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Estiré mi mano para apretar la suya. Cerró con fuerza los párpados, pero no antes de que viera el brillo de las lágrimas a la luz de la vela.

Después de un momento retiré mi mano.

– ¿Por qué la semana pasada estabas tan enfadado por el curso que tomaba mi investigación? Me amenazaste de una forma que me hizo dudar si seguir trabajando contigo.

– Renee me llamó. Me dijo que estabas intentando desenterrar toda la vieja historia de mi padre, de Calvin, de mi madre. -Se mordió los labios y por un momento torció su cabeza a un lado; luego volvió a mirarme-. Yo lo amaba. MacKenzie Graham era un buen hombre, un buen padre. Su muerte, su vida, todo eso es la cicatriz de una herida todavía dolorosa. Pensé que intentabas abrirla de un tajo. Debería haberte conocido mejor.

57

AMORES PERDIDOS Y ENCONTRADOS

Durante la semana siguiente cené con Darraugh varias veces. Una noche casi me acuesto con él en su apartamento de East Lake Shore Drive. En el último momento comprendí que no podía hacerlo; no por ser Penélope, fiel a su ausente Ulises, sino como detective: sólo la soledad, tanto la mía como la suya, nos unía. Eso pasaría, y cuando lo hiciera, me resultaría difícil volver a trabajar para él. Creo que lo entendió. Y creo que nos despedimos en buenos términos.

Catherine se quedó conmigo más de una semana. La policía de Wisconsin detuvo a Renee por poco tiempo y la dejaron libre sin cargos. Eso vendría más tarde, si la maquinaria policial reunía todas las pruebas forenses relacionadas con la muerte de Marc Whitby, pero por el momento, Renee estaba en su casa. De hecho, había vuelto a su trabajo como directora de Ediciones Bayard. Incluso apareció en Buenos días, América, para dar su versión de lo ocurrido aquella noche en Eagle River.

Como Catherine no quería ponerse cuando llamaba por teléfono, Renee le escribió una carta a su nieta. Aquellas líneas estaban marcadas por su espíritu; no reconocía culpa ni se avergonzaba, sino que le rogaba que comprendiera que si había hecho cualquier cosa que le desagradara, había sido a causa del amor hacia Calvin y de los ideales que compartían. La carta perturbó tanto a Catherine que estuvimos despiertas hasta las tres de la mañana discutiéndola. Había olvidado cuánta energía emocional absorben los adolescentes.

Geraldine y yo empleamos toda nuestra energía para intentar convencer tanto a las autoridades de Illinois como a las de Wisconsin de que Renee le había disparado a Benji sólo para protegerse de su testimonio, pero no logramos doblegar la sed de sangre islámica del Gobierno. Y Catherine, aunque sentía rencor hacia su abuela por la muerte de Benji, no quería enviarla a prisión: se negó a declarar.

La muerte de Marc fue también un asunto espinoso. A pesar de las gélidas palabras que me dedicó, Bobby mandó a su detective de confianza, Terry Finchley, a trabajar con el comisario de DuPage en busca de pruebas. La cinta encontrada en el Saturn con la entrevista entre Marc y Olin ayudó a desentrañar parte de la historia; lo que conocía acerca de la nota de suicidio de MacKenzie Graham tuve que mantenerlo en secreto.

Albergué esperanzas cuando Terry encontró a un taxista que llevó a Renee hasta la 35 con King la noche que murió Marc, pero seguíamos cuesta arriba, como intenté explicarles a Amy Blount y a Harriet. Las tres nos reunimos varias veces para decidir la estrategia y para tratar de descubrir cómo habría muerto Marc.

– ¿Por qué Renee llevaría a Marc hasta Larchmont? -preguntó Amy.

Me encogí de hombros.

– Apuesto a que debía de pensar que estaría meses allí hasta que alguien lo descubriera. La casa estaba vacía, y en este momento económico nadie iría a comprarla. La agencia inmobiliaria no hace gran cosa en cuanto a mantenimiento, así que era un buen intento pensar que el cuerpo de Marc se desintegraría más allá de una posible identificación, o del descubrimiento de la verdadera causa de la muerte. Fue un golpe de suerte el hecho de que la nieta de Renee estuviera usando la mansión.

– Odio cuando hablas como si todo fuera un juego -dijo Harriet.

