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La figura de rostro azul se veía inmóvil en la pantalla; las palabras de Vorst aún no habían llegado a Venus. La respuesta de Lázaro tardó en llegar.

—No creía que fueras tan directo, Vorst —dijo—. ¿Por qué debo estarte agradecido por revivirme, si fuiste tú quien me metió en aquel agujero? Sí, lo sé. Porque mi movimiento era insignificante cuando me apartaste de él y poderoso cuando me resucitaste. ¿También te concedes el mérito por ello? —una pausa—. No importa. No quiero darte mis espers. Si quieres ir a las estrellas, consigúelos por tus propios medios.

—No digas tonterías. Tú también quieres las estrellas, David, pero ahí arriba, en esas tierras salvajes, careces de los medios técnicos para equipar una expedición. Yo sí los tengo. Unamos nuestras fuerzas. Es lo que deseas, digas lo que digas. Voy a decirte lo que te impide aceptar mi oferta, David. Tienes miedo de la reacción de tu pueblo cuando se entere de que has accedido a colaborar, dirán que te has vendido a los vorsters. Te empeñas en adoptar una postura en la que no crees, porque careces de auténtica independencia. Imponte, David. Utiliza tus poderes. Puse el planeta en tus manos. Ahora quiero que me pagues la deuda.

—¿Cómo voy a decirle a Mondschein, a Martell y a los demás que he accedido mansamente a someterme a tus deseos? Ya les ha puesto bastante nervioso que les impusieran un mártir resucitado. A veces creo que me van a martirizar otra vez, y ésta es definitiva. Necesito darles algo a cambio.

Vorst sonrió. La victoria estaba al alcance de su mano.

—Diles que te ofrezco la autoridad suprema sobre ambos planetas, David. Diles que la Hermandad no sólo acogerá con agrado la vuelta de los armonistas, sino que serás el dirigente supremo de ambas ramas de la fe.

—¿De ambas?

—De ambas.

—¿Y qué harás tú?

Vorst se lo dijo. Y una vez surgidas las palabras de sus labios, el Fundador se hundió en su balancín, agotado y aliviado al mismo tiempo, sabiendo que había efectuado la última jugada de la partida que ya duraba un siglo, y que todo había salido a pedir de boca.

5

Reynolds Kirby estaba con su terapeuta cuando llegó la orden de que se reuniera con Vorst. El Coordinador Hemisférico flotaba en una solución nutritiva, una Cámara de la Nada adaptada cuyo objetivo no era el olvido, sino la revitalización. Si Kirby hubiera deseado escapar a una nada temporal, se habría aislado por completo del universo y entrado en suspensión total. Sin embargo, hacía mucho tiempo que había superado la afición por tales diversiones. Ahora, se contentaba con mecerse en la solución nutritiva, restaurando las sustancias vitales tras un día agotador, mientras un terapeuta esper eliminaba las cargas de su espíritu.

Por lo general, Kirby no toleraba que le interrumpieran en mitad de una sesión. A su edad necesitaba toda la paz posible. Había nacido demasiado pronto para gozar de la cuasi inmortalidad de las generaciones más jóvenes; su cuerpo no era capaz de recuperar instantáneamente la vitalidad como el de cualquier hombre del siglo XXII, usufructuario de los adelantos vorsters logrados en un siglo. No obstante, había una excepción a la regla de Kirby: una llamada de Vorst tenía prioridad sobre cualquier otra cosa, incluida una sesión de terapia necesaria.

El terapeuta lo sabía. Concluyó de manera prematura la sesión con suma destreza y tonificó a Kirby para que se reintegrara a las tensiones del mundo. No había transcurrido ni media hora cuando ya el coordinador se dirigía hacia el edificio rematado por una cúpula donde Vorst tenía su cuartel general.

Vorst parecía agitado. Kirby nunca había visto al Fundador tan consumido. La frente abombada de Vorst parecía la de una calavera, y sus ojos oscuros brillaban con una intensidad turbadora. Un débil sonido se oía claramente en el despacho: la maquinaria de Vorst, bombeando energía al anciano cuerpo. Kirby tomó asiento donde Vorst le indicó. Fuertes dedos surgieron del tapizado y empezaron a aliviarle la tensión.

