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La llaman a comer otra vez. Antonia le dice que baje, que "mamá está furiosa". Y "mamá" furiosa mete miedo.

21

Un tiempo después de haberse mudado a Altos de la Cascada, Carla aceptó la sugerencia de Gustavo y se anotó en el curso de Bellas Artes que se dictaba en el house del club, los miércoles a las dos de la tarde. Gustavo venía insistiendo desde hacía un tiempo. No le preocupaba que su mujer desarrollara ninguna habilidad especial para la pintura, que por otra parte no tenía, sino que lograra integrarse, "hacer amigas para ir armando una vida social nueva", según sus propias palabras. Una vida social diferente de aquella de la que venían huyendo. El Tano le había pasado el dato del curso. Carla hubiera preferido ir a la Capi tal y terminar su carrera inconclusa, arquitectura, pero Gustavo no estaba de acuerdo. "Vas a hacer un sacrificio tremendo, a vos siempre te resultó muy difícil la carrera. Y cuando tengamos el primer hijo largas todo, yo te conozco." Ella sabía que el hijo era una promesa que él no podía hacerle. Pero terminar la carrera era una promesa que ella tampoco estaba segura de cumplir.

Mientras Carla apenas si conocía a dos o tres mujeres de amigos de Gustavo, él ya estaba totalmente integrado. Para Gustavo era más fácil, le gustaba el deporte, y eso en Altos de la Cascada allana el camino a la amistad. También los hijos allanan el camino. Pero hijos no había. Carla era muy distinta de Gustavo. Tímida, retraída, casi temerosa de los demás. Varias veces conocidos de Gustavo intentaron integrarla invitándola a distintos eventos, pero ella siempre encontraba una excusa. Le quedaban sólo dos amigas de su época del colegio, una vivía en Bariloche y la otra no sabía dónde, porque desde que Gustavo había discutido con violencia con su marido ya ni se acordaba por qué, no habían vuelto a verse. Y los demás, siempre fueron relaciones de Gustavo. La tendencia a la reclusión de Carla se acentuó después de que perdieron un embarazo de cinco meses, la vez que más duró un hijo dentro de su cuerpo, y de lo que ninguno de los dos quería hablar.

El miércoles a las dos de la tarde Carla partió hacia su primera clase de pintura. La profesora, Liliana Richards, que también vivía en Altos de la Cascada, le presentó al resto del grupo. Parecía que se conocían de toda la vida, aunque con el tiempo Carla supo que la mayoría de ellas no llevaba en La Cascada más que dos o tres años. A algunas de las mujeres las conocía de vista. Las debía haber cruzado en la proveeduría, o en el restaurante del house, ya que otros lugares del barrio ella no frecuentaba. Con algunas creía haber estado cenando una noche, en casa de los Scaglia. Liliana hizo para Carla una breve introducción sobre las técnicas que estaban aplicando, y se encargó de aclarar que lo que se hacía en su taller no eran "pátinas, ni decoupage, ni esténciles, ni ninguna de esas técnicas menores". En su taller se hacían "cuadros". Y a Carla le sorprendió la palabra utilizada. Carmen Insúa interrumpió: "Ah, hablando de cuadros, tenés que venir a ver el Labaké que me compré, Lili".

Cuando terminó la clase, una de las mujeres se ofreció a llevarla hasta su casa. Carla era la única que había ido a pie. Su casa estaba a unas pocas cuadras y le hubiera gustado hacerlas caminando, pero le pareció descortés rechazar el ofrecimiento. Su compañera le pidió disculpas por cierto desorden que había en el auto, y le contó que tenía tres hijos, y que en cualquier momento se decidiría a tener el cuarto. "¿Y vos? ¿Cuántos tenés?" "No, nosotros todavía no tenemos", dijo Carla. "Bueno, no esperes tanto que una nunca sabe cuánto trabajo le va a dar quedar embarazada", sentenció.

