Выбрать главу

– ¿Cómo se encuentra el herido? -quiso saber.

– Se pondrá bien, señor -aseguró el agente-. Ha perdido un poco de sangre, pero se curará. Ha tenido suerte. Seguramente quiere hablar con el sargento.

– Así es. También necesito entrar en el edificio y ver la habitación en la que mataron al joven. ¿Quién fue el primero en llegar a la escalera trasera?

– No lo sé, señor, pero lo averiguaré. ¿Quiere entrar solo o prefiere que alguien lo acompañe? -Iré solo.

– Bien, señor.

Pitt atravesó los adoquines del callejón y franqueó la puerta destrozada. Subió la escalera peldaño a peldaño. Solo un par de horas antes había entrado en esa casa con el corazón en un puño. Los disparos todavía resonaban en sus oídos. En aquellos momentos le resultaba extrañamente desolada, como si hiciese semanas que alguien hubiera estado allí. No se debía tanto al polvo asentado o al aire viciado de las casas cerradas, sino a la seguridad de que quienquiera que la hubiera dejado ya no volvería. No había pertenencias personales, nada íntimo o de valor: únicamente una botella rota, un bote de cacao sin tapa y un par de trapos demasiado desteñidos como para resultar identificables.

En la habitación principal del último piso la luz se colaba por las ventanas rotas. El polvo y la suciedad de los trozos de cristal que permanecían sujetos al marco hacían que pareciesen esmerilados o pintados. La sangre del charco en el que Marcus Landsborough había yacido estaba coagulada y pegajosa, pero había perdido la humedad. Se veían manchas producidas por el traslado del cadáver. Por lo demás, todo estaba exactamente como cuando Pitt lo había visto por primera vez. La policía y el forense habían sido muy diligentes.

Pitt se agachó, observó el suelo larga y atentamente y estudió el perfil del cuerpo señalado con pisadas, la sangre seca y manchada y las huellas de los hombres que habían levantado algo pesado y difícil de manipular. Magnus había estado tendido en el suelo cuan largo era. Aparte de muchas cosas más, Pitt llevaba una cinta métrica en el bolsillo de la chaqueta. La cogió y la extendió desde donde había estado la cabeza hasta la marca de los pies. Calculó que el hombre había estado ligeramente encogido y llegó a la conclusión de que superaba el metro ochenta de estatura. No era posible ser más preciso.

De lo que se convenció absolutamente fue de que Magnus Landsborough se desplomó hacia delante cuando el disparo le entró por la nuca. Quedaba descartado que la bala proviniera de la calle y le hiciera caer como lo había hecho. Por si eso fuera poco, el tiro había entrado por la parte posterior del cráneo y había salido por el pómulo izquierdo. La calle era estrecha y se encontraba dos plantas más abajo. De haber procedido de allí, la trayectoria del proyectil habría trazado un ángulo ascendente cerrado, habría entrado por la nuca y salido por la ceja. Para no hablar de que Landsborough tendría que haber estado de pie de cara a la estancia y de espaldas al tiroteo.

¿Cabía la posibilidad de que Welling dijera la verdad y de que el primer agente que subió por la escalera trasera le disparase? En ese caso, ¿por qué? ¿Por ira? ¿Por miedo a que Landsborough sacara un arma y pudiese ponerlo en peligro? No habían encontrado ninguna arma junto al cadáver.

Pitt oyó pisadas en la escalera y al cabo de unos instantes un sargento de uniforme se detuvo en el umbral. Parecía espabilado, probablemente se acercaba a la treintena y su comportamiento era muy discreto.

– Me llamo Linwood, señor -se presentó rígidamente-. ¿Quería verme? Pitt se incorporó.

– Así es, sargento. ¿Fue el primero en llegar a esta estancia cuando se tomó la casa por asalto?

– Sí, señor.

– Descríbame exactamente qué vio.

Linwood se concentró y clavó la mirada en el suelo.

– Señor, aquí había tres hombres. Uno estaba de pie en la esquina más alejada y llevaba un arma en los brazos, un fusil. Su pelo era rojizo. Me miró a la cara, pero no me apuntó. Supongo que para entonces el cargador ya estaba vacío. Hicieron muchos disparos por la ventana.

