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Chaker se acuclilla a mi lado con el arma entre las piernas.

– He llamado a los chicos. Nos veremos con ellos en la granja, más arriba. No están nada, nada contentos.

Me ajusto la cazadora para calentarme.

– No me moveré de aquí -le digo.

– No me obligues a arrastrarte por los pies.

– Haz lo que quieras, Chaker. Yo no me moveré de aquí.

– Muy bien. Les voy a decir dónde estamos.

Saca su móvil y llama a los chicos. Están furiosos. Chaker se mantiene sereno; les explica que me niego en redondo a seguirle.

Cuelga, me anuncia que llegan, que pronto estarán aquí.

Me abrazo a mis piernas dobladas y, con la barbilla hundida entre las rodillas, contemplo la ciudad. La mirada se me nubla; mis lágrimas se amotinan. Siento pena. ¿Cuál? No sabría decirlo. Mis preocupaciones se funden con mis recuerdos. Mi vida entera desfila por mi cabeza; Kafr Karam, mi gente, mis muertos y mis vivos, los seres que añoro y los que me habitan… Sin embargo, de todos mis recuerdos, los más nítidos son los más recientes. Aquella señora, en el aeropuerto, consultando la pantalla de su móvil; aquel futuro papá que se deshacía de tanta felicidad; y aquella pareja de jóvenes europeos besándose… Se merecen vivir mil años. No tengo derecho a cuestionar sus besos, a trastornar sus sueños, a desmantelar sus expectativas. ¿Qué he hecho yo con mi destino? Sólo tengo veintiún años y la certeza de haber echado a perder veintiuna veces mi vida.

– Nadie te obligó -gruñe Chaker-. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

No le contesto.

Es inútil.

Pasan los minutos. Estoy congelado. Chaker no deja de ir y venir a mis espaldas; los bajos de su abrigo chasquean al viento. De pronto, se detiene y exclama:

– Ahí están.

Cuatro faros de coches acaban de dejar la carretera para tomar el camino que conduce hasta donde estamos.

Sorprendentemente, la mano de Chaker se posa sobre mi hombro, compasiva.

– Lamento que hayamos tenido que llegar a esto.

A medida que los coches avanzan, sus dedos se me hunden en la carne, haciéndome daño.

– Te voy a contar un secreto, buen hombre. Quédatelo para ti. Odio a Occidente con todas mis fuerzas. Pero, pensándolo mejor, has hecho bien en no tomar ese avión. No era una buena idea.

El chirrido de los neumáticos sobre los guijarros se expande alrededor de la roca. Oigo portazos y pasos que se acercan.

Digo a Chaker:

– Que acaben pronto. No les guardaré rencor. Además, no siento rencor hacia nadie.

Luego me concentro en las luces de esta ciudad que no he sabido descubrir por culpa de mi ira contra los hombres.

Yasmina Khadra

***