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Georgie llevaba un sencillo vestido amarillo de algodón y su pelo negro estaba salpicado de flores. Bram iba descalzo. Los votos que habían redactado hablaban de lo que sabían, de lo que habían aprendido y de lo que se prometían. Cuando la ceremonia terminó, se sentaron alrededor de una hoguera para darse un festín de cangrejo rematado con las magdalenas de chocolate rellenas de crema de Chaz. Paul y Laura no podían apartar los ojos el uno del otro. Mientras el fuego crujía, Laura dejó solo a Paul unos instantes y se acercó a Georgie.

– ¿Te importa lo que hay entre tu padre y yo? Sé que va muy deprisa. Sé que…

– Vuestra relación no podría hacerme más feliz.

Georgie la abrazó, mientras Chaz y Aaron se alejaban juntos por la playa.

Bram contempló la bonita cara de su mujer brillando al resplandor de la hoguera y se dio cuenta de que el pánico que había sido su silencioso compañero desde que tenía memoria, había desaparecido. Si una mujer tan sensata como Georgie podía aceptarlo con sus fallos, entonces ya era hora de que él también se aceptara a sí mismo.

Aquella criatura maravillosa, cariñosa, exquisita e inteligente era suya. Quizá debería tener miedo de fallarle, pero no lo tenía. En todas las cosas importantes de la vida él siempre estaría allí para ella.

Mientras oscurecía, Georgie vio que un bote neumático se acercaba a la orilla desde un yate anclado mar adentro.

– ¿Qué es eso?

– Mi sorpresa -le susurró Bram junto al pelo-. Quería que pasáramos la noche de bodas en un yate. Para compensarte por la primera vez.

Ella sonrió.

– Eso fue hace mucho tiempo.

Sus invitados los despidieron con una lluvia de arroz integral de cultivo biológico aportado por Meg. Mientras se dirigían al yate, Bram estrechó amorosamente a su esposa. Quería que la noche de bodas fuera perfecta. Lance la había sorprendido con un carruaje y seis caballos blancos y Bram no quería ser menos.

Cuando estuvieron a bordo, Bram la condujo por la silenciosa embarcación hasta el camarote principal.

– Bienvenida a tu luna de miel, amor mío.

– ¡Oh, Bram…!

Todo estaba como él lo había organizado. Unas velas blancas situadas dentro de unos farolillos iluminaban las cálidas paredes de madera y las lujosas alfombras.

– ¡Es precioso! -exclamó Georgie con tanto énfasis que convenció a Bram de que no se acordaba ni del carruaje ni de los caballos-. Me encanta. Te quiero. -Miró más allá de Bram, hacia la cama, y se echó a reír-. ¿Lo que veo son pétalos de rosa esparcidos por las sábanas?

Él sonrió junto a la mejilla de su esposa.

– ¿Te parece excesivo?

– Sin duda. -Lo rodeó con los brazos-. ¡Y me encanta!

Bram la desnudó poco a poco, besando todas las partes que descubría: la curva de su hombro, la ondulación de sus pechos… Entonces se arrodilló y la besó en la barriga, los muslos… sabiendo que era el hombre más afortunado de la Tierra. Ella lo desnudó a él con la misma lentitud y, cuando Bram ya no pudo soportarlo más, la condujo a la cama y a las sábanas de pétalos de rosa, lo que, en su momento, le pareció una buena idea, pero…

Bram se quitó un pétalo de la boca.

– ¡Esta porquería está en todas partes!

– Lo mismo digo. Incluso aquí. -Georgie separó las piernas-. ¿Quieres hacer algo al respecto?

En fin, quizá, después de todo, lo de los pétalos de rosa no era tan mala idea.

El yate se balanceó debajo de ellos. Georgie y Bram hicieron el amor una y otra vez, arropados en su mundo privado y sensual, prometiendo con sus cuerpos todo lo que se habían prometido con palabras.

A la mañana siguiente, Bram fue el primero en despertarse y se quedó tumbado, con su mujer entre los brazos, respirando su aroma, dando gracias… y pensando en Skip Scofield.

«Tendrás que ayudarme, tío. Yo no tengo tanta práctica en ser sensible como tú.»

«Podrías empezar dejando de lado tu sarcasmo», respondió Skip.