El miércoles siguiente Carla empezó a dibujar sobre la tela. Al fin estaba entusiasmada, en pocos días Gustavo cumpliría años y pensó que su primer cuadro sería un regalo muy significativo para él. La profesora dijo que en una primera etapa dejara salir lo que quisiera. Y Carla sólo pudo dibujar rayas. El miércoles siguiente también fueron sólo rayas. Unas rayas negras, de distintos grosores, que sus compañeras miraban sin hacer comentarios. A su lado, Mariana Andrade pintaba un bodegón. Era una mesa iluminada sobre la que había un mantel, una jarra volteada de la que no chorreaba ningún líquido, unas manzanas, una botella, algunas uvas. A Carla le sorprendió que alguien pudiera dibujar una manzana tan parecida a una manzana. Dorita Llambías, que hasta ese momento trabajaba sobre su tela aparentemente ajena a lo que hacía su compañera, dijo: "¿Qué estás copiando hoy, Mariana, un Lascano?". Mariana la miró con fastidio y recién entonces Carla vio la lámina que tenía sobre el regazo y que le servía de modelo. Liliana se acercó a la lámina. "Eso no es un Lascano. Es una mala copia." Carla sintió algo de pudor por haber pensado que la manzana de Mariana era tan perfecta, cuando para la profesora ni siquiera el modelo copiado lo era. Dorita la llamó desde su caballete. "Carla, a ver, vos que no conoces mis cuadros anteriores, decime qué te parece esto." Carla se acercó y vio una especie de llanura, a la que para su gusto se le notaban demasiado las pinceladas, con un cielo lleno de nubes, a las que también se le notaban demasiado las pinceladas. Entre las nubes podían adivinarse formas de pies y manos de distintos tamaños. Lo dijo así, tal como lo veía. "Sí, es fatal, siempre me aparece lo mismo. A mí me sale todo para el lado del surrealismo. Porque no necesito copiar, ¿entendés?"

Carla entendió y volvió a sus rayas. Se quedó mirándolas. Se preguntó qué serían, y por qué le salía eso de adentro, y no pies y manos envueltos en nubes. No sabía siquiera si lo que pintaba tenía algún valor estético. Liliana le había dicho que por el momento no se preocupara por eso. Pero le empezaba a parecer que en realidad sí importaba y que estaba teniendo con ella una descarada consideración de principiante. Pensaba en esto cuando Mariana dijo: "Yo que vos, intento por el lado de los bodegones. O de las naturalezas muertas, o las frutas, algo por el estilo. No conozco tu casa, pero dudo que esto pegue con tu living". Se acercó y agregó en un tono más bajo: "Fíjate lo de Dorita, mucho surrealismo, mucho surrealismo, pero lo que hace no lo podes colgar ni en el baño".

El miércoles siguiente era el té mensual "de las chicas de pintura". Tocaba esta vez en lo de Carmen Insúa, y no faltó nadie. La clase terminó cinco minutos antes para dejar todo listo y limpio antes de ir. Carla fue en el auto de Mariana, y se les sumó Dorita, que tenía la camioneta haciendo el service de los siete mil kilómetros. Hicieron las seis cuadras casi calladas. Carla sólo recuerda que una de las mujeres dijo: "Espero que el té sea té". Y la otra no le contestó, aunque hizo un gesto condenatorio.

Estacionaron detrás del auto de Liliana, y detrás de ellas las otras. Seis autos y nueve mujeres que estacionaron lo más cerca de la banquina posible para evitar que el personal de seguridad las interrumpiera en medio del té porque alguna impedía el paso.

La mesa estaba lista, impecable. Vajilla Villeroy Bosch sobre mantel de hilo blanco. Sandwiches, bocaditos, a un costado una mesa auxiliar con un lemon pie, y un cheese cake. Y un poco más allá una bandeja con copas y dos botellas de champán en hieleras de plata con el hielo picado, que Mariana se encargó de señalarle a Carla, con un gesto parecido al suspiro del auto, como si ella supiera. "¿No prefieren tomar algo fresco en vez de té?", dijo Carmen mientras se servía una copa de champán. Dorita y Liliana cruzaron miradas. "Che, me encanta el cuadro. Muy sobrio", dijo Mariana señalando el Labaké. Y Liliana, por lo bajo, le dijo a Dorita: "¿Dijo 'sobrio', la boluda, no te puedo creer?". "¿Y a vos qué te parece, Lili?", preguntó Carmen, ansiosa. Liliana se tomó un tiempo y después dijo: "Es una obra que está bien. Está bien". Carmen pareció aliviada y dijo: "¿Sabes que me dijo el marcharía que ya vale un veinte por ciento más que cuando lo compré?". "Sí, puede ser, hay gente que no te explicas por qué les va tan bien con tan poco. Será que su virtud es ver la veta, ¿no?", dijo Liliana mientras se metía un bocadito en la boca. "¿Pero Labaké no ganó el último Salón Nacional de Pintura?", aclaró Carmen, algo preocupada, "eso me dijeron cuando lo compré." "¿Y te crees que eso no está arreglado? ¿Me pasas el té?", dijo Liliana.