Spence intentó echar un vistazo furtivo bajo su top, el cuál había hecho a partir de un trozo del chal de seda que usó en la cena de ensayo, que ahora llevaba con vaqueros. Durante toda la noche, él la había estado tocando: delineando un hueso de su muñeca, acariciando su hombro y la parte baja de su espalda, fingiendo interés por sus pendientes como una excusa para frotar el lóbulo de sus orejas. Ted se había dado cuenta de cada toque y, por primera vez desde que se conocieron, parecía feliz de que ella estuviera alrededor. Spence se inclinó demasiado cerca. -Aquí está mi dilema, señorita Meg.
Se puso más cerca de Kenny, algo que había estado haciendo toda la noche hasta que prácticamente estuvo en su regazo. Él parecía no notarlo, aparentemente estaba tan acostumbrado a que las mujeres se pegaran a él que ya no se daba cuenta. Pero Ted se estaba dando cuenta, y él quería que se quedara justo donde Skipjack pudiera manosearla. Ya que su sencilla sonrisa nunca cambiaba, no tenía ni idea de cómo sabía eso, pero lo sabía, y la próxima vez que estuviera a solas con él, tenía intención de decirle que añadiera "proxeneta" a su gran e impresionante currículum.
Spence jugaba con los dedos de ella. -Estoy mirando dos encantadoras propiedades, una a las afueras de San Antonio, una ciudad que es un semillero de actividad comercial. La otra en el medio de la nada.
Ted odiaba el juego del gato y el ratón. Ella lo sabía porque él se inclinó más hacia atrás en su silla, tan imperturbablemente como un hombre lo podía ser. -La zona de la nada más bella que nadie ha visto nunca -, dijo él.
Y todos ellos la quería destruir con un hotel, condominios, calles cuidadas y verde artificial.
– No olvides que hay una pista de aterrizaje a menos de treinta y dos kilómetros del pueblo -. Kenny tecleaba en su móvil.
– Pero no mucho más de lo que hablar -, dijo Spence. -No hay boutiques de lujo para las damas. Ni discotecas, ni restaurantes.
Skeet se rascó la mandíbula, sus uñas raspando su barba canosa de tres días. -No veo eso como una desventaja. Todo eso significa que la gente gastará más dinero en tu resort.
– Cuando vengan a Wynette será para conseguir su dosis de típico pueblo americano -, dijo Ted. -El Roustabout, por ejemplo. Es algo auténtico, no una falsa franquicia nacional de producción masiva con cuernos colgados de la pared. Todos conocemos cuánto aprecian las personas ricas lo auténtico.
Una interesante observación viniendo de un multimillonario. Se dio cuenta que todo el mundo en esa mesa era inmensamente rico, excepto ella. Incluso Skeet Cooper debía tener un par de millones escondidos, procedentes de todos los premios monetarios que había ganado como caddie de Dallie.
Spence enrolló su mano en la muñeca de Meg. -Vamos a bailar, señorita Meg. Necesito bajar mi cena.
Ella no quería bailar con él, y quitó su mano con la excusa de coger su servilleta. -No entiendo exactamente por qué estás tan ansioso por construir un resort. Ya eres el dueño de una gran compañía. ¿Por qué complicar más tu vida?
– Un hombre está destinado a hacer ciertas cosas -. Sonaba como una frase de una de las peores películas de su padre. -¿Has oído hablar de Herb Kohler?
– No lo creo.
– Kohler Company. Fontanería. Mi mayor rival.
No prestaba mucha atención al mobiliario del cuarto de baño, pero incluso ella había oído hablar de Kohler, y asintió.
– Herb es dueño del American Club en Kohler, Wisconsin, al lado de cuatro de los mejores campos de golf del medio oeste. Cada habitación del American Club está equipada con las últimas novedades en fontanería. Incluso hay un museo de fontanería. Cada año el sitio está en lo alto del ranking.
– Herb Kohler es un hombre importante -, dijo Ted con una falta de astucia que estuvo cerca de hacer que ella rodara los ojos. ¿Era la única persona que se daba cuenta como era Skipjack? -Lo que es seguro es que se ha hecho una leyenda en el mundo del golf.
Y Spence Skipjack quería superar a su rival. Esa era la razón por la que construir este resort era tan importante para él.
