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Del susto, Will lanzó un fuerte alarido. Se le puso el corazón en la boca y se encontró mirando a los fríos ojos de Halt, el montaraz.

¿De dónde había salido? Will se había asegurado de que no había nadie más en la estancia. Y no había oído abrirse ninguna puerta. Recordó entonces cómo Halt era capaz de envolverse en esa extraña capa suya, moteada, gris y verde y desaparecer en el entorno, fundiéndose con las sombras hasta volverse invisible.

Daba igual cómo lo había hecho Halt. El verdadero problema es que le había cogido allí, en el despacho del barón, Y aquello significaba el final de todas las esperanzas de Will.

—Pensé que podrías intentar algo así —dijo el montaraz en tono grave.

Will, con el corazón bombeando por la impresión de los últimos instantes, no dijo nada. Bajó el rostro, avergonzado y desesperado.

—¿Tienes algo que decir? —le preguntó Halt, y él negó con la cabeza, sin querer levantar la vista y toparse con esa mirada oscura, penetrante.

Las siguientes palabras de Halt confirmaron lo que Will más temía.

—Bien, veamos qué piensa el barón de esto.

—¡Halt, por favor! No… —Will se detuvo. No había excusa para lo que había llevado a cabo y lo menos que podía hacer era enfrentarse a su castigo como un hombre. Como un guerrero. Como su padre, pensó.

—¿Qué? —dijo Halt de manera cortante.

Will meneó la cabeza.

—Nada.

El montaraz agarraba a Will férreamente de su muñeca mientras le conducía por la puerta hasta la ancha escalera en curva que ascendía a los aposentos del barón. Los centinelas, en lo alto de la escalera, levantaron la mirada sorprendidos ante la visión del rostro adusto del montaraz y el chico a su lado. A un leve gesto de éste, se apartaron y le abrieron las puertas de la habitación del barón.

La estancia estaba muy iluminada y, por un instante, Will miró confuso a su alrededor. Estaba seguro de haber visto cómo se apagaban las luces en esta planta mientras esperaba y vigilaba desde el árbol. Observó entonces las pesadas cortinas echadas en la ventana y lo entendió. Al contrario que las dependencias de trabajo en la planta inferior, con escasos muebles, esta habitación era un confortable revoltillo de sofás, banquetas, alfombras, tapices y butacas. El barón se hallaba sentado en una de ellas, leyendo una pila de informes.

Levantó la mirada de la hoja que sostenía cuando Halt entró con su prisionero.

—Así que tenías razón —dijo el barón, y Halt asintió.

—Tal y como dije, mi señor. Atravesó el patio del castillo como una sombra. Esquivó a los centinelas pasando inadvertido y subió por la torre como una araña.

El barón dejó el informe en una mesilla auxiliar y se inclinó hacia delante.

—¿Escaló la torre, dices? —preguntó un pelín incrédulo.

—Sin cuerda. Sin escalera, mi señor. La escaló con la facilidad con la que usted se sube al caballo por la mañana. Más fácilmente, de hecho —dijo Halt con la leve sombra de una sonrisa.

El barón frunció el ceño. Tenía cierto sobrepeso y a veces necesitaba ayuda para subirse al caballo tras una noche larga. No pareció sorprendido en absoluto de que Halt se lo recordara.

—Bien —dijo mientras miraba a Will con dureza—, esto es algo muy serio.

Will no dijo nada. No tenía la seguridad de si debía estar de acuerdo o no. Cada camino tiene sus peligros. Pero hubiera preferido que Halt no pusiera al barón de mal humor recordándole su peso. Ciertamente con aquello no conseguiría que a él le fueran mejor las cosas.

—Bueno, ¿qué vamos a hacer contigo, joven Will? —prosiguió el barón. Se levantó de su silla y comenzó a caminar. Will le observó al tiempo que trataba de calibrar su humor. El fuerte rostro barbudo no le dijo nada. El barón se detuvo y se mesó la barba, pensativo—. Cuéntame, joven Will —dijo, poniéndose de espaldas al pobre chico—, ¿qué harías tú en mi lugar? ¿Qué harías con un chico que irrumpe en mi despacho en mitad de la noche e intenta robar un importante documento?

