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– Sí, digamos que es el testimonio de un terrorista muerto. Ni siquiera voy a intentar llevar eso a los tribunales.

– Bueno, entonces intenta llevar pruebas reales, y algo de trabajo de la policía. -Se me estaban crispando los nervios-. Antes de que Renee regrese a Chicago como la heroína triunfante que mató a un terrorista, estaría bien que detuvieran a la enfermera y al ama de llaves de Calvin Bayard, y que averiguasen cuánto falta de su fenobarbital. Y si hay huellas de Renee en el frasco. Y si no vieron a Renee el lunes pasado, cuando se suponía que ella estaba en Chicago. Y también alguien tiene que haber visto a Renee ir a casa de Taverner la noche en que murió, de la misma manera que alguien habrá visto a Whitby ir al apartamento de Renee el domingo pasado.

– Son demasiadas suposiciones -objetó Bobby.

– El jodido cochecito de golf me parece bastante concreto. -Intenté no gritar.

– No utilices esas expresiones, Vicki, quedan mal en una mujer. Te he dicho que revisaremos el vehículo. Lo haremos hoy, pero en cuanto al resto, sabes que no me gusta jugar con tus teorías, sobre todo cuando afectan a otras jurisdicciones. Y especialmente cuan do implican a un hombre buscado como Sadawi.

– Y sobre todo con una familia como los Bayard. Pero los Graham me apoyarán en esto. Y voy a apelar a Murray Ryerson; si la policía no encuentra pruebas, él lo hará. Es incluso posible que uno de los oficiales de DuPage tenga las agallas de ir a la casa de los Bayard si le digo lo que acabo de contarte.

– Tus amenazas me gustan menos que tus insinuaciones, Vicki. -El humor de Bobby también comenzaba a agriarse-. Sabes muy bien que mi trabajo debe atenerse a las reglas, sin importar quién sea el sospechoso. Y también sabes que hablaré con Jack Zeelander sobre lo que ocurrió con Sadawi, pero no voy a repetir tu versión del pobre huerfanito indefenso. ¿Comprendes?

– Oh, Bobby, si estuvieras aquí, si pudieras ver a Catherine Bayard, como Julieta en la tumba, no…

– De acuerdo, Vicki, cálmate. Has tenido un día largo, has visto demasiada sangre, necesitas irte a la cama. Le diré a Zeelander que Sadawi está muerto y dejaremos el resto hasta que encontremos a alguien de balística. ¿De acuerdo?

– Gracias, Bobby. -Su repentino vuelco de generosidad me dio ganas de llorar, cosa que no podía permitirme en ese momento-. ¿Puedes hablar con el oficial al mando aquí? La señora Graham tiene un pie herido y noventa y un años. Necesita un médico. Y yo necesito una cama.

Bobby habló con el oficial Blodel. Frente a mí podía desautorizar mis métodos, pero frente a un extraño no dejaría de apoyarme, como hija de sus amigos Tony y Gabriella.

Después de hablar con Bobby primero, y luego con el abogado recomendado por Freeman, el tono de las preguntas de Blodel cambió poco a poco. Dejó de dirigirse a mí como lo hace el policía con el criminal, para comenzar a hablar como un profesional con un colega.

Finalmente, cerca de las seis de la mañana alguien recogió el cuerpo de Benji para enviarlo a la morgue local. Fueron necesarios dos oficiales para apartar a Catherine del cuerpo. Cuando la levantaron de la mesa, ella los siguió hasta el coche fúnebre. Uno de los policías la detuvo y la llevó de regreso a la cocina. Se tiró sobre mí, agarrándome como una niña. La rodeé con mis brazos. Renee se lanzó hacia delante, como bala de cañón a toda velocidad.

– Vamos, querida. Que te vea un médico y luego nos iremos a casa.

Catherine se aferró a mí.

– ¡Vete! No te me acerques. Disparaste a Benji como si fuera un caballo con una pierna rota. No quiero volver a verte. ¡Vete, vete, vete!

