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Casi me culpo de estar escribiendo estas medias reflexiones a esta hora en que de los confines de la tarde sube, coloreándose, una brisa ligera. Coloreándose no, que no es ella la que se colorea, sino el aire en el que boga insegura; pero, como me parece que es ella misma la que se colorea, es eso lo que digo, pues por fuerza he de decir lo que me parece, visto que soy yo.

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El mundo es de quien no siente. La condición esencial para ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad. La cualidad principal en la práctica de la vida es aquella cualidad que conduce a la acción, es decir, la voluntad. Ahora bien, las dos cosas que estorban a la acción son la sensibilidad y el pensamiento analítico, que no es, a fin de cuentas, más que el pensamiento con sensibilidad. Toda acción es, debido a su naturaleza, la proyección de la personalidad sobre el mundo exterior y, como el mundo exterior está en grande y principal parte compuesto por entes humanos, se deduce que esa proyección de la personalidad es esencialmente el atravesarnos en el camino ajeno, el estorbar, herir y aplastar a los otros, conforme nuestro modo de hacer.

Para hacer es, pues, preciso que no nos figuremos con facilidad a las personalidades ajenas, a sus dolores y alegrías. Quien simpatiza se para. El hombre de acción considera al mundo exterior como compuesto exclusivamente de materia inerte -o inerte en sí misma, como una piedra sobre la que pasa o aparta del camino, o inerte como un ente humano que, porque no puede oponerle resistencia, lo mismo da que sea hombre o piedra, pues, como a la piedra, o se le ha apartado o se ha pasado por cima de él.