25
Romina y Juani llegan a la plaza una noche. Ya no son chicos, pero siguen yendo a la plaza. Allí se conocieron. Se sacan los rollers. De la mochila sacan la cerveza. Dos botellas de medio litro cada uno. O tres. A veces la de litro. Lo que consigan. Toman. Se ríen. Pasa un guardia. Lo saludan. Esperan que pase. Toman más cerveza. Se ríen. "¿Empezamos?", dice ella. "Dale", dice Juani. Romina busca una rama, gruesa, que sirva de lápiz. Dibuja en la arena una línea con curvas y contracurvas. "Una víbora", dice Juani. "No soy tan obvia." "Un fideo tirabuzón", dice él. Ella se ríe. "No, boludo." "La rama de un sauce llorón eléctrico." "No." "Un resorte." "No, dale, pone un poco de onda." Juani piensa, la mira. Se queda mirándola. "Tu pelo, no, tu pelo es lacio", se lo toca. Deja su mano sobre el pelo de ella. "Me rindo", dice él. "¿Qué es?" "Lo que tengo dentro del estómago; no sé cómo se llama, pero es así", dice Romina y vuelve a trazar la línea serpenteante sobre la arena. Se miran. Toman cerveza. Se miran mientras toman cerveza. Juani se acerca y la besa. La boca de Romina tiene todavía el sabor de la bebida. Ella le acaricia la cara. "Nosotros somos amigos", dice ella. "Amigos", dice él. "No quiero ser como ellos", dice Romina. "No sos como ellos." "Tengo miedo de que si dejamos de ser amigos…, ¿entendés?" "Sí", dice él. "Ahora te toca a vos", dice ella y le da la rama. Él dibuja un círculo y dentro del círculo dos puntos. "Un botón." "No." "La nariz de un chancho", grita ella segura de que acertó. "Ni ahí." Romina observa el dibujo desde distintos ángulos. "¿Un enchufe?" "Perdiste." Ella espera una explicación. "Somos nosotros dos", dice Juani señalando los dos puntos, "detrás de la pared". "¿Detrás o frente a la pared?", dice ella. "Es lo mismo." "No, no es lo mismo, ¿viste ese dibujo que te muestran y tenés que decir si ves una mujer vieja o una mujer joven?" "Sí, yo vi la joven", dice él. "La pared de La Cascada es lo mismo", dice Romina y recorre el círculo con la rama. "Uno puede mirar lo que la circunferencia deja adentro o puede mirar lo que deja afuera, ¿entendés?" "No." "¿Cuál es el adentro y el afuera?" Juani la escucha, pero no dice nada. "¿Nos encerramos nosotros, o encerramos a los de afuera para que no puedan entrar? Como lo cóncavo y lo convexo." "¿De qué hablas, borracha?", Juani la empuja con su botella casi vacía. Romina se ríe. Toma cerveza. "Sos muy bestia, Juano. Una cuchara, ¿no viste una cuchara?", pregunta y muestra su mano imitando la forma de la cuchara en el aire, "¿una cuchara es cóncava o convexa?" Juani se ríe, se le cae la cerveza de la boca. "No tengo la más puta idea…" "Depende de qué lugar la mires", aclara ella, y señalando palma y dorso de la mano dice: "cóncavo… convexo". Juani dice: "Ah…", y se ríe porque no entendió. Ella también se ríe, vacía una botella en su boca y la tira a un costado. Borra la circunferencia con la palma de la mano, se para y va a hamacarse. Juani la sigue y se hamaca junto a ella. Cada vez más alto. Se ríen. Sus pies descalzos se elevan sobre sus cabezas. Se miran cada vez que llegan arriba. Miden quién llega más alto. Un poco más alto todavía. Juani dice: "Ahí voy", y se tira. Cae y se levanta. La espera sobre la arena. Romina se hamaca una vez más. Se tira también. Cae en la arena de rodillas junto a él. Cae sobre una botella de cerveza vacía. La botella se parte. Romina grita. La sangre empieza a salir y se mezcla con la arena. La arena se mezcla con la sangre. Juani no sabe qué hacer. Los dos tienen miedo. El la levanta sobre su hombro. Abraza sus muslos con fuerza y siente la sangre de Romina sobre su pecho. Romina grita y llora. Se abraza al cuello de Juani, la cabeza colgando sobre su espalda, su pelo negro bamboleándose mientras él corre cargándola. Corre descalzo. Busca ayuda tan rápido como puede. Siente su camisa tibia y húmeda pegada al pecho. Sigue corriendo. Empieza a quedarse sin aire. Se agita. Aminora la marcha y se da cuenta de que no sabe hacia dónde está yendo.
