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Roberto Saviano

Lo Contrario De La Muerte

DOS RELATOS

Traducción de Francisco J. Ramos Mena

Títulos originales: Il contrario della morte / L'anello

© 2007, Roberto Saviano

© 2009, de la presente edición en castellano para todo el mundo:

Lo contrario de la muerte

Regreso de Kabul

A Vincenzo y Pietro,

que descanséis en paz

Tú lloras solo cuando nadie te ve

y gritas solo cuando nadie te oye

pero no es agua la sangre en las venas

Carmela Carmè

si el amor es lo contrario de la muerte…

Sergio Bruni

Si hay que derramar sangre,

derrame usted la suya,

ya que es tan buen apóstol.

Boris Vian

Me lo imagino como un lugar con mucha arena. Lleno de montañas cubiertas de nieve. Arena y nieve. Arena y nieve, aunque no tengan nada que ver, no aparecen nunca juntas en los sueños de nadie. Pero yo veía siempre polvo, arena, mercados llenos de viento, lo mismo que ocurre entre nosotros en las playas. Y a lo lejos la nieve sobre las cumbres. Y luego turbantes, muchas barbas. Y los vestidos que te hacen desaparecer, que a mí me parecían incluso hermosos. Hermosos para ponérselos cuando quieres que nadie te vea y aparentar que eres solo de tela. A veces quisiera poder ponérmelos aquí, cuando siento las miradas de todos sobre mí. Si sonrío, es que sonrío demasiado y ya lo he olvidado todo; si tengo los

ojos inundados de lágrimas, murmuran que pare, porque llorar no me lo va a devolver; si me muestro impasible, dictan la sentencia: el dolor la ha trastornado. Y entonces quisiera cubrirme con aquellas campanas azules, con aquellos burkas.

Maria cierra los ojos y trata de imaginar Afganistán. Elige algunas de las imágenes que le han venido a la mente durante todos estos días y me las describe. Es la primera vez que lo hace con un extraño. Pero quizá soy solo yo el que se siente extraño, y ella me ha visto en la iglesia durante el funeral, o tal vez me recuerda de cuando venía por aquí a jugar al fútbol, o al gimnasio a dármelas de boxeador y simular que me desahogaba contra un saco. Y me habla de una tierra que no ha visto nunca, pero es como si conociese cada imagen recogida en la televisión, cada foto publicada en los periódicos: como si hubiese adiestrado el ojo para captar todos los detalles que aparecen a la espalda de los corresponsales que prestan sus servicios en Kabul, o en los reportajes plagados de fotografías que salen cu los semanarios femeninos.

Afganistán se ha convertido en una tierra a la que nombra cada día, más que a su propio país. Se la encuentra delante, constantemente. Un nombre extraño, difícil de pronunciar, que en el dialecto local se desfigura para transmutarse en Afanistán, Afgranistán o Afgá. Y que por estas tierras no trae a la mente ni a Bin Laden ni a los talibanes, sino, antes que ninguna otra cosa, el afgano, el mejor hachís del mundo, que por aquí pasaba en lingotes y llenaba los garajes, y que durante años ha sido el auténtico reclamo que atraía a todo el mundo a los puestos locales de venta.

Maria está casi obsesionada con Afganistán. Una obsesión que ella no ha elegido. Una neurosis que se ha encontrado dentro, como una desdicha. Nadie que esté cerca de ella pronuncia jamás palabras que puedan recordarle ni que sea de lejos el sonido de la palabra Afganistán. Como si pudiera bastar un sonido para hacer renacer su dolor o para recordarle por un instante una vez más su origen, para recordarle Afganistán, suponiendo que durante un momento hubiese logrado olvidarlo. Maria es consciente de esta gentileza inútil. Al principio le fastidiaba, como fastidian esos hombres que te abren la puerta con excesiva afectación o los que piden excusas solo porque pronuncian palabras que de algún modo no resultan adecuadas para los tímpanos femeninos. Falsas apariencias de educación, que sirven más para mostrar el tacto y la finura del noble seductor que una verdadera atención por la persona a la que van destinadas.

