Выбрать главу

– ¿Prescindir? ¡De ninguna manera! La papilla de avena es nuestro alimento básico en invierno y es más barata que el carbón. -Su tono de voz se hizo más cordial, más de igual a igual-. ¿A qué temperatura estamos?

Missy consultó el termómetro de la sala.

– ¡Cinco grados! -exclamó.

– Entonces cenaremos en la cocina y pasaremos ahí la velada -gritó Drusilla, que ya estaba aporreando de nuevo a Bach.

Envuelta en su abrigo de sarga marrón, una bufanda de lana marrón y un gorro tejido marrón, con los seis peniques del monedero de su madre metidos en el dedo de un guante de lana marrón, Missy salió de la casa y se apresuró por el pulido sendero de ladrillos hasta la verja principal. En la pequeña cesta de la compra llevaba un libro de la biblioteca; las oportunidades de hacer una escapada a la biblioteca eran escasas y poco frecuentes, y si se daba prisa nadie tenía por qué saber que había hecho algo más que ir a la tienda de tío Maxwell a buscar avena. Aquella noche su tía Livilla estaría al frente de la biblioteca, así que tendría que coger un libro de tipo edificante en lugar de una novela, pero, a los ojos de Missy, era mejor cualquier clase de libro que ninguno. Y el domingo siguiente Una estaría allí, así que podría coger una novela.

El aire estaba lleno de una fina y suave neblina escocesa que vacilaba entre niebla y llovizna y cubría de gruesas y redondas gotas de agua el seto de aligustre que bordeaba la casa denominaba Missalonghi. En el momento en que Missy puso los pies en Gordon Road, empezó a correr, y sólo redujo su marcha a un rápido caminar al llegar a la esquina, a causa de aquella punzada terriblemente dolorosa en el costado izquierdo que la atenazaba. Al aflojar el paso siempre se le calmaba la molestia, así que siguió trotando más despacio y empezó a experimentar aquel destello de felicidad que la invadía cuando se le ofrecía este placer: la oportunidad de escapar sola de los límites de Missalonghi. Reanudando de nuevo su paso nada más desaparecer la punzada, empezó a mirar los lugares familiares que Byron ofrecía en la tarde de nieblas de un corto día de invierno.

Todas las cosas del pueblo de Byron ostentaban un nombre relacionado con algún aspecto del poeta; incluso la casa de su madre, Missalonghi, cuya denominación derivaba del lugar donde lord Byron había tenido una muerte prematura. Esta peculiar nomenclatura urbana era obra del bisabuelo de Missy, el primer sir William Hurlingford, que había fundado la ciudad cuando acababa de leer Childe Harold y estaba tan contento de haber descubierto realmente una obra literaria que pudiera entender, que desde entonces había embuchado cantidades indigeribles de Byron en la garganta de todo el que conocía. Missalonghi estaba situada en Gordon Road, y Gordon Road desembocaba en Noel Street y Noel Street en Byron Street, que era la calle principal; en la parte mejor del pueblo, George Street serpenteaba varios kilómetros hasta precipitarse en el maravillosos Valle Jamison. Incluso había una diminuta calle sin salida, denominada Caroline Lamb Place, situada por supuesto al otro lado de la línea del tren (al igual que la casa llamada Missalonghi); habitaban allí una docena de mujeres de vida alegre divididas en tres casas, adonde acudían muchos visitantes masculinos del campo de trabajadores del ferrocarril, así como de la inmensa planta embotelladora de afeaba los suburbios de la zona sur del pueblo.

Una de las facetas más desconcertantes y de mayor interés del carácter del primer sir William fue que en su lecho de muerte había ordenado con todo rigor a su progenie que no interfirieran en el curso de la naturaleza alterando la función de Caroline Lamb Place. De modo que, desde entonces, ésta se había mantenido claramente a la sombra, y no debido a los castaños que poseía. De hecho, el primer sir William había practicado lo que el describió siempre como «un sistema metódico de denominar las cosas» y había puesto nombres latinos a todas sus hijas porque ello estaba bien visto en las capas más altas de la sociedad. Sus descendientes siguieron manteniendo la costumbre, por lo que había Julias, Aurelias, Antonias, Augustas; incluso una rama de la familia había intentado mejorar esta política con la llegada de su quinto hijo y había empezado a ponerles a los varones nombres de números en latín, glorificando de esta manera el árbol genealógico de los Hurlingford con un Quintus, un Sextus, un Septimus, un Octavius y un Nonus. Decimus se murió al nacer, de lo que nadie se extrañó. [1]