26
Fueron en dos autos. Lala había propuesto ir juntas, charlando, pero Carla prefirió ir por su lado. Estaba apurada, tenía que ir al súper, un trámite que cada día la deprimía más, pero la heladera estaba vacía y Gustavo se iba a volver a quejar. No le gustaba cuando se quejaba, tenía miedo de que no pudiera parar. Y ella lo conocía cuando no podía parar. Cada vez que no pudo parar terminaron mudándose. Además, necesitaba mantener el humor de Gustavo de los últimos tiempos, porque ella tenía que decirle cosas importantes, cosas que a él no le iban a gustar. Tenía que decirle que había decidido volver a trabajar, en lo que fuera, salir de la casa. Ya había empezado a hacer llamados, mandar mails, pero no se lo había dicho. Pronto se lo diría. Por eso no era bueno que se enojara por algo que nada tenía que ver con ella. Y sospechaba que el trámite con Lala le llevaría más tiempo que el que ella podía perder. De camino a la veterinaria Carla escuchó en la radio que el vicepresidente de la Nación acababa de renunciar. Sintió pena, a ella le gustaba, pero no lo decía porque sabía que a muchos en Altos de la Cascada no. Le daba ternura que tuviera dificultad para pronunciar la erre. Había renunciado porque no se investigaban los sobornos en el Senado de la Nación. O eso parecía. No es tan fácil atribuir un solo motivo a quien renuncia a algo, pensó.
Llegaron al estacionamiento de la veterinaria casi juntas. Lala había ido con Ariel, su hijo mayor, de diecisiete años. El chico parecía fastidiado. Tal vez no le gustara que su madre pidiera prestada una tarjeta de crédito para comprarse un perro en cuotas, pensó Carla. A ella le fastidiaría. Pero ella no tenía madre desde hacía tanto tiempo que con tal de tenerla se lo hubiese perdonado. Como le hubiese perdonado el abandono a su suerte con ese padre que descargaba en ella lo que no podía descargar sobre la mujer que lo había dejado. O haberse casado con Gustavo siendo tan chica, casi sin conocerlo, sólo para escapar de quien había escapado ella.
Todavía no entendía cómo había dicho que sí tan rápidamente cuando Lala la llamó. "¡No sabes lo que es! A Ariana le encantó y se lo quiero dar por su cumple", le había dicho Lala antes de pedirle la tarjeta. "Yo le dije a Martín todo junto no podemos, pero en seis cuotas ni lo vamos a sentir. Y estuvo de acuerdo pero me dijo que justo había habido no sé qué error con la tarjeta y el banco y la tenemos suspendida. Según Martín lo arreglan de un momento a otro, pero se pasan los días y nada. Los del banco son así. Claro, ellos no tienen apuro, a ellos qué les importa." A Carla tampoco le importaba, pero ahí estaba. Cuando se lo dijo a Gustavo casi la mata. "Si fuera para remedios o comida, pero para un perro… Carla, ¿tanto te cuesta decir que no?" Y él sabía que sí. Porque él la había escuchado decir muchas veces no, y basta, y no sigo más, pero seguía. "¿No sabes que Martín está quebrado?", le había dicho Gustavo, y ella no sabía, y estaba segura de que Lala tampoco sabía. "No puede no saber, es la mujer", dijo Gustavo. Y eso qué tiene que ver, pensó ella, pero no se lo dijo. Gustavo le contó que desde hacía unos meses los Urovich sólo pagaban lo imprescindible, las compras del día a día, los servicios que te pueden cortar por falta de pago, luz, gas, teléfono. Que la obra social se la pagaba el Tano Scaglia desde que tuvo el garrón de bancar la operación de apéndice de Ariana, "pagarle todos los meses la cuota le sale más barato". Las expensas del club hacía rato que no las pagaban. El colegio de los chicos sí, aunque el Tano le había aconsejado que no lo pagara, "porque no te pueden echar a los chicos en la mitad del año, lo prohíbe no sé qué ley del Ministerio de Educación, vos pagas la inscripción, el primer mes si te parece, y después los mandas todo el año tranquilo que no puede pasar nada, eso es lo que hizo Pérez Ayerra un año que anduvo mal de guita y después terminó arreglando por la mitad". Pero Martín no quiso. "Para que Lala no se enterara", dijo Carla. "No se entera porque no quiere." "Ella debe tener previsto de dónde va a sacar la plata, no me va a cagar." "No intencionalmente, de pelotuda nomás, las minas cuando quieren hacerse las pelotudas…" Y Carla no lo escuchó más, ella ya había dicho que sí y en ese punto era mucho más fácil sacar la tarjeta y pagar que volverse atrás.