—¡No estaba robando, mi señor! —Will explotó en el desmentido antes de ser capaz de contenerlo. El barón se giró hacia él con una ceja levantada en aparente descrédito. Will prosiguió débilmente—: Sólo… quería verlo, eso es todo.

—Quizás sea así —dijo el barón con la ceja aún levantada—, pero no has respondido a mi pregunta. ¿Qué harías en mi lugar?

Will bajó de nuevo la cabeza. Podía rogar misericordia. Podía disculparse. Podía intentar explicarlo. Pero cuadró los hombros y tomó una decisión. Conocía las consecuencias de que le cogieran. Y había decidido aceptar el riesgo. No tenía derecho ahora a suplicar el perdón.

—Mi señor… —dijo vacilante, consciente de que ése era un momento decisivo en su vida.

El barón le prestó atención, vuelto aún a medias hacia la ventana.

—¿Sí? —dijo, y Will halló de algún modo la resolución para continuar.

—Mi señor, yo no sé lo que haría en su lugar. Sí sé que no hay excusa para mis actos y aceptaré cualquier castigo que decida.

Según hablaba levantó la vista para mirar al barón a los ojos. Y al hacerlo cazó un fugaz vistazo de éste a Halt. Pudo ver que había algo en aquella mirada. Por muy raro que pareciese, era casi una mirada de aprobación o acuerdo. Vista y no vista.

—¿Alguna sugerencia, Halt? —preguntó el barón en un cuidadoso tono neutro.

Will miró entonces al montaraz. Su rostro estaba serio, como siempre. La barba entrecana y el pelo corto le hacían parecer aún más disgustado, más amenazador.

—Quizá deberíamos mostrarle el papel que tantas ganas tenía de ver, mi señor —dijo al tiempo que extraía la hoja del interior de su manga.

El barón dejó que se le escapara una sonrisa.

—No es mala idea —dijo—. Supongo que, en cierto modo, el papel deja bien claro cuál es su castigo, ¿no?

Will alternó la mirada de uno a otro hombre. Allí estaba pasando algo que no entendía. El barón parecía pensar que lo que acababa de decir era bastante gracioso. Halt, por el contrario, no le seguía la broma.

—Si usted lo dice, mi señor —le contestó sin alterarse.

El barón le hizo un gesto agitando la mano con impaciencia.

—¡Acepta una broma, Halt! ¡Acepta una broma! Bien, anda, muéstrale el papel.

El montaraz cruzó la habitación y le entregó a Will la hoja que tanto había arriesgado por leer. Al tomarla, le tembló la mano. ¿Su castigo? Pero ¿cómo sabía el barón que merecería un castigo antes de lo que acababa de pasar?

Advirtió que el barón le miraba expectante. Halt, como siempre, era una estatua impasible. Will desdobló la hoja y leyó las palabras que Halt había escrito allí.

El muchacho Will tiene potencial para ser entrenado como montaraz.

Le aceptaré como mi aprendiz.

Capítulo 6

Will contempló las palabras del papel totalmente confuso. Su primera reacción fue de alivio. No iba a recibir la condena de una vida de trabajo en el campo. Y no iba a ser castigado por sus actos en el despacho del barón. Luego, aquella inicial sensación de alivio dio paso a una súbita y persistente duda. No sabía nada de los montaraces más allá del mito y la superstición. No sabía nada de Halt, aparte de que el adusto personaje de la capa gris le ponía nervioso cada vez que se acercaba.

Ahora, al parecer, le estaban enviando a pasar todo su tiempo con él. Y no tenía nada claro que le gustara la idea en absoluto.

Observó a los dos hombres. Pudo ver que el barón sonreía expectante. En apariencia, sentía que Will debía recibir su decisión como si fueran buenas noticias. No lograba ver la cara de Halt con claridad. La profunda capucha de su capa proyectaba una sombra sobre su rostro.