Los comentarios de Bobby me cogieron por sorpresa: nunca se había tomado esas confianzas conmigo.
– ¿Crees que éste es uno de esos intentos desesperados? El chico que buscan, quiero decir.
Bobby gruñó.
– Gracias a Dios eso no es asunto mío. Pero tú sí. No quise presionarte delante de toda esa gente, pero no me mientas, Vicki. ¿Sabes dónde está ese chico?
La confianza, ésa era la táctica del buen interrogador. Sentí el remordimiento que se supone que debía sentir. No podía mentirle al gran amigo de Tony y Gabriella. Pensé en Catherine Bayard pidiéndole a gritos a su abuela que no le preguntara más si no quería oír mentiras. Pensé en las instalaciones de San Remigio, el gimnasio, las aulas, la capilla, la cocina y los dormitorios. No tenía ni idea de en qué dormitorio estaría ahora Benjamin Sadawi.
Moví la cabeza ligeramente.
– No lo sé, Bobby.
Entornó sus ojos grises.
– Será mejor que no me mientas, Vicki.
Le miré con seriedad.
– Lo sé: a Gabriella le disgustaría mucho.
– Sí, y a Tony tampoco le haría mucha gracia, pero ambos te protegerían. En cuanto a mí, si te pillo en una mentira esta vez, te las tendrás que ver conmigo. ¿Qué hiciste después de dejar ese motel? ¿Después de ir a ese Tech no sé cuántos?
Tracé un círculo en la mesa con un dedo.
– Morrell anda escondido. Fui a ver a un amigo que lo conoce.
– ¿Y eso te llevó seis horas? No pongas a prueba mi paciencia.
– Si te hablo de mis asuntos privados, lo usarás en mi contra.
– ¡Qué rayos… oh! A menos que estés a punto de revelar un acto delictivo, no saldrá de aquí.
Había eludido decir la verdad sobre Sadawi, pero le sería franca respecto a este asunto.
– La policía vigiló la entrada de mi edificio pero no el callejón trasero. Imaginaba que los federales o el simio de Schorr estarían pisándome los talones, de modo que entré por atrás. Necesitaba comer algo decente, y quería sacar a pasear a los perros, además de pasar un rato con mi vecino. Hice todas esas cosas, luego me cambié de ropa, volví a salir por el callejón y di la vuelta para entrar por delante.
Bobby me miraba fijamente, luego emitió un sonido ronco a mitad de camino entre la risa y el gruñido.
– No me extraña que no demos con el chico egipcio desaparecido. Lo que me sorprende es que nos encontremos los pies para ponernos los zapatos por la mañana, ya que ni siquiera se nos ocurre vigilar las dos entradas de un edificio. ¡Jesús, María y José!
35
Me quedé dormida en el coche patrulla que me llevó a casa. Sólo eran las diez, pero las dos horas en la 35 con Michigan me habían agotado casi más que los esfuerzos físicos de la noche anterior. Cuando el conductor me sacudió para despertarme parpadeé, momentáneamente desorientada: esperaba ver la pequeña casita de la calle Houston en la que me había criado. Esperaba, o quería, que mi madre estuviera allí para recibirme.
En cambio, fueron el señor Contreras y los perros los que se apresuraron a salirme al paso para darme la bienvenida; el viejo, aliviado de que no me hubieran encerrado. Me tumbé en el suelo de la sala de estar de su casa, abrazada a Peppy, relatándole los momentos más relevantes, y también los más sombríos, de la noche. Cuando se enteró de que el FBI también había registrado mi oficina, y que muy bien podían haber intervenido los teléfonos, el señor Contreras manifestó, con su estilo habitual, su opinión al respecto. Podía pensar que cualquier medida tomada por el Gobierno para proteger América estaba justificada, sin importar cuántos derechos se violaran, pero, como se trataba de mí, los federales habían cruzado un límite inviolable. Siempre echo de menos a mi madre en los momentos difíciles, pero tener un vecino de tu lado sirve de gran consuelo.
