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Miré a Holmes.

– Adelante compañero -dijo cálidamente-. Lo está haciendo espléndidamente. De primera.

Me di cuenta de que lo decía en serio. Miles de personas dirán que era frío, y no se equivocarán, pero también tenía un gran corazón. Lo que ocurría sencillamente era que Holmes lo protegía mejor que algunos hombres.

– Gracias. Jory debió ver cómo su padre dejaba a un lado el bastón y ponía los papeles, los dos grupos de papeles, sobre el secante. No mató inmediatamente a su padre, aunque podría haberlo hecho. Eso es lo horrible y patético de este asunto, y por eso no pienso entrar en ese salón en el que están ni por un millar de libras. No entraría a no ser que usted y sus hombres me arrastraran adentro.

– ¿Cómo sabe que no lo hizo inmediatamente? -preguntó Lestrade.

– El grito se oyó por lo menos dos minutos después de que echase la llave y el cerrojo; supongo que tendrá suficientes testimonios como para creerlo, pero no puede haber más de siete pasos entre la puerta y el escritorio. Ni siquiera un hombre en el estado de lord Hull habría tardado más de medio minuto en llegar a él, y otros catorce segundos para rodearlo, llegar a la silla y sentarse. Añada quince segundos para dejar el bastón donde lo encontró usted y dejar los testamentos sobre el secante.

»¿Qué pasó entonces? ¿Qué pasó durante esos últimos dos o tres minutos que debieron parecer, al menos a Jory Hull, interminables? Creo que lord Hull se limitó a quedarse sentado, mirando a uno u otro testamento. Jory debió ser capaz de distinguir con bastante facilidad entre uno y otro; el pergamino viejo debía parecer más antiguo.

»Sabía que su padre pretendía echar uno de ellos a la estufa.

»Creo que esperó a saber cuál de ellos sería.

»Después de todo, había una posibilidad de que su padre sólo estuviera gastándoles una broma cruel a expensas de la familia. Igual quemaba el nuevo y devolvía el viejo a la caja fuerte. Entonces saldría y le diría a su familia que había puesto a salvo el nuevo testamento. ¿Sabe dónde está, Lestrade? ¿La caja fuerte?

– Cinco de los libros de ese estante son falsos -dijo Lestrade brevemente, señalando a una estantería de la biblioteca.

– Entonces habrían quedado satisfechos tanto el hombre como la familia; la familia habría sabido que su bien ganada herencia estaba a salvo, y el anciano se habría ido a la tumba creyendo haber llevado a cabo una de las bromas más crueles de todos los tiempos… y siendo víctima de Dios o de él mismo, pero no de Jory Hull.

Una vez más volvió a cruzarse entre Holmes y Lestrade esa mirada que no comprendí.

– Yo más bien creo que el anciano sólo estaba saboreando el momento, como un hombre saborea durante una tarde la perspectiva de una copa de licor a los postres, o de un dulce, tras un largo periodo de abstinencia. En todo caso, el minuto transcurrió y lord Hull empezó a levantarse… pero con el pergamino más oscuro en la mano, y mirando hacia la estufa en vez de a la caja fuerte. Fueran cuales fueran las esperanzas de Jory, cuando llegó el momento no titubeó. Salió de su escondite, atravesó en un instante la distancia que separaba la mesa café del escritorio y hundió el cuchillo en la espalda de su padre antes de que éste se hubiera levantado del todo.

»Sospecho que la autopsia mostrará que la herida le atraviesa el ventrículo superior llegando al pulmón, lo cual explicaría la cantidad de sangre que expulsó por la boca. También explicaría por qué lord Hull fue capaz de gritar antes de morir, causando la perdición de Jory Hull.

– Explíquese -dijo Lestrade.

– Un asesinato en una habitación cerrada es un mal negocio a no ser que se pretenda hacer pasar un asesinato por un suicidio -dije mirando a Holmes. Él sonrió y asintió ante esta máxima suya-. Lo último que Jory quería es que las cosas tuvieran este aspecto… la habitación cerrada, las ventanas cerradas, el hombre con un puñal clavado que nunca podría haberse clavado él mismo. Creo que nunca previó que su padre moriría lanzando tal alarido. Planeaba apuñalarle, quemar el nuevo testamento, revolver el escritorio, abrir una de las ventanas y escapar por ella. Habría entrado en la casa por otra puerta y ganado su sitio bajo las escaleras. Y luego, cuando por fin se descubriera el cuerpo, habría parecido un robo.

– No para el abogado de Hull -dijo Lestrade.

– Podría haber guardado silencio -dijo Holmes, animándose entonces-. Apostaría a que Jory pretendía abrir una de las ventanas y añadir además un par de huellas. Creo que todos estamos de acuerdo en que habría parecido un crimen sospechosamente conveniente bajo esas circunstancias, pero aunque el abogado hubiese hablado, nunca habría podido probarse nada.

– Lord Hull lo estropeó todo al gritar -dije-, al igual que todas las cosas que había estropeado durante su vida. Toda la casa reaccionó. Jory, seguramente presa del pánico, debió quedarse quieto como un pasmarote.

»Stephen Hull fue quien salvó el día, claro, o al menos la coartada de Jory, según la cual estaba sentado en el banco bajo las escaleras cuando su padre fue asesinado. Corrió hacia el vestíbulo desde la sala de música, derribó la puerta, y debió susurrar a Jory que le acompañara al escritorio enseguida; así parecería que habían entrado jun…

Enmudecí como golpeado por un rayo. Por fin comprendía las miradas que habían intercambiado Holmes y Lestrade. Comprendí que debían haberse dado cuenta, desde el momento en que les mostré el truco del escondrijo, de que no podía haberlo hecho una sola persona. El crimen sí, pero el resto…

– Stephen testificó que Jory y él se encontraron ante la puerta del estudio -dije lentamente-. Que él derribó la puerta y que entraron juntos, descubriendo los dos el cuerpo a la vez. Mintió. Pudo haberlo hecho para proteger a su hermano, pero mentir tan bien cuando uno no sabe lo que ha pasado parece… parece…

– Imposible -apuntó Holmes-, es la palabra que busca, Watson.

– Entonces Jory y Stephen eran cómplices desde el principio -dije-. Lo planearon juntos… ¡y a ojos de la ley ambos son culpables del asesinato de su padre! ¡Dios mío!

– No ambos, mi querido Watson -dijo Holmes con un curioso tono de amabilidad-. Todos ellos.

No pude hacer otra cosa que quedarme con la boca abierta.

Mi amigo asintió.

– Hoy está mostrando una perspicacia notable, Watson. Por una vez en su vida arde con un calor deductivo que, apostaría, no volverá a generar nunca. Me descubro ante usted, mi querido amigo, como lo hago ante cualquier hombre capaz de trascender su habitual naturaleza, sin importar lo brevemente que lo haga. Pero hay un aspecto en el que ha continuado siendo el mismo hombre que siempre ha sido: aunque comprende lo buena que puede llegar a ser la gente, no tiene ni idea de lo negra que puede llegar a ser.

Le miré en silencio, casi con humildad.

– Y no es que aquí haya mucha negrura, si la mitad de lo que he oído sobre lord Hull es cierto -dijo Holmes. Se levantó y empezó a dar vueltas por el estudio, irritado-. ¿Quién testificará que Jory estaba con Stephen cuando derribó la puerta? Jory, por supuesto. Stephen, por supuesto. Pero también tenemos a los otros dos. Uno es William, el tercer hermano. ¿Me equivoco, Lestrade?

– No. Dijo que estaba bajando las escaleras cuando vio entrar a los otros dos juntos. Jory iba delante.