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Zarrías echó la cabeza bruscamente hacia atrás, como si acabaran de darle una patada en la cara.

– A lo mejor vuestros fines no eran los mismos, Ángel -comentó Falcón-. Mientras tú y Jesús estabais metidos en esto para que el mundo fuera lo que vosotros considerabais un mundo mejor, Lucrecio y César tan sólo iban detrás del dinero y el poder que eso podía proporcionarles.

Silencio.

– Ya ocurrió en las cruzadas -dijo Falcón-, ¿por qué no iba a pasar ahora? Mientras unos luchaban por la Cristiandad, otros tan sólo pretendían matar, saquear y conquistar nuevos territorios.

– No me puedo creer eso de Lucrecio.

– Quizá debería traerte a Jesús para que te comente su decepción -dijo Falcón-. No he tenido oportunidad de verlo, pero me ha dicho que a las once de esta mañana iba a dimitir de su cargo y volver a los negocios. Nunca he visto extinguirse el idealismo de nadie de manera tan categórica.

Ángel Zarrías negó con la cabeza en un gesto de rechazo.

– ¿No te paraste a pensar, Ángel, en la naturaleza de las fuerzas a las que te unías? -preguntó Falcón-. Después de envenenar a Tateb Hassani y de saber que Agustín Cárdenas le estaba amputando las manos, quemándole la cara y arrancándole el cuero cabelludo, ¿ni por un momento te paraste a pensar: «A estos extremos hemos de llegar para que el bien impere en el mundo»? Y si no lo pensaste entonces, ¿cómo no pudiste pensarlo al ver el edificio destrozado y aquellos cuatro niños muertos tapados con sus batas escolares? ¿No me dirás que entonces no pensaste que, sin darte cuenta, estabas participando en algo muy siniestro?

– Si lo pensé -dijo Ángel sin inmutarse-, entonces ya era demasiado tarde.

La conferencia de prensa tuvo lugar a las 18:00 en la sede del Parlamento Andaluz. Falcón había preparado una declaración sobre el estado de su investigación, que había sido incorporada al comunicado de prensa oficial, que leería el comisario Elvira. Falcón y Del Rey asistían a la conferencia, pero sólo para responder a preguntas de las que Elvira no tuviera información específica.

La conferencia duró una hora y fue muy tranquila. En el momento en que parecía que Elvira iba a dar por concluida la conferencia de prensa, un periodista situado al fondo se puso en pie.

– Una última pregunta para el inspector jefe Falcón. ¿Está satisfecho con este resultado?

Un breve silencio. Una mirada de advertencia de Elvira. Una mujer sentada en la fila delantera se inclinó hacia delante para verle mejor.

– La experiencia me dice que puede que tenga que estarlo -dijo Falcón-. En las investigaciones de asesinato ocurre siempre que, cuando más tiempo pasa, menos opciones hay de descubrir algo nuevo. No obstante, me gustaría decirle a la gente de Sevilla que, personalmente, no estoy satisfecho con el resultado. Con cada atentado, el terrorismo alcanza nuevas simas de iniquidad. La humanidad ahora tiene que vivir en un mundo en el que la gente está dispuesta a abusar de la vulnerabilidad de la población al terrorismo a fin de obtener poder. Me gustaría haber resuelto de manera concluyente este crimen, lo que habría implicado llevar delante de la justicia a todos los participantes, desde los que lo planearon hasta el hombre que colocó la bomba. Sólo hemos obtenido un éxito parcial, aunque, por mi parte, la batalla no acaba con esta conferencia de prensa, y quiero asegurar a todos los sevillanos que mi brigada y yo haremos cuanto esté en nuestro poder para encontrar a todos los culpables, quienesquiera que sean, aunque eso me lleve el resto de mi carrera.

Desde la conclusión de la conferencia de prensa hasta las diez y media de la noche Falcón permaneció en Jefatura, poniéndose al día de la monumental cantidad de papeleo que se había acumulado en los cinco días de investigación. Se fue a casa, se dio una ducha y se preparó para la comunicación con Yacoub de las once, cuando llegara Gregorio.

Gregorio estaba nervioso y alterado.

