Выбрать главу

Nosotros rozábamos el alma toda vista por el frescor visible de los musgos y teníamos, al pasar junto a las palmeras, la intuición esbelta de otras tierras. Y el llanto nos subía al recuerdo, porque ni aquí, al ser felices, lo éramos…

Robles llenos de siglos nudosos hacían a nuestros pies tropezar en los tentáculos muertos de sus raíces. Los plátanos se estacaban… Y a lo lejos, entre árbol y árbol de cerca, pendían en el silencio de las glorietas los racimos negreantes de las uvas…

Nuestro sueño de vivir iba delante de nosotros, alado, y nosotros teníamos para él una sonrisa igual y ajena, combinada en las almas, sin mirarnos, sin saber el uno del otro más que la presencia apoyada de un brazo contra la atención abandonada del otro brazo que lo sentía.

Nuestra vida no tenía dentro. Éramos fuera y otros. Nos desconocíamos como si nos hubiéramos aparecido a nuestras almas después de un viaje a través de sueños…

Nos habíamos olvidado del tiempo, y el espacio inmenso se nos había empequeñecido en la atención. Fuera de aquellos árboles cercanos, de aquellas glorietas apartadas, de aquellos montes últimos en el horizonte, ¿habría algo real, merecedor de la mirada abierta que se dirige a las cosas que existen?…

En la clepsidra de nuestra imperfección, gotas regulares de sueño marcaban horas irreales… Nada vale la pena, oh amor mío lejano, sino el saber qué suave es saber que nada vale la pena…

El movimiento parado de los árboles; el sosiego quieto de las fuentes; el hálito indefinible del ritmo íntimo de las savias; el atardecer lento de las cosas, que parece venirles de dentro para dar manos de concordancia espiritual al entristecerse lejano, y próximo al alma, del alto silencio del cielo; el caer de las hojas, acompasado e inútil, gotas de enajenación, en que el paisaje se nos vuelve todo para los oídos y se entristece en nosotros como una patria recordada -todo esto, como un cinturón que se está desatando, nos ceñía inseguramente.