– Vaya a ver a los chicos -dijo.
Benji y Catherine yacían en un montón de abrigos y sangre. Unas flores sangrientas soltaban pétalos a su alrededor. Al principio no sabía cuál de ellos estaba herido, porque estaban entrelazados, pero cuando me arrodillé para tocarlos, los dedos de Catherine estaban calientes y los de Benji helados, su pulso era apenas un hilo. Abrió los ojos, dijo algo en árabe y luego, en inglés, añadió:
– Vi a la abuela la semana pasada. Conduciendo una cosa parecida a la de hoy, una cosa que no era un coche, como hoy, la vi desde la ventana, ella puso al hombre en el agua.
– ¡Shhh! Ya lo sé. Ahora ¡shhh! Catherine, suéltalo. Voy a llevarlo al hospital.
Logré separar los dedos de ella del frío costado de Benji.
– Trae los abrigos para que podamos mantenerlo caliente.
Lo levanté; un chico delgado, una pluma entre mis brazos.
– Agárrate. Agárrate a mí, Benji.
Catherine me siguió lo bastante cerca como para tocar a Benji con la mano sana. En la cocina fui empujando con el pie la pistola de Renee, hasta arrojarla a la nieve cuando salí. Antes de que llegáramos al Rover, Benji murió entre mis brazos.
54
Ansiaba dormir más que cualquier otra cosa en el mundo. Ansiaba un baño, una cama y poder olvidar, pero en cambio tuve que ver a la policía de Eagle River y al comisario del condado de Vilas, que intentaban darle sentido a lo que no lo tenía.
Cuando Catherine y yo regresamos a la casa con el cuerpo de Benji, lo deposité sobre la mesa del comedor, un catafalco, si se le podía llamar así, una capilla ardiente. Catherine se negó a abandonarlo, aunque temblaba tan violentamente que no podía dejar la mano quieta en la frente de Benji.
Fui al salón en busca de las mantas con las que antes habíamos tapado a Geraldine. Cuando volví con ellas al comedor, Catherine se había subido a la mesa y sostenía la cabeza de Benji en su regazo. La envolví en las mantas, pero sus temblores no cesaron.
Saqué el móvil de la cartera y me colgué el micrófono del cuello. Mientras localizaba al servicio local de emergencias, pasé los brazos alrededor de Catherine, intentando frotarla para darle calor. Cuando finalmente pude conectarme con la operadora del condado, lo peor de sus temblores había cedido, pero la habitación estaba llena del pegajoso aroma de su miedo, y de su orina.
Una sombra en el salón me hizo soltarla y correr hacia el umbral abovedado. Era Geraldine, no Renee, haciendo uso de su extraordinaria voluntad para bajar la escalera con el pie herido. Me miró a mí y luego a Catherine, temblando entre las mantas, luego se le acercó cojeando y le echó su abrigo de marta por encima de los hombros. La arropé con él lo mejor que pude. No se movió ni me miró a mí, tenía los ojos fijos en el infinito, y la cabeza de Benji en el regazo.
Había visto unas sillas de mimbre en el salón. Acerqué dos de ellas al arco que comunicaba el salón con el comedor para que pudiéramos sentarnos sin perder de vista a Catherine. Arrastré una mesa pequeña para que Geraldine apoyara el pie. Había perdido el paño que le había atado alrededor de la herida; la sangre manchaba el tablero de cristal.
– Fue un acto horrible dispararle al chico delante de su nieta -dijo Geraldine, y añadió en tono coloquial-: No fui capaz de matar a Renee. ¿Qué haremos con ella cuando vuelva en sí?
– Intentar dar primero nuestra versión -dije muy decidida-. Pronto llegarán los agentes y ella les soltará el cuento de que Benji era un secuestrador terrorista.
– ¿Era terrorista? -preguntó Geraldine.
– Creo que era un huérfano lejos de su hogar que se vio atrapado en una guerra de la que no sabía nada. Lo único que quería era ganar dinero para ayudar a su madre y sus hermanas. -Los párpados me escocían por las lágrimas. Me las quité con rabia; necesitaba la razón, no las emociones, para lo que fuera que se avecinara.
