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3-3-1931.

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Todo el día, en toda su desolación de nubes leves y tibias, ha sido ocupado por las informaciones de que había una revolución. Estas noticias, falsas o ciertas, me llenan siempre de un desaliento especial, mezcla de desdén y de náusea física. Me duele en la inteligencia que alguien crea que altera algo agitándose. La violencia, sea la que fuere, ha sido siempre para mí una forma desencajada de la estupidez humana. Además, todos los revolucionarios son estúpidos como, en menor grado, porque menos incómodo, lo son todos los reformadores.

Revolucionario o reformador, el error es el mismo. Impotente para dominar y reformar su propia actitud para con la vida, que es todo, o su propio ser, que es casi todo, el hombre huye hacia el querer modificar a los demás y al mundo exterior. Todo revolucionario, todo reformador es un /evadido/. Combatir es no ser capaz de combatirse. Reformar es no tener enmienda posible.

El hombre de sensibilidad justa y recta razón, si se encuentra preocupado con el mal y la injusticia del mundo, busca naturalmente enmendarla, primero, en aquello en que más cerca se manifiesta; y eso lo encontrará en su propio ser. Esa obra le llevará toda la vida.