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– Lo recuerdo.

Volvió a tomarle la mano y la acercó a su boca para besarle los dedos.

– ¿Cómo te encuentras? -preguntó de nuevo.

– Bien -repitió ella-. Ocupada con el trabajo. Estoy buscando otro apartamento. Creo que Lisa y Roy empiezan a cansarse de tenerme aquí.

Will la miró sorprendido.

– Pensaba que querías mudarte.

– Eso también está todavía en el aire, no he tomado una decisión.

– Yo puedo ayudarte a buscar apartamento -se ofreció él-. Trabajamos con varias inmobiliarias. Cuando estés preparada…

– Te llamaré -terminó ella.

Él miró a su alrededor con nerviosismo.

– Supongo que debería irme. Sólo quería traerte esto y ver cómo estabas.

– Estoy bien.

Will se levantó y echó a andar hacia la puerta, pero cambió de idea y volvió al sofá.

– Jane, sé que sigues enamorada de él y comprendo que te resulte difícil olvidarlo porque no creo que yo pueda olvidarte en mucho tiempo.

– Will…

Él volvió a sentarse y colocó una mano en los labios de ella.

– No necesito explicaciones ni promesas. Sólo quiero decirte que tu felicidad es lo que más me importa en el mundo y si no puedes ser feliz conmigo, quiero que lo seas con ese otro hombre -entrelazó los dedos de ella con los suyos-. ¿Está casado? ¿Es por eso por lo que no podéis estar juntos?

Jane negó con la cabeza. -No.

– Eso está bien.

– ¿Por qué?

– Porque necesitas ir a él. Si no sabes dónde está, te ayudaré a buscarlo, pero tienes que decirle lo que sientes y que él te diga lo que siente. Hasta que no hagáis eso, no podrás seguir adelante con tu vida.

– ¿Y si él siente lo mismo?

Will se encogió de hombros.

– Pues tendré que aceptarlo. Pero espero que no sea así y que tú te des cuenta de que lo que tienes conmigo es mejor que nada de lo que puedas tener nunca con él.

– Yo sé dónde está -dijo ella-. Supongo que puedo ir a hablar con él.

– Eso está bien -Will la miró a los ojos y ella pidió en su interior que la besara.

Cuando lo vio levantarse, intentó ocultar su decepción y lo acompañó a la puerta.

– Gracias por venir.

– Voy a traerte el DVD.

– No -dijo ella, decidida a qué ésa no fuera la última vez que se vieran-. Puedes hacerlo la próxima vez.

Will sonrió.

– De acuerdo. Hasta la próxima vez – le apretó la mano y salió al pasillo. Jane cerró la puerta y se apoyó en la madera.

– ¿Se ha ido? -preguntó Lisa.

– Sí.

– ¿Qué tal? ¿Habéis arreglado algo?

– No, pero por lo menos seguimos siendo amigos. Y supongo que, si quiero algo más, tendré que elegir entre Will y el otro hombre de mi vida.

– ¿Qué otro hombre?

Jane volvió al sofá.

– No hay otro.

Lisa frunció el ceño.

– ¿Me he perdido algo?

– Will cree que estoy enamorada de otro desde la universidad. Al parecer, mi madre leyó mis diarios y le dijo a Will que en la universidad estaba enamorada de un chico que respondía a las iniciales de P.C.

– Pero en la universidad estabas enamorada de él.

– Exacto. P.C. Príncipe de Cuento. Yo lo llamaba así en mis diarios.

– Y Will cree que estabas enamorada de…

– De otro. Y ahora quiere que lo busque y le diga lo que siento, porque no puedo avanzar con él hasta que deje atrás al otro.

– ¿Y a cuál de los dos amas?

– A los dos. Al que conocía entonces y al que conozco ahora -Jane sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, pero no intentó contenerlas-. Lo quiero, pero creo que no me había dado cuenta hasta esta noche.

– ¿Y me dejarás ser dama de honor? – preguntó Lisa-. Y no me digas que tienes que preguntárselo a tu madre.

Jane sonrió entre lágrimas.

– Si me caso con Will, creo que me fugaré con él a Las Vegas.

Lisa la miró horrorizada.

