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– Admito que ha habido muchas mujeres en mi vida. No puedo cambiar el pasado, pero sí controlar el futuro, y te quiero.

Ella enderezó la espalda.

– No te creo. Puede que ahora pienses que me amas, pero no durará.

Will se acercó y le agarró los brazos.

– No me digas a mí lo que siento ni me digas lo que va a durar. ¡Maldita sea! ¿Qué quieres de mí?

– Quiero más -gimió ella. Se apartó-. No sé lo que quiero, pero no quiero sentirme obligada a vivir aquí porque no puedo pagar un abogado. No quiero saber que sólo quieres casarte conmigo por tu padre. Quiero más.

Will se sentó en la cama y se frotó los ojos.

– Lo quieres a él, ¿verdad? Prefieres vivir en un mundo de fantasía con un hombre que nunca vas a tener, que llevar una vida real conmigo.

– Tú no sabes nada de él -murmuró ella-. Sólo quiero más de una relación de lo que tú puedes darme. Quiero saber que no me harán daño ni me decepcionarán. Prometí quedarme tres meses y no he durado ni uno, pero sé lo que siento y más tiempo no me va a hacer cambiar de idea.

Will asintió con resignación.

– Entiendo. Tú tienes tu vida y yo la mía. Y ese contrato se firmó hace mucho -se frotó el cuello-. ¿Sin rencores?

– Sin rencores -musitó ella, atónita por su cambio de humor. Era lo que él hacía siempre que terminaba una relación: retirar sus afectos con frialdad y adoptar una fachada de indiferencia.

– ¿Adónde irás? -preguntó él.

Jane se encogió de hombros.

– No lo sé. Lisa me ofreció su sofá. O puedo ir a casa de mis padres. Da igual.

Will se levantó de la cama.

– Quiero que me llames si necesitas algo. Quiero que seamos amigos.

– Tal y como empezamos -se puso de puntillas y lo besó en la mejilla-. Adiós, Will.

Tomó la bolsa y salió de la habitación sin molestarse en guardar el resto de sus cosas. Después de todo, lo que de verdad tenía que salvar al alejarse era su corazón.

Capítulo 8

El solar hervía de actividad cuando llegó Will. Habían empezado las excavaciones porque querían iniciar el proyecto en serio antes de fin de año, pues ya llevaban tres meses de retraso. Y tenía que agradecer que el proyecto le consumiera tanto tiempo, porque evitaba que pensara demasiado en Jane.

Se apoyó en la puerta del coche y miró la grúa que colgaba sobre el solar. Hacía más de un mes que ella se había ido y aún no había conseguido aceptar lo ocurrido, pero sabía que no lo quería y que no podía hacer nada para cambiar eso. La atracción de lo inalcanzable era para ella más fuerte que la posibilidad de un futuro con un hombre que tenía al lado.

– Pensé que te encontraría aquí.

Will se volvió hacia su padre, que se acercaba con un casco en la mano. Se lo tendió a su hijo.

– La seguridad ante todo -bromeó.

– Te dije que vendría yo, que no hacía falta que vinieras tú.

– Quería hablarte fuera del despacho.

– ¿Qué pasa ahora? Porque te advierto que no estoy de humor para otra pelea.

– Pues me parece que vas a necesitar tapones además del casco, porque no te va a gustar lo que voy a decir -Jim McCaffrey hizo una pausa-. No creo que sea buena idea que te cases con esa chica. Su padre es amable, pero no podría pasar otra festividad con su madre. Y esto de la Navidad… Si os casáis, su madre no puede decidir dónde tiene que pasarla. Jane y tú no estuvisteis juntos en Nochebuena.

Will soltó una risita.

– No tienes de qué preocuparte, papá. Jane me dejó el día después de Acción de Gracias y no he vuelto a verla.

– ¿Te dejó hace más de un mes y no has dicho nada?

– Sí. Supongo que no quería oír el sermón de siempre sobre que arruino mi vida.

Jim frunció el ceño.

– Lo siento. Pero puede que sea para bien. Dicen que una mujer acaba pareciéndose a su madre -se estremeció-. Y dentro de veinte años, Jane sería igual que la suya.

Will lo miró con rabia.