– Es un lástima que Herb no construyera su hotel en un lugar donde la gente pudiera jugar todo el año -, dijo Dallie. -Wisconsin es un estado malditamente frío.
– Esa es la razón por la que fui lo suficientemente listo como para elegir Texas -, dijo Skipjack. -Vine aquí desde Indiana cuando era un crío para visitar a la familia de mi madre. Y siempre me he sentido en casa en el Estado de la Estrella Solitaria [12]. Más tejano que Hoosier [13]-. Volvió su atención a Meg. -Dónde sea que lo construya, asegúrese de decirle a su padre que está invitado a jugar cuando quiera, como mi invitado.
– Lo haré -. Su atlético padre todavía amaba el baloncesto y, gracias a su madre, ahora montaba a caballo por placer, pero no podía imaginárselo golpeando una pelota de golf.
Hoy había tenido conversaciones por teléfono, por separado, con sus padres pero en lugar de pedirles que le enviaran dinero, les había dicho que había conseguido un gran trabajo en la hostelería en un importante club de campo en Texas. Aunque no les dijo que era coordinadora de actividades, tampoco corrigió a su madre cuando llegó a esa conclusión y dijo lo maravilloso que era que finalmente Meg hubiera encontrado una salida útil a su creatividad natural. Su padre simplemente estaba feliz porque tuviera trabajo.
No pudo guardar silencio más tiempo. -¿Alguno ha pensado en dejar la tierra tal como está? Quiero decir, ¿realmente el mundo necesita otro campo de golf consumiendo nuestros recursos naturales?
Ted frunció el ceño casi imperceptiblemente. -Los espacios verdes de recreo mantienen a la gente saludable.
– Por supuesto que lo hacen -, dijo Spence antes que Meg pudiera sacar a colación a los golfistas y sus Bud Light. -Ted y yo hemos hablado mucho sobre eso -. Empujó hacia atrás su silla. -Vamos, señorita Meg. Me gusta esta canción.
Spence podría tener su brazo, pero Meg podría haber jurado sentir la mano invisible de Ted empujándola hacia la pista de baile.
Spence era un bailarín decente y la canción era de un tiempo, así que las cosas empezaron bien. Pero cuando llegó una balada, él la acercó tanto que la hebilla de su cinturón presionaba contra ella, por no mencionar algo más desagradable. -No se que ocurrió para que estés en una mala racha -. Spence le acarició la oreja. -Pero podría usar a alguien para que la cuide hasta que se recupere.
Ella esperaba que no quisiera decir lo que ella creía que él quería decir, pero la evidencia bajo la hebilla de su cinturón parecía indicar lo contrario.
– No estoy hablando de nada que la haga sentir incómoda -, dijo él. -Sólo de nosotros dos pasando algo de tiempo juntos.
Ella deliberadamente tropezó con los pies de él. -Oops. Necesito sentarme. Hoy conseguí un par de ampollas.
Spence no tuvo más remedio que seguirla de vuelta a la mesa. -Ella no pudo seguir mi ritmo -, refunfuño.
– Apuesto que no mucha gente puede -, dijo el alcalde chupa poyas.
Spence puso su silla más cerca y paso su brazo por los hombros de ella. -Tengo una gran idea, señorita Meg. Volemos a las Vegas esta noche. Tú también, Ted. Llama a una novia y ven con nosotros. Llamaré a mi piloto.
Él estaba tan seguro de su conformidad que cogió su teléfono, y como ningún hombre de la mesa hizo nada por disuadirle, se dio cuenta que tendría que hacerlo ella. -Lo siento, Spence. Tengo que trabajar mañana.
Él le guiño un ojo a Ted. -No es mucho lo que haces en el club de campo, y apuesto que Ted puede hablar con tu jefe para que te dé un par de día libres. ¿Qué piensas, Ted?
– Si él no puede, yo puedo -, dijo Dallie, echándola a los lobos.
Kenny le ayudó. -Vamos a hacerlo. Estaré feliz de hacer una llamada.
Ted la miró por encima de su botella de cerveza, sin decir nada. Ella lo miró de vuelta, tan enfadada que su piel quemaba. Había tragado con mucho últimamente, pero no pasaría con esto. -Lo que pasa… -Ella escupió las sílabas. -No estoy exactamente libre. Emocionalmente.