– Pero salir por la ventana de esa mansión, muñeca… Debes de haberte hecho daño. Ya veo que tienes un hombro lesionado.
– No fue por salir por la ventana, sino por zambullirme en el estanque y luego trepar por la maldita pared. Esta tarde… -me detuve antes de pronunciar el nombre del padre Lou- he estado con un entrenador deportivo antes de llegar a casa. Me puso un linimento y me recomendó que llevara el hombro vendado. No tuve tiempo de parar en ningún sitio a comprar una venda elástica. La que tengo puesta no termina de sostener bien el músculo.
– Ve mañana a ver al médico. No te fíes de lo que te diga un entrenador.
Era una buena idea: Lotty ofrecía algo más que cuidados médicos en su clínica. Estaba apoyada en el lomo del perro, pensando que debía levantarme e irme a la cama antes de quedarme dormida en el suelo, cuando sonó el móvil. Para indignación de Peppy, dejé de hacerle mimos y me levanté a buscarlo en el bolso.
Era Harriet Whitby, disculpándose por llamar tan tarde, pero ella y Amy estaban esperándome en el hotel; ¿todavía quería verlas?
Estaba a punto de quejarme diciendo que apenas podía moverme, pero entonces recordé que el ayudante del fiscal del distrito de DuPage iba a pedirles a los Whitby el cuerpo de Marcus. Necesitaba hablar con Harriet esa noche para que no se enterase por boca del funcionario. Si los federales realmente estaban escuchando mis conversaciones telefónicas, no quería que se enterasen de que ya había dispuesto que se hiciera una autopsia completa. Le dije a Harriet que estaría en el hotel en media hora.
Cuando el señor Contreras se dio cuenta de que iba a volver a salir otra vez, trató de convencerme de que no lo hiciera: era tarde, estaba agotada y no debería conducir. Yo estaba de acuerdo en todo, pero le dije que iba a coger un taxi. Es una de las pocas ventajas que tiene vivir en uno de los barrios más congestionados de Chicago, que los taxis circulan por las calles a cualquier hora. El señor Contreras y los perros me acompañaron a la esquina y esperaron hasta que un taxi se detuvo delante de un nuevo local en Belmont con Sheffield. Me ayudó a subir, asegurándome que me esperaría.
Los clientes habituales del sábado por la noche llenaban los restaurantes y los bares de Belmont. Los coches tocaban el claxon, había gente por todas partes. Mientras avanzábamos a duras penas hacia el este, yo miraba constantemente hacia atrás, preguntándome si la policía me estaría siguiendo, pero el todoterreno que llevábamos detrás no me dejaba ver gran cosa. Terminé por aceptar que en realidad no importaba que el FBI se enterase de que iba al centro, así que eché una cabezadita hasta que llegamos al hotel.
La recepción del Drake se encuentra en lo alto de una escalinata como las que Audrey Hepburn sube a menudo en Vacaciones en Roma o en Cómo robar un millón y… Una princesa podía subir esos escalones con tacones altos, pero una detective cansada tenía problemas para levantar una pierna detrás de la otra.
– Podría haber dormido toda la noche -canturreaba para mí misma- y aun así pedir más.
Harriet y Amy se encontraban sentadas en un sofá en la pequeña recepción al final de las escaleras. Cuando me vieron, Harriet se levantó de un salto a saludarme, cogiéndome las manos, y luego se disculpó cuando vio las ojeras que tenía.
– Es la segunda vez que la llamo tarde después de haber tenido un día ajetreado a cuenta de los asuntos de mi familia; lo siento mucho… Esto podría haber esperado hasta mañana.
Le sonreí para tranquilizarla.
– De cualquier manera esta noche ha ocurrido algo que debe saber. ¿Dónde podemos hablar tranquilamente? ¿En su habitación?