encontró, el 6 de mayo de 1859, un túmulo en el que había un documento donde se decía que sir John murió el 11 de junio de 1847, tras descubrir el pasaje al Noroeste que llevaba buscando tanto tiempo.
¿El Zorro? A Holmes no le gustaba el cariz que tomaba el asunto. Soy un pecio a la deriva, el regalo de las mareas / El dorso de mi mano presenta una herida, que no un corte. El ojo de la tormenta se abrió ante él y por él asomó tranquilamente una brillante constelación. Holmes no sabía nada de astronomía, pero el idiot savant reconoció las estrellas.
– Puppis, la proa del Argos, vista desde la latitud sur del caballo; las latitudes del caballo son regiones anticiclónicas situadas a unos 30" Norte y Sur, llamadas así porque los barcos que transportaban caballos a América y las Indias occidentales, cuando se veían inmovilizados por falta de viento, acababan echando a los animales por la borda, por falta de agua. Un anticiclón es…