Geraldine y yo permanecimos en silencio, ambas exhaustas. En un determinado momento, ella dijo:
– Qué extraño les parecerá a Darraugh y a Edwards saber que sus madres se han peleado.
Solté un gruñido, pero no me moví ni hablé hasta que oí que Renee se movía en el rellano de arriba. Me levanté, con la pistola a punto, mientras ella bajaba tambaleándose por la escalera, despeinada pero altiva.
Su mirada me pasó de largo para detenerse en Geraldine.
– Tienes una habilidad especial para rondar cerca de mi familia cuando menos se te necesita, Geraldine. Ahora puedes devolverme a mi nieta.
Sentí que afloraba mi mal genio.
– Renee, no sé si está loca o es que lo finge muy bien, pero esta noche su prepotencia no le va a servir de nada. Catherine se encuentra en estado de shock porque ha visto cómo usted asesinaba a sangre fría a Benjamín Sadawi. No la dejaremos a solas con ella.
Renee me miró con altanería.
– Pensé que usted y ese terrorista la habían secuestrado; le disparé pensando que la protegía.
– Debería haberte golpeado más fuerte, Renee -dijo Geraldine con su voz aflautada-. Me ha dado mucha satisfacción; creo que debería haberte pegado hace cuarenta años. Tal vez a fuerza de golpes hubieras entrado en razón. Yo comprendo lo que estás haciendo; comprendo que creas que puedes persuadir a la policía y al juez de lo que dices, porque te respaldan el poder y la posición del nombre de los Bayard. Crees que Victoria es una empleada sin importancia a quien se puede menospreciar y no tener en cuenta, del mismo modo que hacía mi madre con los detectives hace cuarenta años. Pero los tiempos han cambiado; hoy en día los detectives saben mucho, y mi hijo y yo tenemos a Victoria en alta estima. Muy alta. Estamos preparados para confirmar su versión de los acontecimientos de esta noche.
– No puedes perdonarme que me casara con Calvin, ¿verdad? -dijo Renee, con un regodeo despectivo en la voz-. Después de todos estos años, sigues sin comprender que estaba cansado de tus poses y tu carácter absorbente; y de tu cuerpo envejecido; me buscó a mí para que le liberara de todo aquello.
Geraldine sonrió.
– Es a mí a la que llama cuando tiene miedo, Renee. Ni a ti ni a Kylie ni a ninguna de las otras. Tus sirvientes creerán que es a ti a quien se refiere cuando llama a Deenie, pero yo fui siempre Deenie para él, desde que intentamos nadar juntos por primera vez en el estanque de Larchmont a los cuatro años.
– Yo soy la que protegió su reputación -replicó bruscamente Renee, que empezaba a perder la compostura-. Yo la que lo salvé de la cárcel y le ayudó a levantar la fundación y la editorial. Yo la que lo convirtió en una gran figura internacional, mientras tú te quedabas sentada marchitándote, volviéndote gris, cada vez más gris, en ese mausoleo en el que tu madre te enterró viva.
– Hasta que la reputación de Calvin se convirtió en algo tan importante para usted que mató a tres personas para protegerla -tercié yo-. No voy a fingir que la muerte de Olin Taverner me hizo llorar, pero Marcus Whitby era un buen periodista, un buen hombre, y Benji Sadawi, un testigo inocente e indefenso. ¿Cree que su nieta querrá vivir con usted ahora que sabe que ha matado a tres personas? Usted sacrificó sus vidas, el bienestar de ella…
– Catherine me conoce. Sabe que la quiero tanto como a Calvin -dijo Renee.
– ¿Piensa que se quedará con usted porque sabe que mataría a cualquiera que amenace la idea que tiene usted de ella? No lo creo. Creo que la naturaleza hizo con su nieta algo mejor que usted o que Calvin. Ella huirá de usted igual que del agua corrompida.
Renee sonrió con desprecio.
– Usted no tiene hijos, ni vida familiar. Dudo mucho que pueda juzgar las relaciones que existen en mi casa.