El ejemplo máximo del hombre práctico, porque reúne a la extrema concentración de la acción con su extrema importancia, es el estratega. Toda la vida es una guerra, y la batalla es, pues, la síntesis de la vida. Ahora bien, el estratega es un hombre que juega con las vidas como el jugador de ajedrez con las piezas del juego. ¿Qué sería del estratega si pensase que cada lance de su juego lleva la noche a mil hogares y la congoja a tres mil corazones? ¿Qué sería del mundo si fuésemos humanos? Si el hombre sintiese de verdad, no habría civilización. El arte sirve de fuga a la sensibilidad a la que ha tenido que olvidar la acción.
El arte es la Gata Cenicienta, que se quedó en casa porque tuvo que ser.
Todo hombre de acción es esencialmente animoso y optimista porque quien no siente es feliz. Se conoce a un hombre de acción porque nunca está mal dispuesto. Quien trabaja aunque esté mal dispuesto es un subsidiario de la acción; puede ser en la vida, en la gran generalidad de la vida, un contable, como lo soy yo en su particularidad. Lo que no puede ser es un regente de cosas o de hombres. A la regencia pertenece la insensibilidad. Gobierna quien es alegre porque para ser triste es preciso sentir.
El patrón Vasques ha hecho hoy un negocio con el que ha arrumado a un individuo enfermo y a su familia. Mientras hacía el negocio, olvidó por completo que ese individuo existía, excepto como parte contraria comercial. Una vez hecho el negocio, le vino la sensibilidad. Sólo después, claro está, pues si le hubiese venido antes, el negocio no se habría hecho nunca. «Me da pena de ese tipo», me ha dicho. «Va a quedarse en la miseria.» Después, encendiendo el puro, ha añadido: «En todo caso, si necesita algo de mí» -entendiéndose una limosna- «yo no olvido que le debo un buen negocio y unas decenas de billetes».