«Georgie no me reconocería.»

«Al menos, utilízalo sólo en momentos puntuales.»

Esto sí que podía hacerlo. Georgie se acurrucó más contra él, que curvó la mano sobre su cadera.

«Por fin te llevo una, Skipper. Ahí estás tú, estancado para siempre con la pequeña Scooter Brown. Y aquí estoy yo… -Besó el suave pelo de su mujer-. Aquí estoy yo con Georgie York.»

Ella por fin despertó, pero no permitió que Bram la besara hasta que se lavó los dientes. Cuando salió desnuda del lavabo, él se fijó en que un olvidado pétalo de rosa colgaba de su pezón y alargó la mano.

– Ven aquí, esposa mía -dijo con ternura-. Voy a dejarte embarazada.

Ella le sorprendió dándole largas.

– Más tarde.

Él se incorporó en la cama y la observó con recelo mientras sacaba la cámara de vídeo de una de las maletas que les habían llevado al yate.

– Chaz ya me advirtió contra eso -dijo Bram.

Georgie sonrió y se sentó a los pies de la cama, de cara a su marido. La luz del sol se colaba por los ojos de buey reflejándose en el pelo oscuro de Georgie. Bram se reclinó en las almohadas y vio que ella levantaba la cámara.

– Empieza por el principio -indicó Georgie-. Descríbeme todo lo que amas de tu mujer.

Bram comprendió que ella se estaba burlando, pero no pensaba seguirle el juego, así que le cogió el pie con la mano e hizo exactamente lo que ella le había pedido.

Epílogo

Iris York Shepard era tan infeliz como podía serlo una niña de cuatro años. Estaba en medio del jardín de su casa, con los brazos cruzados sobre su liso pecho, tamborileando amenazadoramente con su piececito en la hierba, con el ceño fruncido y una mueca en su adorable carita. A Iris no le gustaba que la atención de los demás se desplazara demasiado lejos de su persona y, en aquel momento, incluso sus amantísimos abuelos se habían ido a hablar con el tío Trev.

Bram vio a su hija desde el porche y sonrió. Tenía una idea bastante exacta de lo que se avecinaba. Y lo mismo podía decirse de Georgie, que se había dado cuenta de la frustrada expresión de Iris desde el otro lado del jardín, donde perseguía a su hijo de dos años.

– ¡Haz algo! -gritó Georgie por encima de las cabezas de los invitados.

Bram reflexionó acerca de las alternativas. Podía tomar a Iris en brazos y hacerle cosquillas, o balancearla cabeza abajo cogiéndola de los tobillos, algo que a la niña le encantaba, o incluso mantener una pequeña charla con ella, algo en lo que se estaba volviendo sorprendentemente bueno, pero no hizo nada de eso. Era más divertido dejar que los sucesos siguieran su curso natural.

Veinticinco amigos de Bram y Georgie habían sido invitados a su fiesta anual de aniversario de boda. Aquel día hacía cinco años que se habían casado en la playa. ¡Habían ocurrido tantas cosas en aquellos cinco años! La casa del árbol había tenido un éxito moderado de audiencia y un éxito impresionante con la crítica, lo que supuso para Bram media docena de interesantes papeles protagonistas en otras tantas películas. Después, con el respaldo de Rory, produjo un guión propio que fue un éxito de audiencia, y su carrera se consolidó.

En cuanto a Georgie… Ella seguía interpretando el mundo a través de su cámara y realizando con ello un gran trabajo. De los tres documentales que había rodado, el último siempre era mejor que el anterior y empezaba a acumular importantes premios. Pero aunque los dos estaban encantados con sus respectivos trabajos, nada les proporcionaba más alegría que su familia.

Chaz se abrió camino entre la multitud. Bram se fijó en su resplandeciente melena negra, su vestido rojo de tirantes y sus sandalias plateadas, y apenas logró acordarse de la desesperada muchacha que había recogido en la puerta de un bar muchos años atrás. Incluso la protestona joven que solía dirigir su cocina se había suavizado. No se podía decir que hubiera perdido su descaro, ella y Georgie seguían peleándose, pero ahora todos formaban una familia: él, Georgie y los niños, Chaz y Aaron y, desde luego, Paul y Laura, que se habían casado en aquel mismo jardín.