– No voy a irme sin ti, a menos que me detengan y no pueda ayudarte. Así que quédate en el horno hasta que vuelvas a oír mi voz.
Insistió en llevarse el libro. Quité las rejillas, las puse detrás del frigorífico, y le ayudé a subirse y a meterse dentro. Cogí uno de mis guantes de trabajo y lo puse de manera que la puerta del horno no se cerrara del todo, así el muchacho podría respirar y oír; luego me apresuré a volver a la puerta.
Casi se me caían las lágrimas de puro agotamiento, pero me obligué a trabajar metódicamente. Si los recién llegados estaban en la puerta de atrás… no podía permitirme el lujo de pensar en miedos desconocidos. Concéntrate en el juego, Vic.
Un palillo en su sitio, luego el segundo. El tercer seguro cedió justo cuando oí pasos moviéndose por el suelo sin alfombrar hacia la cocina. Abrí la puerta trasera, y metí apresuradamente mis improvisadas herramientas en el cajón más cercano.
– ¿Quién está ahí? -grité apretándome contra la pared de detrás de la puerta batiente.
Dos oficiales uniformados entraron con unas linternas tan potentes que no podía verles la cara; no vislumbraba más que a una tercera figura entre ellos.
Entonces se oyó la seca voz de un hombre.
– Sólo podía ser la detective de Chicago. Creí que le habíamos dicho que se mantuviera alejada del condado de DuPage.
27
Era el teniente Schorr, el oficial que tan beligerante había sido conmigo el domingo por la noche. Junto a él, silenciosa y tiesa como un palo, se encontraba la oficial Protheroe.
– ¡Teniente! -exclamé, esbozando una exuberante sonrisa de bienvenida-. Ya sabe cómo somos los de la ciudad: en cuanto respiramos un poco de aire campestre, queremos más. Es tan puro y limpio el aire de esta zona… Excepto cuando alguien se ahoga lejos de coches, de trenes y de su casa, por supuesto.
Protheroe se apresuró a hablar, antes de que Schorr reaccionase.
– Warshawski, usted es definitivamente el malo de esta interminable telenovela de Larchmont. ¿Cómo ha entrado en la casa?
– La puerta de la cocina estaba abierta, así que entré. ¿Por eso han venido? ¿Se activó la alarma?
– Nuestra presencia aquí no es de su incumbencia, pero su presencia aquí sí es de nuestra incumbencia. -Schorr se acercó hasta la puerta para comprobar que, en efecto, estaba abierta.
Me situé junto a la mesa que había en medio de la cocina; no con la misma facilidad con que lo hubiera hecho de no haber estado escalando paredes, buceando y todo lo demás de esa tarde, pero sí obligando a Schorr a colocarse entre el horno donde estaba Benjamin y yo en caso de que éste quisiera verme. Ahora que había apartado la linterna de mis ojos, pude ver que el tercer miembro del grupo era el perro guardián de los abogados, Larry Yosano.
Saludé amigablemente a Yosano antes de añadir:
– Teniente, la familia de Marcus Whitby no comparte el cómodo optimismo del comisario Salvi sobre la muerte de su hijo. Me contrataron para investigar. He venido a registrar el estanque, lo que ya he hecho, con interesantes resultados.
– Entonces reconoce haber forzado la puerta -dijo Schorr.
– ¿Seguimos teniendo problemas con ese verbo, verdad? -Parecía tan alegre como una jefa de animadoras cuyo equipo acaba de ganar en casa-. Admito que he estado en esta finca. Y aduzco que la señora Geraldine Graham y su hijo Darraugh Graham, de Continental United Group, me pidieron que viniera a esta propiedad para ver quién había en la casa. Y agrego que usted, teniente, hizo caso omiso de las llamadas de la señora Graham, que afirmaba ver luces en el ático. Sugiero que usted pensó que estaba senil y prefirió no investigar. Sostengo que no estoy de acuerdo con usted. De modo que esta noche, cuando terminé en el estanque, decidí echar un último vistazo a la casa. La puerta trasera estaba abierta, y afirmo, sin vacilar, que aproveché la oportunidad para entrar.