A juzgar por la descripción se refería a Carmody.

– Continúe -solicitó Pitt.

– Había un hombre moreno, con la cabellera muy tupida -acotó Linwood y frunció las cejas en señal de concentración-. Parecía bastante conmocionado. Se encontraba de pie justo allí. -Señaló un punto situado a menos de un metro del lugar donde estaba Pitt.

– ¿Junto al cuerpo tendido en el suelo? -inquirió Pitt, sorprendido.

Linwood abrió desmesuradamente los ojos.

– Sí, señor. Llevaba un arma, pero es imposible que él disparara a la víctima. Las balas tuvieron que salir desde allí. -Señaló la puerta del otro extremo de la sala, la que daba a la escalera trasera, a través de la cual la policía había perseguido al hombre que disparó a Landsborough y que supuestamente había escapado.

– ¿Había alguien más? -insistió Pitt.

– El cadáver en el suelo -replicó Linwood.

– ¿Está seguro? ¿Puede describir cuál era exactamente su posición?

– Estaba tal como usted lo encontró, señor. El disparo lo mató en el acto, voló los sesos de ese pobre hombre.

Pitt enarcó las cejas y preguntó:

– ¿Ha dicho pobre hombre?

Linwood entreabrió los labios.

– Señor, compadezco a todo aquel al que los suyos le pegan un tiro, sean cuales sean sus ideales. La traición me revuelve el estómago.

– A mí también -coincidió Pitt-. ¿Está seguro de que fue así?

– Señor, me parece que no pudo ser de otra forma. -Linwood lo miró directamente a los ojos-. Oí un disparo cuando me encontraba al pie de la escalera. Pregunte a Patterson, que iba detrás de mí, y a Gibbons, que iba detrás de él.

– ¿Welling y Carmody se encontraban donde ha dicho?

– Sí. Por lo tanto, uno de los dos le disparó y el otro miente para protegerlo, o lo abatió uno de los que escaparon -repuso Linwood-. Lo mire como lo mire, fue uno de los suyos.

– Eso parece -reconoció Pitt a regañadientes-. Welling afirma que fuimos nosotros.

– Está mintiendo.

– No se refirió a alguien de uniforme.

– Señor, todos íbamos de uniforme -acotó Linwood con rigidez-. Los únicos de paisano eran usted y el jefe de la BrigadaEspecial.

– No creo que Welling haya mentido -comentó Pitt, reflexivo-. Diría que fue alguien a quien no conocía o a quien no reconoció.

– Pero no deja de ser uno de los suyos. -La cara del sargento estaba rígida y la cólera le afilaba la lengua-. Le dispararon por la espalda.

– Ya lo sé. Da la impresión de que la anarquía es un problema más serio de lo que suponíamos. Gracias, sargento.

– No se merecen, señor. ¿Es todo?

Linwood se cuadró… más o menos, pues consideraba que los miembros de la Brigada Especial no eranauténticos policías.

– De momento, sí -contestó Pitt.

Linwood se retiró y Pitt permaneció en la estancia imaginando el desarrollo de los acontecimientos. Él subió la escalera detrás de Narraway y de tres agentes. Había ascendido un piso cuando oyó el disparo en la planta superior y, a continuación, los gritos.

Al llegar a la habitación, segundos después que los agentes, estos se encontraban a un lado de los pistoleros. La puerta situada al otro extremo aún batía. Alguien acababa de atravesarla. Nadie afirmó haber visto a quien huía, por lo que sin duda había salido cuando el primer agente entró en la parte delantera de la estancia.

Welling y Carmody se negaban a dar nombres, pero insistían en que la policía había disparado a Magnus Landsborough. Dadas la trayectoria de la bala y la posición de Landsborough, el disparo tenía que proceder de la puerta que daba a la escalera trasera. Aparentemente, el hombre había escapado por allí; Welling y Carmody supusieron que era policía y los agentes apostados en la parte trasera lo confundieron con uno de los efectivos de la BrigadaEspecial que se encontraba en la partedelantera y pisaba los talones al anarquista. ¡Sin duda habíapasado por su lado y lo habían dejado escapar!