– Varias fuentes distintas nos han confirmado que tres células separadas se han puesto en movimiento. Un grupo salió en coche de Valencia ayer por la noche, una pareja casada salió de Madrid, y otro grupo de Barcelona, algunos juntos, otros solos, a diversas horas entre la hora de comer del viernes y primera hora de esta mañana. Parece que todos se dirigen a París.

– Veamos qué tiene que decirnos Yacoub -dijo Falcón.

Establecieron contacto y se presentaron.

– No tengo mucho tiempo -comentó Yacoub-. Me voy a París con el vuelo de las 11:30 y tardaré más de una hora en llegar al aeropuerto.

– ¿Por algún motivo?

– Ninguno. Me han dicho que reserve en mi hotel habitual en el Marais y que recibiré instrucciones a mi llegada.

Falcón le preguntó por las tres células que se habían activado en España desde el viernes, todas ellas rumbo a París.

– No he oído nada. No tengo ni idea de a qué obedece mi viaje.

– ¿Qué me dices del «hardware»?

– Todavía nada. ¿Alguna pregunta más? Tengo que irme.

Gregorio negó con la cabeza.

– Cuando te llevaron al campamento del GICM para tu iniciación, escribiste que había una pared forrada de libros: manuales de coches. ¿Recuerdas algo de ellos? Me parece curioso tener algo así.

– Todos eran de vehículos cuatro por cuatro. Recuerdo una insignia VW y una Mercedes. El tercer libro correspondía a un Range Rover, y para el último tendré que comprobar la insignia en internet. Era un Porsche. Eso es. Intentaré establecer contacto desde París.

Gregorio se puso en pie para levantarse, como si aquello hubiera sido una pérdida de tiempo.

– ¿Alguna idea? -preguntó Falcón.

– Hablaré con Juan y Pablo, a ver qué opinan.

Gregorio se marchó. Falcón se recostó en su silla. No le gustaba el trabajo de inteligencia. De repente todo se movía a su alrededor a una velocidad alarmante, con gran apremio, pero en reacción a gestos y señales electrónicos. Comprendía que la gente se volviera loca en ese mundo, donde la realidad llegaba en forma de «información» procedente de «fuentes», y a los agentes se les decía que fueran a hoteles y esperaran «instrucciones». Todo era demasiado incorpóreo para su gusto. Jamás imaginó que pensaría algo así, pero prefería su mundo, con cadáveres, forenses, policía científica, pruebas y diálogo cara a cara. Le parecía que el trabajo de inteligencia exigía el mismo esfuerzo de fe de una creencia religiosa y, a ese respecto, siempre se encontraba en un mundo nebuloso, en el que su fe en una forma de espiritualidad no llegaba al extremo de reconocer la existencia de un ser superior.

Los tres cuadernos de notas que había llenado durante el curso de la investigación reposaban en su escritorio, junto a un montón de papeleo que se había llevado a casa. Sacó una hoja de papel de la impresora, y abrió el primer cuaderno. Tenía fecha del 5 de junio, el día que lo llamaron para que viera el cadáver de Tateb Hassani en el vertedero de las afueras de Sevilla. Vio que de manera inconsciente había escrito El Rocío junto a la fecha. A lo mejor habían dicho algo por la radio.

Siempre informaban del momento en que conseguían sacar a la Virgen del Rocío de la iglesia y la hacían desfilar el Domingo de Pentecostés. Mientras garabateaba la forma de uno de los carros pintados tan típicos de la romería, se dio cuenta de que el Rocío se había convertido en un suceso tan turístico como la Semana Santa y la Feria. Siempre había atraído a miles de personas de toda Andalucía, y ahora se les unían cientos de turistas que buscaban otra experiencia sevillana. Su hermano Paco, que criaba toros de lidia, incluso había comenzado a proporcionar caballos y alojamiento a una agencia especializada en formas más lujosas de peregrinaje, con magníficas casetas, cenas con champán y flamenco cada noche. Hoy en día había versiones lujosas de todo. Probablemente también existía la versión caviar del Camino de Santiago. La decadencia incluso se había contagiado a las peregrinaciones. Debajo del dibujo de la carreta escribió: El Rocío. Turistas. Sevilla.