Schorr se puso serio. No dijo nada, no porque le hubiera impresionado mi maravilloso discurso -que a mí me pareció impresionante, dado lo cansada que estaba-, sino porque le recordé que tenía amigos en las altas esferas. Antes de hacer o decir algo que pudiera costarle caro, dos hombres jóvenes se abrieron paso por la puerta batiente. Venían sin aliento.
– Ahora no hay nadie, teniente, pero definitivamente había alguien viviendo en el ático. Mire lo que hemos encontrado. -El que hablaba mostró los libros que había en el escritorio del ático, y encima de todos ellos estaba el diccionario de Benjamín.
– Una de las ventanas del tercer piso estaba abierta -dijo el segundo oficial-. Creemos que nos oyó llegar y huyó por allí: desde el tercer piso se puede saltar al techo de la galería y luego deslizarse por las columnas hasta el suelo.
– ¿No vio correr a nadie cuando usted llegó? -me preguntó Stephanie Protheroe.
Hice un gesto negativo.
– Debe haberse ido cuando me oyó llegar, porque no había nadie en el ático cuando subí a echar un vistazo. Y no vi ninguna ventana rota cuando rodeé la casa desde fuera buscando una entrada. Estaba a punto de revisar el sótano cuando ustedes llegaron.
– ¿Hay algún lugar en el sótano donde pueda esconderse alguien? -le preguntó Schorr a Yosano.
El abogado se encogió de hombros.
– Nunca he visto la casa entera pero, por lo que yo sé, allí no hay nada fuera de lo normaclass="underline" las calderas, el lavadero, ningún armario secreto ni nada por el estilo.
– Por si acaso, vamos a registrarlo -dijo Schorr, felicitando a continuación a los dos hombres-: Buen trabajo. Empiecen a peinar la zona, a ver si el tipo está escondido; por aquí fuera podría haber un montón de gente. Árabe, seguramente un terrorista que trata de huir; podría tener un arma, así que si lo ven, no duden. Sólo disparen.
Los dos jóvenes hicieron un saludo y se marcharon. La primera cacería de unos cachorros, tan ávidos de obtener su zorro que probablemente matarían a un unicornio si se les cruzara en el camino.
Schorr apuntó con su linterna a la cara de Protheroe. Ella hizo una mueca y apartó el rostro.
– Tú ve al sótano, por si acaso, Steph. Esos tipos de Al Qaeda son lo bastante listos como para hacernos creer que saltaron por una ventana, cuando todo el tiempo estuvieron escondidos en el sótano. Yosano, usted conecte la luz. Necesitamos ver qué demonios estamos haciendo.
Cuando Yosano dijo que eso tendría que esperar hasta primera hora de la mañana -la compañía de electricidad no lo consideraría una emergencia-, el teniente dio un manotazo en la puerta de acero inoxidable de uno de los armarios, y acto seguido soltó un juramento acompañado de un gesto de dolor.
– ¡Esto es una puta emergencia, hay un terrorista árabe en New Solway! ¡Muévase!
Yosano tuvo que esforzarse para mantener el tono de voz.
– Tendrá que esperar hasta mañana, teniente Schorr.
Schorr iba a lanzar otro exabrupto, pero se mordió la lengua y llamó a sus jóvenes ayudantes. Como no le respondían, se volvió hacia la oficial Protheroe, que ya había encontrado la escalera que llevaba al sótano.
– Antes de bajar, llame a la oficina y mire a ver si pueden enviarnos un generador, cualquier cosa, para que sepamos por dónde pisamos. No me gustaría que nos disparásemos entre nosotros por andar a oscuras.
De modo que no era tonto, sólo lo parecía. Me alejé de la mesa y me dirigí hacia la puerta del sótano, tratando de continuar desviando la atención del horno en el que se encontraba Benjamín.
– ¿No deberíamos llamar primero a la señora Bayard? -preguntó Stephanie Protheroe con la mano aún en el picaporte-. Algún equipo de noticias interceptará nuestra llamada, ya sabe, y se presentarán aquí enseguida. Puede que nos convenga hacerle saber que creíamos que había un terrorista escondido, antes de que la gente de la tele aparezca y empiecen a hacerle preguntas.