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Recordé el intenso amor de mi madre hacia mí, y el afecto más tranquilo de mi padre; el precio que exigían a cambio no era la adoración, ni los logros, sino la integridad. No podía mentir ni engañar para evitar los problemas. No me molesté en decírselo a Renee.

– Lo triste del caso es que usted me gustaba, Renee. Admiraba a su marido como se admira a un héroe, pero usted realmente me caía bien. Tiene una energía y una capacidad que siempre he admirado.

Enrojeció y nos dejó para ir al comedor. Catherine estaba sentada, inmóvil, sobre la mesa, como un pequeño y peludo Buda, pero cuando Renee la cogió de su brazo sano e intentó moverla, se soltó de un tirón y se tendió junto a Benji, besándolo en los labios.

Oí las sirenas del equipo de emergencia abriéndose camino hasta la entrada. Momentos más tarde llegó al jardín una avalancha de coches, sus luces manchando de rojo el cielo nocturno.

55

TIROTEO EN EAGLE RIVER

Un sol frío caía ya sobre el lago Elk Horn antes de que yo me metiera en la cama. Llevó horas aclarar los hechos con los representantes locales de la ley. No los culpo; la carnicería que se había producido en la casa era impactante. Tampoco los culpo por querer detenerme a mí en primer lugar: un joven yacía muerto en el comedor, una adolescente y una anciana tenían sendas heridas de bala, y yo era la única que tenía un arma.

El oficial al mando, un hombre de rasgos duros llamado Blodel, ordenó a un par de ayudantes del sheriff que me retuvieran allí. Cuando advirtió lo que hacían, Geraldine adoptó sus modales de gran dama. Exigió a Blodel que la escuchara antes de hacer cualquier cosa de la que más tarde pudiera arrepentirse. A pesar del dolor y la pérdida de sangre, hizo un breve y fluido relato del papel de Renee en la masacre de la noche. Se quedó sentada en la silla de mimbre, pero su porte de autoridad era tal que Blodel interrumpió lo que hacía para escucharla.

– Ella le disparó al muchacho, intentó matar a Victoria. Victoria, ¿dónde está el arma de Renee?

Le dije a Blodel que encontraría el arma en la nieve frente a la puerta de la cocina.

– Tendrá las huellas de la señora Bayard. Y verán que las balas coinciden con la que mató al joven del comedor.

Blodel envió a una mujer a buscar el arma de Renee, pero el otro agente siguió sujetándome. Renee aprovechó la oportunidad para tomar el control de la situación. Se alejó del lado de Catherine, asumiendo como una segunda piel un porte dominante para decirle a Blodel que Benjamin Sadawi era un terrorista, buscado por el FBI, y que ella le había disparado para proteger a su nieta. Que le agradecería mucho a Blodel que la ayudara a llevar a su nieta hasta un avión; la chica estaba en estado de shock, recuperándose de una herida, y necesitaba volar a Chicago para recibir atención médica.

Geraldine y yo escuchamos con creciente indignación, pero no pudimos decir ni una sola palabra que contradijera su versión: Blodel nos hacía callar cada vez que lo intentábamos.

La furia terminó por hacer que Geraldine se pusiera de pie.

– Pero qué mentiras, Renee, qué mentiras; te sientan tan bien como un guante. Pero deberías saber, Renee, que Marcus Whitby vio el acuerdo que Calvin y Olin firmaron juntos. Sea lo que sea lo que figure en el acuerdo, Julius Arnoff tiene una copia.

Antes de continuar, el pie herido cedió y la hizo caer, aferrándose a los brazos de Blodel. Mi vigilante me soltó para ayudar a Geraldine a sentarse otra vez y para asegurarse de que no se hubiera hecho más daño. Mientras la atención recaía sobre Geraldine, y sobre Renee, que decía: «Oh, Geraldine, ¿siempre tienes que hacerte la víctima para llamar la atención?», yo retrocedí hasta un rincón del cuarto con el teléfono móvil.

La primera llamada fue para Freeman Carter. Mi abogado no se alegró de recibir noticias mías a las cuatro de la mañana, pero escuchó el resumen de lo ocurrido. Dijo que conocía a un abogado en Rhinelander, la ciudad grande más cercana, y me hizo esperar mientras buscaba el número. Cuando me lo dio, me dijo que esperara media hora antes de llamarlo para que él pudiera antes explicarle la situación.

