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Lo más extraordinario de toda aquella gente era la ninguna importancia, el ningún sentido, de toda ella. Unos eran redactores de los principales diarios, y conseguían no existir; otros tenían lugares públicos a la vista en el anuario y conseguían no figurar en nada de la vida; otros eran poetas hasta consagrados, pero un mismo polvo de ceniza les ponía lívidas las faces necias, y todo era un túmulo de embalsamados yertos, puestos con la mano a la espalda en posturas de vidas.

Guardo del poco tiempo que me empantané en aquel exilio de vivacidad mental un recuadro de buenos momentos de gracia libre, de muchos momentos monótonos y tristes, de algunos perfiles recortados contra la nada, de algunos gestos ofrecidos a las sirvientas del acaso, y, en resumen, un tedio náusea física y la memoria de algunas anécdotas ingeniosas.

En ellos se intercalaban, como espacios, unos hombres de más edad, algunos con dichos de espíritu pasado, que decían mal como los otros, y de las mismas personas.

Nunca he sentido tanta simpatía por los inferiores de la gloria pública como cuando les vi criticados por estos inferiores sin querer esa pobre gloria. Reconocí la razón del triunfo porque los parias de lo Grande triunfaban en relación a éstos, y no en relación a la humanidad.

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Pobres diablos siempre con hambre -o con hambre de almuerzo, o con hambre de celebridad, o con hambre de los postres de la vida. Quien los oye, y no los conoce, cree estar escuchando a los maestros de Napoleón y a los instructores de Shakespeare.

Hay los que triunfan en el amor, hay los que triunfan en la política, hay los que triunfan en el arte. Los primeros tienen la ventaja de la narración, pues se puede triunfar ampliamente en el amor sin que haya conocimiento célebre de lo sucedido. Es cierto que, al oír contar a cualquiera de estos individuos sus Maratones sexuales, una vaga sospecha nos invade, al llegar al séptimo desfloramiento. Los que son amantes de señoras de título, o muy conocidas (lo son, además, casi todos), hacen tal gasto de condesas que una estadística de sus conquistas no dejaría por serias y comedidas ni a las bisabuelas de los títulos actuales.