Todo reside, para nosotros, en nuestro concepto del mundo; modificar nuestro concepto del mundo es modificar el mundo para nosotros, es decir, es modificar el mundo, pues nunca será, para nosotros, sino lo que es para nosotros. Esa justicia íntima debido a la cual escribimos una página fluyente y bella, esa reforma verdadera mediante la que tornamos viva a nuestra sensibilidad muerta -esas cosas son la verdad, nuestra verdad, la única verdad. Lo demás que hay en el mundo es paisaje, marcos que encuadran sensaciones nuestras, encuadernaciones de lo que pensamos. Y lo es, ya sea el paisaje colorido de las cosas y de los seres -los campos, las casas, los carteles y los trajes-, ya sea el paisaje incoloro de las almas monótonas, que sube un momento a la superficie en palabras viejas y gestos gastados, y baja otra vez al fondo en la estupidez fundamental de la expresión humana.
¿Revolución? ¿Cambio? Lo que yo quiero de verdad, con toda la intimidad del alma, es que cesen las nubes átonas que enjabonan cenicientamente al cielo; lo que yo quiero es ver al azul empezar a surgir de entre ellas, verdad segura y clara porque nada es ni quiere.
8-4-1931.
438
Si considero atentamente la vida que viven los hombres, nada encuentro en ella que la diferencie de la vida que viven los animales. Unos y otros son lanzados inconscientemente a través de las cosas y el mundo; unos y otros se entretienen con intervalos; unos y otros recorren diariamente el mismo trayecto orgánico; unos y otros no piensan más allá de lo que piensan, ni viven más allá de lo que viven. El gato se revuelca al sol y allí duerme. El hombre se revuelca en la vida, con todas sus complejidades, y allí duerme. Ni uno ni otro se libera de la ley fatal de ser como es. Ninguno intenta levantar el peso de ser. Los mayores de entre los hombres aman la gloria, pero la aman, no como a una inmortalidad propia, sino como a una inmortalidad abstracta, de la que quizás no participen.