Maria no logra olvidar. No logra dejar de pensar en ello. No ha transcurrido mucho tiempo, pero no consigue que pase una sola tarde sin que le venga a la mente lo que ocurrió y dónde ocurrió, y sin preguntarse qué habría podido evitarlo. Se lo pregunta como no tendría que hacer nunca. Aquí te adiestran para considerar todo lo que sucede como inevitable. Se trata de algo distinto del antiguo fatalismo que hace aceptarlo todo con los brazos abiertos y las rodillas dobladas. Es el adiestramiento cotidiano para tomarlo todo como viene, que te impulsa a una actitud incluso más invasiva. Si ha sucedido, has de intentar sacar ventaja, y esta postura te impide entender. Entender cómo van las cosas, cómo pueden evitarse, de dónde provienen. Es como tomar cada día como si fuera el peor de los días, pero saber qué provecho sacar de cada uno de ellos. Una ventaja miserable, capaz solo de aprovechar una distracción del destino, un momento de tregua en la ruina que te cae encima.

En torno a Maria nadie se pregunta cómo ha sucedido ni por qué. Todo sucede porque debe suceder. Sufre, y extrae todo lo que puedas de lo que sufres. De lo que recibas saca lo que puedas, pero nunca podrás decidir qué parte se le puede atribuir a la mala suerte, qué te espera y por qué te espera. Y la rabia y el dolor parecen nacer allí donde sabes que no puedes hallar ventaja alguna.

Pero a Maria le carcomen las preguntas. Se las hace a los soldados que estaban en Kabul con Enzo y ahora hace ya tiempo que han regresado; se las hace a cualquiera que vuelva aunque solo sea de permiso. A todo el que vuelve de la última guerra. Preguntas que logra introducir entre el manojo de palabras prudentes y educadas que le ofrecen a ella, a la viuda, a la novia que tropieza antes de llegar al altar. En el pueblo, hay veteranos de cada guerra, de todas las últimas guerras. Las últimas guerras que ya no se consideran como batallas y conflictos, sino como misiones. Misiones de paz. Por estas tierras, no obstante, los familiares, los niños del pueblo, las prometidas, los hermanos, todos, las llaman solo «últimas guerras». La última guerra deja atrás a las anteriores, Última guerra ha sido la de Irak hace unos meses; ultima guerra fue durante un largo período la de Bosnia. Ultima guerra para los de por aquí es ahora Afganistán. Desde Casavatore hasta Villaricca, en cambio, se han ido todos a Nasiriya, y en el interior la última guerra es ahora Líbano, hacia donde partieron los soldados hace unos meses. De ellos no se habla. Nada se cuenta, nada se manifiesta, no hay conexiones con alguna que otra transmisión que permitan ahorrar las llamadas telefónicas a las familias, no hay mujeres que muestren a través de las cámaras que el vientre abultado que se ha dejado al partir ha aumentado hasta hacerse enorme. Así, el imaginario se construye en las fotos jpg que los soldados mandan desde el frente por e-mail para descargar la tarjeta de memoria de las cámaras fotográficas y poner a buen recaudo las imágenes para enseñárselas a las novias y dar a conocer a las familias dónde están trabajando y cómo se ganan la vida.

Los periódicos no quieren fotografías de las jornadas cotidianas transcurridas en el frente. Patrullas, niños en brazos, piernas colgando sobre los blindados, gafas de sol y metralletas. Todo demasiado visto o simplemente la cotidianeidad de unas guerras que no deberían resultar cotidianas a nadie. De los vídeos sí hay demanda, pero solo si disparas a algún herido, solo si maldices a los enemigos, solo si violas las reglas del combate, o si te ataca algún enemigo y te filman mientras te despanzurran.

Los niños de por aquí, cuando van a la estílela a Nápoles, o siguen las rutas de los traslados a los distintos cuarteles de sus padres y sus madres, terminando en las escuelas romanas o turinesas, no logran entender cuando la profesora pregunta por la última guerra. Ellos tienen en mente aquella en la que han estado sus padres y cu la que están sus hermanos, y se estrujan las meninges para recordar si aquella guerra es precisamente la última y para saber si era esa realmente la pregunta. Y luego responden: «La última guerra es la de Kosovo en 1999; mi padre estaba»; o bien: «La última guerra es la de Afganistán». Casi siempre la clase se echa a reír a carcajadas, porque la pregunta sobre cuál es la última guerra es la más fácil. No te han preguntado por la Triple Alianza, ni por el año del armisticio de la Primera Guerra Mundial, sino solo por la última guerra, lo más fácil del mundo. El que se equivoca es tonto de remate.