– ¿Por qué hablas así de ella si no la conoces? Es buena y sensible. Y es lo mejor que me ha pasado en la vida.

– Puede que lo creas así, pero…

– Me da igual lo que tú pienses, así que déjame en paz.

Jim movió la cabeza.

– Estaba equivocado. No debo presionarte en un tema tan importante como el matrimonio. Esta mañana he hablado con Ronald y le he dicho que te nombraré presidente ejecutivo en abril. Lo ha entendido y me ha asegurado que cuentas con todo su apoyo.

Will miró a su padre con la boca abierta.

– ¿Así sin más? ¿Sin ataduras ni exigencias?

– Así sin más. Mañana empezaremos a planear la transición. El proyecto de Denver es tuyo.

Will levantó la mano.

– Espera, no sé si quiero el puesto.

– ¿Qué?

– He estado pensando en montar algo por mi cuenta.

. -¿Y por qué? Yo te doy todo lo que he pasado mi vida construyendo -le dio una palmada en el hombro-. Acéptalo antes de que cambie de idea y luego sigue adelante con tu vida. El pasado es el pasado.

Will pensó que su padre tenía razón. No podía pasarse la vida lamentando lo que no podía tener. Era preciso seguir adelante.

– ¿Seguro que deberíamos estar aquí? -susurró Lisa.

– Tengo que recoger el resto de mis cosas -Jane metió la llave en la cerradura-. ¿Quieres que lo haga con él aquí?

– ¿Y por qué no las dejas? ¿Qué es eso tan importante sin lo que no puedes pasar?

– Mis plantas -respiró hondo-. Tengo que desactivar la alarma. Espero que no haya cambiado la clave.

– ¿Y si lo ha hecho?

– Entonces corremos -abrió la puerta, introdujo rápidamente los números que le había dado Will la noche que llegó allí y comprobó con alivio que seguían siendo válidos-. Ya está.

– Esto no me gusta nada.

– No hacemos nada ilegal, tengo llave -tiró de Lisa hacia las escaleras-. Pero Thurgood tiene que estar por aquí y suele venir a la puerta cuando oye a alguien fuera.

Subió rápidamente las escaleras.

– Vamos a buscar las plantas y nos marchamos.

Cuando llegó a su antigua habitación, se detuvo de repente, con la atención fija en un ruido sordo.

– ¿Qué es eso?

Se volvió y vio a Thurgood en la puerta del cuarto de Will, cuya jamba golpeaba con la cola. Se acercó a ella y Jane le rascó las orejas.

– Buen perro.

– Deja de jugar con el perro -susurró Lisa. Abrió la puerta.

Jane entró en la estancia. Sus plantas estaban exactamente donde las había dejado.

– Están vivas -comentó. Introdujo un dedo en la tierra de Anya-. La ha regado, tienen buen aspecto -reprimió una emoción repentina-. Las ha cuidado bien.

Lisa sacó unas bolsas de plástico del bolsillo del abrigo y se las pasó.

– Yo me encargo de las plantas, tú recoge tu ropa y las cosas del baño.

– No puedo creer que las haya regado.

– Date prisa -susurró su amiga-. No quiero estar aquí más tiempo del necesario.

Jane salió de la habitación y fue al cuarto de baño del pasillo, pero cuando abrió la puerta, se encontró de bruces con un pecho desnudo. Soltó un grito y retrocedió un paso.

– ¿Jane?

– Will -murmuró ella. Él llevaba sólo unos calzoncillos de seda y nada más-. ¿Qué haces aquí?

– Vivo aquí -sonrió él-. ¿Qué haces tú?

– He venido a recoger mis cosas. No esperaba encontrarte aquí a estas horas. -¿Qué narices pa…?

Los dos miraron a Lisa, que salía del dormitorio. Ésta abrió mucho los ojos. -Hola, Will.

– Hola.

– Quiero que sepas que no ha sido idea mía.

– No sabíamos que estarías en casa – explicó Jane-, o no habríamos venido.

– Anoche me acosté muy tarde y esta tarde salgo en viaje de negocios para Denver -musitó él-. Seguramente pasaré mucho tiempo allí si conseguimos el proyecto. Tengo buenas noticias. Mi padre me deja la compañía desde el uno de abril.