– Lo siento. Pero para Renee fue un juego; su ingenio contra el mundo. Ella llevó el coche de Marc hasta su casa en mitad de la noche, entró y destruyó todas sus notas y archivos del ordenador. Mató a Olin poniendo fenobarbital en su almohada y destruyó los documentos de su cajón secreto, y a la mañana siguiente apareció en su oficina fresca como una rosa. Su hijo dijo que Renee siempre se ha enorgullecido de su talento organizativo. En estas últimas semanas se ha sentido como pez en el agua. El problema era que se estaba ocupando de demasiadas cosas, y comenzó a perder el control.

Una tarde llevé a Catherine a ver al padre Lou, que la reprendió bastante: había sido irresponsable huir con Benji. Renee le había disparado, pero fue Catherine quien le puso en la línea de fuego. El cura seguía estando furioso; nadie que hubiera acudido a su iglesia en busca de seguridad había muerto bajo su cuidado; la cara pálida y el labio superior tembloroso de Catherine no consiguieron ablandarlo.

Al día siguiente, Catherine y yo asistimos al funeral de Benji en su mezquita. Permanecimos fuera con un grupo de mujeres mientras los hombres seguían la ceremonia. Dos mujeres nos insultaron -las dos occidentales que llevaron a Benji a la muerte -, pero varias se lamentaron junto con Catherine, imaginando que ella estaba enamorada de él. Y tal vez era así. Romeo y Julieta. Cuando tienes dieciséis años, todo parece ser para siempre, tanto lo malo como lo bueno.

Fue el señor Contreras quien le dio a Catherine el consuelo que necesitaba. Estaba encantado de tener a una bella y joven palomita a la que atender. Durante el día, mientras yo estaba trabajando, él llevaba a Catherine a su casa, donde ella se tumbaba en el sofá y veía carreras de caballos en la televisión, junto con él y los perros. Como buena conocedora de los caballos, le daba consejos sobre los animales; gracias a ellos el señor Contreras ganó cien dólares apostando y compró filetes para todos. Catherine, vegetariana como era, no quiso poner a prueba la buena voluntad del viejo, y probó la carne para complacerlo.

Catherine sabía que yo intentaba que se abriese el caso contra Renee por el asesinato de Whitby, pero para ella Whitby nunca había existido. Una tarde, tras hablar por teléfono con Stephanie Protheroe acerca de la declaración de Theresa Jakes sobre la desaparición de sus medicamentos, Catherine me preguntó por qué no lo dejaba.

– Sé que mi abuela se portó terriblemente mal, pero no quiero que vaya a la cárcel.

– Quieres dos cosas que se excluyen mutuamente -comencé a decir, y luego la convencí para ir a dar una vuelta.

– A mi casa no -dijo alarmada.

– A tu casa no. Quiero que conozcas a alguien.

Fuimos al South Side, donde le presenté a Harriet Whitby.

– Ésta es Catherine Bayard. Tiene el brazo vendado porque unos oficiales demasiado nerviosos le dispararon hace un par de semanas. Háblale de Marc a Catherine; quiero que ella sepa qué clase de persona era tu hermano.

Harriet pensó un minuto.

– Era escritor. Era un hombre cuidadoso, silencioso y discreto, realmente muy tímido, pero cuando se decidía a defender a alguien, podía ser feroz, y siempre leal. Cuando yo tenía seis años y él doce, tuve una infección en la cara, una especie de acné incontrolable. Algunos chicos solían esperarme para meterse conmigo de camino a la escuela, hasta el punto de que llegué a salir de casa por la mañana sólo para ir a esconderme en el parque todo el día. Cuando Marc se enteró de que estaba faltando a la escuela, me dijo que debía ir, que ningún gallito tema derecho a privarme de mi educación, y me acompañó a la escuela, llevándome de la mano. Cuando llegamos a donde esperaban los niños, se detuvo y dijo: «Ésta es mi hermana, una hermosa niña negra. Espero que reconozcáis su belleza y que la respetéis». Lo dijo con la misma calma con la que se lee el parte meteorológico. Durante tres meses me siguió acompañando a la escuela, y se enfrentó a cinco de ellos, y con dos más de una vez, y aunque viva ciento veinte años nunca conoceré a un hombre más bueno que él.