No sabía si la policía se pondría del lado de Renee Bayard, pero la explosión de Catherine le impactó como ninguna otra cosa de la noche. Por un breve momento su rostro se quebró; se la vio como una vieja herida, y no como la brigadier al mando. No era una compensación que pudiera ofrecer a Harriet Whitby o a la madre de Benji, pero significaba al menos un pequeño equilibrio en la balanza de la justicia.

Renee intentó discutir con Catherine, pero su nieta comenzó a gritar. Dos oficiales se llevaron a Renee. No la acusaban de nada, dijeron, pero querían hacerle unas preguntas sobre su pistola.

Blodel vio que no podría llevarme a la comisaría para hacer una declaración oficial, a menos que estuviera preparado para lidiar con más histeria por parte de Catherine. Al final, habló conmigo en el salón mientras un oficial tomaba notas. Finalmente tuve la oportunidad de relatarlo todo, bien… casi todo, lo que había ocurrido desde que Geraldine y yo habíamos salido de Chicago. Omití la grabación encontrada en el Saturn, porque quería llevármela de vuelta.

Mientras Blodel y yo terminábamos de hablar, una policía trajo ropa limpia para Catherine del armario de su propia hija adolescente. También hizo levantar al dueño de un motel local para conseguirnos una habitación.

En el motel, la mujer policía me ayudó a bañar y a desvestir a Catherine y a ponerle un camisón. Yo pasé un buen rato bajo la ducha, intentando obligar a mi piel a que dejara de sentirse como desollada. Cuando me metí en la cama, me dormí tan rápido que ni siquiera recordaba haberme acostado. Hacia mediodía me desperté porque sentí el brazo de Catherine en mi espalda, pero volví a dormirme tan pronto como me di la vuelta.

Cuando finalmente me desperté a las tres de la tarde ella seguía durmiendo, con su cara alargada gris y sofocada. Me levanté torpemente y me metí en mis gastadas ropas, deseando que la mujer policía también hubiera traído algo limpio para mí.

Desperté a Catherine para decirle que salía a buscar algo de comer, pero que estaría de regreso en una hora. Me miró medio atontada y se volvió a dormir.

Cuando regresé con algunas provisiones y una pizza caliente, me sorprendí al ver que Darraugh estaba esperándome. Había alquilado una avioneta para ir a buscar a su madre, me dijo, y lo había organizado todo para que Catherine y yo regresáramos a Chicago con él. Le expliqué que ya había dos coches en la casa, pero me dijo que durante la semana enviaría a alguien para recogerlos.

– Mi madre me ha contado todo lo que has hecho en las últimas veinticuatro horas. Por ella, por el muchacho, por Catherine. Ya está bien para una semana. Ahora voy a buscar a mi madre al hospital; volveré a recogerte a ti y a Catherine. Mi piloto es excelente, pero como el avión es pequeño, será mejor que volemos mientras sea de día.

Dije que necesitaba hablar con el abogado para asegurarme de que todo estuviera arreglado con la policía local, pero Darraugh ya se había ocupado de eso también. Creo que tenía doce años la última vez que alguien se había ocupado de esa forma de todas mis cosas. Se lo agradecí emocionada y fui a despertar a Catherine.

En nuestro viaje al sur, permanecimos en un estado de estupor durante todo el trayecto. En el pequeño aeropuerto donde aterrizamos, Darraugh tenía un coche esperándonos. Envió a su chófer a New Solway con su madre y nos acompañó a Catherine y a mí a la ciudad en un taxi. Cuando indicó al taxista la dirección del apartamento de Banks Street, Catherine volvió a sollozar: no quería ver a su abuela, ni a su padre, al menos por el momento, no después de ver morir a Benji y de que todo el mundo lo tratara de terrorista. Finalmente, sin saber qué hacer, le dije que podía venir a mi casa.

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NOTICIAS DE MUERTE

Cuando llegamos a mi apartamento, Darraugh pagó al taxista y nos acompañó hasta la puerta, diciendo que quería hablar conmigo.

– De acuerdo, porque yo también quiero hablar contigo -dije-. Tengo que explicarle a mi vecino qué he estado haciendo últimamente y luego instalar a Catherine. ¿Quieres que nos veamos mañana?

– Esta noche. Mañana tengo que ir a Washington. Usaré tu teléfono mientras tú te ocupas de tus cosas.