¡Oh, qué preciosidad! Missy se paró maravillada ante una inmensa telaraña adornada de cientos de gotitas dejadas en ella por los suaves jirones de niebla que se desplazaban palpitando desde el valle invisible del extremo opuesto de Gordon Road. Había una enorme araña peluda y brillante en medio de la tela, escoltada por su diminuto y contrito compañero del momento, pero Missy no sintió miedo ni repulsión: sólo envidia. Aquella afortunada criatura, además de ser dueña intrépida y decidida de su mundo, enarbolaba la bandera original de las sufragistas, no sólo porque dominaba y utilizaba a su marido, sino porque se lo comía después de que su utilidad quedara esparcida sobre los huevos que ella había puesto. ¡Oh, afortunada, afortunada señora araña! Puedes destruir su mundo, que ella volverá a hacerlo con serenidad siguiendo indicaciones innatas, tan bonito, tan etéreo que su temporalidad carecerá de importancia; y cuando termine la nueva tela, organizará en ella la siguiente serie de consortes, como una fiesta móvil, con el apenas robusto marido de hoy cerca del centro, y sus sucesores cada vez más pequeños a medida que se alejaban de la Madre ubicada en el centro.

¡Se hacía tarde! Missy empezó a correr otra vez, girando hacia Byron Street y dirigiéndose a la hilera de tiendas colocadas en formación a ambos lados de un bloque del centro del pueblo, pocos metros antes de que Byron Street se haba grandiosa y exhiba el parque, la estación de ferrocarril, el hotel con el frente de mármol y la imponente fachada egipcia de los Baños Termales de Byron.

Había una tienda de ultramarinos y productos agrícolas, propiedad de Maxwell Hurlingford; una ferretería propiedad de Denys Hurlingford; una sombrerería de damas propiedad de Aurelia Marshall, Hurlingford de soltera; una herrería y estación de gasolina, propiedad de Thomas Hurlingford; una panadería, propiedad de Walter Hurlingford; una tienda de telas, propiedad de Herbert Hurlingford; una biblioteca, propiedad de Livilla Hurlingford; una carnicería, propiedad de Roger Hurlingford Witherspoon; una tienda de caramelos y tabacos propiedad de Percival Hurlingford, y el Café Olimpus, propiedad de Nikos Theodoropoulus.

Como correspondía a su importancia, Byron Street estaba asfaltada hasta que convergía con Noel Street y Caroline Lamb Place; poseía un abrevadero para los caballos, de granito esculpido, donado por el primer sir William, y estacas para atar los carruajes a lo largo del tramo entoldado de tiendas. Estaba bordeada de bonitos y vetustos eucaliptos y su aspecto era a la vez tranquilo y próspero.

Había muy pocas viviendas particulares en la parte central de Byron. El pueblo vivía de los visitantes estivales ansiosos de alejarse del calor y la humedad de la llanura costera y los que en cualquier época del año esperaban mitigar sus dolores reumáticos bañándose en las aguas termales que alguna grieta geológica había situado bajo el suelo de Byron. Por ello había muchas pensiones y residencias a lo largo de Byron Street, la mayoría de ellas propiedad de los Hurlingford y regentadas por ellos, naturalmente. Los Baños Termales de Byron ofrecían grandes comodidades para quienes no escatimaban en gastos, el amplio y prestigioso Hotel Hurlingford hacía gala de baños privados para uso exclusivo de clientes, mientras que para aquellos cuyos recursos pecuniarios cubrían sólo la habitación y el desayuno en una de las pensiones más baratas, existían las piscinas, limpias aunque espartanas, del Balneario, situado a la vuelta de la esquina de Noel Street.

вернуться

[1] En inglés, Decimus está muy próximo a decimate, que significa «diezmar»