Tengo la llave de la puerta de mi tema. Escribo y lloro mi infancia perdida; me detengo conmovidamente en los pormenores de personas y muebles de la vieja casa provinciana; evoco la felicidad de no tener derechos ni deberes, de ser libre por no saber pensar ni sentir -y esta evocación, si está bien hecha como prosa y visiones, va a despertar en mi lector exactamente la emoción que yo he sentido, y que nada tenía que ver con mi infancia.
¿He mentido? No, he comprendido. Que la mentira, salvo la que es infantil y espontánea, y nace del deseo de estar soñando, es tan sólo la noción de la existencia real de los demás y de la necesidad de armonizar con esa existencia la nuestra, que no se puede armonizar con ella. La mentira es simplemente el lenguaje ideal del alma, pues, así como nos servimos de palabras, que son sonidos articulados de una manera absurda, para traducir a un lenguaje real los más íntimos y sutiles movimientos de la emoción y el pensamiento, que las palabras por fuerza no podrán traducir, así nos servimos de la mentira y de la ficción para entendernos los unos a los otros, lo que con la verdad, propia e intransmisible, no se podría hacer nunca.
El arte miente porque es social. Y sólo hay dos grandes formas de arte: una, que se dirige a nuestra alma profunda; la otra, que se dirige a nuestra alma atenta. La primera es la poesía, la novela es la segunda. La primera empieza a mentir en la propia estructura; la segunda empieza a mentir en la propia intención. Una pretende darnos la verdad por medio de líneas variadamente pautadas, que mienten a la inherencia del habla; la otra pretende darnos la verdad mediante una realidad que todos sabemos que nunca ha existido.
Fingir es amar. No veo nunca una linda sonrisa o una mirada significativa sin que medite, de repente, y sea de quien sea la mirada o la sonrisa, cuál es, en el fondo del alma cuyo rostro se sonríe o mira, el estadista que nos quiere comprar o la prostituta que quiere que la compremos. Pero el estadista que nos compra ha amado, por lo menos, el comprarnos; y la prostituta, a quien compremos, ha amado, por lo menos, el que la compremos. No huimos, por más que queramos, de la fraternidad universal. Todos nos amamos los unos a los otros, y la mentira es el beso que cambiamos.