Un viento de sombras sopla cenizas de propósitos muertos sobre lo que yo soy de despierto. Cae de un firmamento desconocido un relente tibio de tedio. Una gran angustia inerte me manosea el alma por dentro e, incierta, me agita, como la brisa a los perfiles de las copas.
En la alcoba mórbida y tibia, la alborada de ahí fuera es apenas un hálito de penumbra. Soy todo confusión quieta… ¿Para qué ha de rayar un día?… Me cuesta saber que rayará, como si fuese un esfuerzo mío el que tuviese que hacerlo aparecer.
Con una lentitud confusa, me tranquilizo. Me entorpezco. Floto en el aire, entre velar y dormir, y otra especie de realidad surge, y yo en medio de ella, no sé de qué donde que no es éste…
Surge pero no extingue a ésta, ésta de la alcoba tibia, ésa de una floresta extraña. Coexisten en mi atención esposada las dos realidades, como dos humos que se mezclan.
¡Qué nítido de otro y de él este trémulo paisaje transparente!
¿Y quién es esta mujer que conmigo viste de observada a esta floresta ajena? ¿Para qué tengo que preguntármelo un momento?… Yo no sé querer saberlo…
La alcoba vaga es un cristal oscuro a través del cual, consciente de él, veo este paisaje… y este paisaje lo conozco hace mucho, y hace mucho que con esa mujer que desconozco yerro, otra realidad, a través de la irrealidad de ella. Siento en mí siglos de conocer esos árboles y esas flores y esas vías en desviaciones y ese ser mío que por allí vaga, antiguo y ostensivo a mi mirada, que el saber que estoy en esta alcoba viste de penumbras de ver…
De vez en cuando, por la floresta donde desde lejos me veo y siento, un viento lento barre un humo, y ese humo es la visión nítida y oscura de la alcoba en la que soy actual, de esos vagos muebles y reposteros y de su tibieza de nocturno. Después, este viento pasa y torna a ser todo sólo-él el paisaje de ese otro mundo…