—Voy a convocar una reunión del consejo dentro de poco para ratificar las medidas que acabo de tomar —dijo Vorst. Pero antes de que todo el grupo se reúna, quiero discutir algunas cosas contigo, repasarlas una o dos veces.

Kirby no alteró su expresión. Después de décadas de conocer a Vorst, procedió a una traducción instantánea: «He hecho algo autoritario —estaba diciendo Vorst—, y voy a convocar a todo el mundo para que dé su beneplácito, pero antes voy a obligarte a que me des el tuyo.» Kirby estaba preparado para aceptar lo que Vorst hubiera hecho. No era un hombre débil por naturaleza, pero nadie le llevaba la contraria a Vorst. El último que lo había intentado seriamente fue Lázaro, quien, como resultado, durmió sesenta años en Marte encerrado en una caja.

—He hablado con Lázaro y cerrado el trato —murmuró Vorst, ante el cauteloso silencio de Kirby—. Ha accedido a proporcionarnos impulsores, tantos como queramos. Es posible que enviemos una expedición interestelar a finales de año.

—Me dejas un poco aturdido, Noel.

—Es decepcionante, ¿verdad? Durante cien años avanzas hacia un objetivo a paso de tortuga, y de repente te encuentras a un paso de la recta final; la emoción del intento deja paso al aburrimiento de lo ya consumado.

—Todavía no hemos enviado esa expedición a otro sistema solar —le recordó con serenidad Kirby al Fundador.

—Lo haremos, lo haremos. Está fuera de toda duda. Estamos en la recta final. Capodimonte ya se dedica a seleccionar personal para la expedición. Pronto pondremos a punto la cápsula. La gente de Lázaro colaborará, y allá iremos. Dalo por hecho.

—¿Cómo conseguiste que accediera, Noel?

—Explicándole cómo serán las cosas cuando la expedición haya partido. Dime, ¿te has parado a pensar alguna vez en cuáles serían los objetivos de la Hermandad después de enviar la primera expedición?

—Bien… —vaciló Kirby—. Enviar más expediciones, supongo. Consolidar nuestras posiciones. Continuar las investigaciones médicas. Seguir con nuestro trabajo habitual.

—Exactamente. Un largo y lento camino llano hacia la utopía. Ya no se trataría, de escalar una montaña. Por eso no me quedaré para seguir dirigiendo la situación.

—¿Cómo?

—Me voy en la expedición.

Si Vorst se hubiera arrancado una extremidad y golpeado el suelo con ella, Kirby no se habría quedado más estupefacto. Las palabras del Fundador le golpearon como un mazazo y le hicieron retroceder. Kirby se agarró a los brazos de la silla, y la silla le aferró en respuesta, meciéndole con suavidad hasta que su conmoción se calmó.

—¿Que te vas? —estalló Kirby—. No, no. No me lo puedo creer, Noel. Es una locura.

—He tomado mi decisión. Mi trabajo en la Tierra ha terminado. He guiado a la Hermandad durante un siglo, y ya es suficiente. He visto como tomaba el control de la Tierra, y también el de Venus indirectamente, y cuento con la colaboración, ya que no el apoyo, de los marcianos. He hecho aquí todo lo que me propuse. Con la partida de la primera expedición interestelar, habré rematado lo que llamo presuntuosamente mi misión sobre la Tierra. Es hora de seguir adelante. Probaré en otro sistema solar.

—No permitiremos que te vayas —dijo Kirby, sorprendido por sus propias palabras—. ¡No puedes irte! A tu edad…, subirte a una cápsula con destino a…

—Si yo no voy, no habrá cápsula con destino a ningún sitio.

—No hables de esa manera, Noel. Pareces un niño mimado amenazando con suspender la fiesta si no accedemos a sus caprichos. En la Hermandad hay otras personas cuyas responsabilidades tampoco les permitirán marchar.

Para sorpresa de Kirby, su acida acusación sólo pareció divertir a Vorst.