– Si te casas en Las Vegas, tu madre no te lo perdonará nunca, y yo tampoco.

Jane se echó a reír y Lisa la acompañó. Todo saldría bien. Por primera vez desde que empezara aquel lío, Jane creía que Will y ella podían tener una oportunidad juntos. Sólo había que buscar el modo de que eso ocurriera.

Capítulo 9

Will paseaba por su despacho con la vista fija en la agenda abierta en su mesa. Había contado los días desde la última vez que viera a Jane hasta parar en el cuatro de febrero.

– Ni muy pronto ni muy tarde -murmuró. Diez días eran un periodo razonable.

Dejó de pasear y miró el teléfono. ¿Por qué no llamarla y acabar de una vez?

Se sentó a su mesa, marcó el número de Lisa y esperó.-¿Diga?

– Hola, Roy, soy Will McCaffrey.

– Hola, Will. ¿Cómo estás?

– Bien. ¿Está Jane por ahí?

– Espera un momento. Está ayudando a Lisa con la cena.

Will oyó a Roy gritar el nombre de Jane y un momento después el ruido sordo de una mano en el auricular.

– Hola -dijo al fin la voz de ella.

– Hola. ¿Qué tal?

– Bien, Will. ¿Y tú?

Él decidió ignorar la pregunta e ir directo al grano.

– ¿Tienes planes para San Valentín?

Hubo un silencio y Will contó los segundos. Le pareció que pasaba una vida, pero en realidad sólo había contado hasta tres cuando ella volvió a hablar.

– No.

– ¿Quieres salir conmigo? Podemos ir a cenar y a bailar. Te gusta bailar, ¿no?

– Sí.

Will gimió en su interior. Aquello no iba bien en absoluto. Jane no se mostraba entusiasmada precisamente.

– ¿Qué me dices?

– De acuerdo. Puede ser divertido. ¿A qué hora?

– Te recogeré a las siete. ¿Te parece bien?

– Muy bien. Hasta entonces, Will.

– Adiós -colgó el teléfono y apoyó la frente en la superficie fría de su mesa.

– ¿Se encuentra bien?

Will levantó la vista, con la barbilla apoyada en la mesa. La señora Arnstein estaba de pie en la puerta.

– Estoy bien -contestó. Creía que ya se había marchado.

– Esperaba al agente de viajes con el billete para Denver -entró y dejó el billete de avión en la mesa-. Sale el lunes por la mañana y vuelve el sábado a media tarde.

Will se enderezó en la silla.

– Creía que volvía el viernes. El sábado es San Valentín.

– Han llamado para cambiar la reunión del viernes con los arquitectos por una cena. Dicen que se prolongará y no he podido conseguir vuelo para el sábado por la mañana. No sabía que tuviera planes para San Valentín.

– Supongo que llegaré a tiempo.

– ¿Algo más? -preguntó ella.

– Sí. ¿Conoce un buen lugar para ir a bailar en esta ciudad? Y me refiero a un sitio anticuado, con banda de música que toque canciones antiguas románticas. Un lugar para bailar lento.

La señora Arnstein sonrió.

– Ahora mismo no se me ocurre, pero puedo indagar.

Salió del despacho y Will se recostó en su silla y enlazó las manos detrás de la cabeza. La cena era fácil, conocía unos cuantos restaurantes buenos. Su secretaria trabajaba en el aspecto del baile.

– Flores -murmuró. Rosas inglesas, por supuesto. Un ramo grande en crema y amarillo.

Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó la cajita de terciopelo que tenía por costumbre llevar consigo. La abrió y sacó el anillo de diamantes. Unas semanas atrás, pensaba que su compra había sido un gran error, pero por primera vez desde que Jane se marchara de su casa, tenía motivos para esperar que el anillo pudiera acabar un día en su dedo.

– Es la segunda vez que hacemos esto y la primera no me gustó -protestó Lisa. Jane sacó una bolsa de comestibles del asiento de atrás del coche de su amiga y se la pasó.

– Sólo necesito que me ayudes a meter todo esto y luego puedes irte sin participar en mi delito.

Lisa la siguió de mala gana por los escalones de la casa de Will.