Las horas, como un carro al atardecer, regresan chirriando por las sombras de mis pensamientos. Si levanto los ojos de encima del pensamiento, me arden con el espectáculo del mundo.
Para realizar un sueño es preciso olvidarlo, distraer de él la atención. Por eso, realizar es no realizar. La vida está llena de paradojas lo mismo que las rosas de espinas.
Yo desearía realizar la apoteosis de una incoherencia nueva que se afirmase como la constitución negativa de la anarquía de las almas. Compilar un digesto de mis sueños me ha parecido siempre que sería útil a la humanidad. Por eso no me he abstenido nunca de intentarlo. La idea de que lo que yo hacía pudiese ser aprovechable me ofendió, me importunó para mí.
Tengo casas de campo en los alrededores de la vida. Paso ausencias de ciudad de mi Acción entre los árboles y las flores de mi devaneo. A mi retiro verde no llegan los ecos de la vida de mis gestos. Duermo mi memoria como procesiones infinitas. En las copas de mi meditación sólo bebo el […] del vino rubio; sólo lo bebo con los ojos, cerrándolos, y la vida pasa como una vela lejana.
Los días de sol me saben a lo que yo no tengo. El cielo azul, y las nubes blancas, los árboles, la flauta que allí falta -églogas incompletas por el estremecimiento de las ramas… Todo esto es el arpa muda por donde yo rozo la levedad de mis dedos.
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Reparando, a veces, en el trabajo literario abundante o, por lo menos, hecho de cosas extensas y completas, de tantas criaturas que o conozco o de quienes sé, siento en mí una vaga envidia, una admiración despreciadora, una mezcla incoherente de sentimientos mezclados.
Hacer algo completo, entero, sea bueno o sea malo -y, si nunca es enteramente bueno, muchas veces no es enteramente malo-, sí, hacer una cosa completa me provoca, quizás, más envidia que cualquier otro sentimiento. Es como un hijo; es imperfecta como todo ente humano, pero es nuestra como lo son los hijos.