A continuación llamé a Bobby Mallory. Años de emergencias a medianoche le hicieron contestar de malas pulgas pero coherentemente.

– Estoy en Eagle River, Bobby. Renee Bayard acaba de dispararle a Benjamin Sadawi.

– Cuéntamelo todo rápidamente, Victoria, y al grano, sin rodeos.

Se lo expliqué todo de manera escueta. Casi sin rodeos. Bueno, no demasiados. Le conté cómo Catherine había huido con Benjamin la tarde anterior, ante lo cual él me interrumpió: ¿cómo lo sabía yo? ¿No sería porque había ayudado a Benji a escapar y sabía dónde estaba?

Decidí saltar ese tema y le hablé a Bobby del fenobarbital y de la enfermera de Calvin Bayard que sufría de ataques epilépticos. Incluso le conté lo del trato secreto entre Calvin y Olin Taverner, a pesar de que me ahogaba con las palabras, incapaz casi de pronunciarlas.

– Renee ayudó a cerrar ese trato hace cuarenta años, Bobby. Marc Whitby lo encontró y fue a hablar con ella. Renee no estaba dispuesta a dejar que el secreto de Calvin saliera a la luz. Había construido su vida alrededor de la figura de gran hombre que hizo de él; no iba a dejar que el mundo lo viera como un simple mortal. Es probable que también haya matado a Olin.

– ¿Según tu palabra? -Bobby era sarcástico.

– El abogado de la familia tiene una copia del acuerdo entre Calvin Bayard y Olin Taverner, firmado por los dos. No conozco los detalles, pero el despacho es Lebold & Arnoff. Si te permiten leerlo, será más fácil aclarar las cosas.

Bobby gruñó.

– ¿Y qué tuvo que ver el chico con todo esto?

– Vio a Renee Bayard tirar el cuerpo de Marcus Whitby en el estanque, la semana pasada. Justo antes de morir, Benji dijo que Renee fue hasta allí en un vehículo que no era un coche; que la vio poner el cuerpo de Marc en el estanque. ¿Recuerdas el cochecito de golf del que te hablé el domingo? Para ella debió de ser muy fácil.

Podía imaginarme cómo lo había hecho. Habría invitado a Marc a una cita en privado: «Manténgalo en secreto para que no haya posibilidad de que Llewellyn se entere», le diría. «No querrá arruinar su carrera por permitir que él sepa que ha hablado conmigo». Marc nunca soltaba prenda -todos sabían eso-, de modo que Renee podía estar segura de su silencio.

Catherine pasaba la noche del domingo en New Solway; Elsbetta tenía la noche libre. Renee invitó a Marc a Banks Street, le sirvió su bourbon favorito adulterado con una dosis del fenobarbital de Theresa. Tan pronto como comenzó a sentirse mal, antes de que perdiera el conocimiento y no pudiera andar, ella lo llevó hasta su coche. «Será mejor que lo lleve al hospital», podía imaginarla diciendo. El genio de la organización en marcha.

Cuando Renee llegó a Coverdale Lane, Marc apenas estaría consciente. Ella lo habría dejado en el coche, habría atravesado la alcantarilla, conseguido el vehículo de golf, pasado el cuerpo desde un coche a otro y luego habría ido hasta el estanque.

Bobby me escuchó durante todo el relato, pero al terminar manifestó su escepticismo.

– Pintoresco, pero sin pruebas.

Casi doy una patada en el suelo por la frustración.

– Si estoy en lo cierto, el vehículo que está en el cobertizo del campo de golf proporcionará pruebas a tus técnicos forenses. Sería fantástico que llegaran antes de que lo pinten o lo desechen.

Hizo una pausa.

– Está bien. Pondré eso en la lista de prioridades, pero ¿qué tiene que ver tu cuento de hadas con el lío en el que estás metida?

– Renee vino hasta aquí para silenciar a Benji, así no podría identificarla. Pero Geraldine Graham y yo le oímos decir que ella puso el cuerpo de Marcus Whitby en el estanque, que él lo vio desde el ático de Larchmont.