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-¡Allí; aproximadamente a diez millas sotavento! –contestó el interpelado desde lo alto de la cofa.

-¡Ah, es claro! ¿No ven que el bandido está provisto de catalejo? –comentó el capitán risueño.

El segundo jefe fue a buscar otro de esos aparatos y lo entregó a su superior, quien lo dirigió con toda calma al punto indicado. Los otros hombres esperaban ansiosos su investigación para saber qué clase de barco era el avistado. Cuando Solilach apartó el lente del horizonte, casi todos preguntaron simultáneamente:

-¿Es un crucero?

-Es muy larga la distancia para distinguirlo –contestó- y menos reconocerlo. Si es un buen leño pronto habremos de comprobarlo; por ahora esperemos. De resultar una nave de guerra, no tardará en iniciar la caza.

-Entretanto –decidió el segundo- subiré a la gavia para tratar de estimar su portada.

El modo de conocer las dimensiones de una embarcación de la que sólo se ve la arboladura, es muy simple: si desde la cubierta se percibe la totalidad de los papahigos y observado de la cofa se distingue el puente, quiere decir que los dos barcos son del mismo tamaño; si el puente es invisible, es debido a que tiene una arboladura más alta y, por tanto, su volumen es mayor; si además del puente se le ve la línea de flotación, esto es, la entera silueta, es señal de que es más pequeño. El procedimiento se basa en el principio de que las naves de igual portada tienen los mástiles de la misma altura. De ahí que el segundo se ubicara en uno de los puestos de observación a la espera de que el capitán desde el puente le señalara la aparición en el horizonte de la arboladura de la otra embarcación. Al cabo de un cuarto de hora Solilach anunció:

-¡Las cofas!

-¡Magnífico! –respondió el lugarteniente-. Veo el puente, la línea de agua y detrás, el mar.

Resonó un grito de alegría: el buque que se aproximaba  y cuyo volumen crecía a ojos vista, era de menor tamaño que el “Garona”. Pero la rapidez de su avance convenció al capitán de que debía tratarse de un crucero, pues un mercante no podía desplegar tanta velocidad. Dejó pasar una media hora y cuando volvió a observarlo con el anteojo, su rostro adquirió una expresión grave. Se volvió hacia la tripulación y declaró:

-Se trata de un navío de guerra: he podido ver el gallardete rojo ondular al tope del palo mayor.

-¿Crucero? –preguntó el oficial.

-Temo que sí.

Solilach apuntó nuevamente el anteojo en dirección al buque cuya arboladura ya se percibía perfectamente, pues se hallaba a menos de siete millas.

-¡Se nos viene encima! –apuntaron los marineros.

-Si; parece que se prepara a darnos caza –confirmó el capitán.

-¿A qué nación pertenece? –quiso saber el oficial.

-Espere –dijo el segundo usando su largavista-. Lleva bandera roja, es inglés, compatriota mío, y está bien armado; debe disponer lo menos de diez cañones y una dotación de un centenar de hombres. Estoy seguro de no engañarme si digo que se trata del “Cape-Town”.

-¡El “Cape-Town”! –exclamaron los marineros.

-Sí, apostaría a que dentro de tres horas estará pisándonos los talones.

Capítulo 7. El abordaje

Estas palabras produjeron en el capitán Solilach un sentimiento de inquietud que disimuló para no impresionar a su gente. Con voz en apariencia tranquila expresó:

-Dentro de tres horas estaremos preparados para recibirlo.

La tripulación formó en línea para que el comandante impartiese las órdenes pertinentes. Éste dispuso como primera providencia que se desplegasen todas las velas posibles, y  cuando los hombres destinados a esa operación marcharon a cumplirla, comandó con voz potente:

-¡Cañoneros, a vuestros puestos!

Veinte marineros robustos se colocaron al lado de las piezas mientras los ayudantes lo hacían junto a las pilas de balas.

-¡Fusileros, a la banda de babor!

Hombres armados de carabinas, pistolas y hachas de combate, tomaron posición a lo largo del costado izquierdo del barco. Los diez que quedaron fueron distribuidos en las brazas de las velas, encargados de la maniobra durante el combate y el ajuste de los cables y aparejos dañados por la metralla enemiga. Sobre el puente se situaron en lugares estratégicos, barriles de pólvora, pirámides de balas y ringleras de granadas para arrojar a mano.

Terminados los preparativos, el capitán y su segundo endosaron dos corazas de piel de búfalo de una espesor capaz de repararlos, si no de las balas de fusil, por lo menos de las de pistola; cubrieron sus cabezas con cascos de acero, parecidos a los que usaban los lansquenetes, y colgaron de la cintura largos sables de abordaje. Ambos se instalaron en el puente de mando, el primero con el megáfono en la mano. El oficial fue destinado al lado del piloto para vigilar ese puesto tan importante.

El “Cape-Town”, en tanto, acortaba la distancia que lo separaba del “Garona” a pesar de ser éste uno de los mejores veleros del Atlántico. Esto no preocupaba al capitán Solilach, que conocía bien las bondades de su barco y tenía una confianza ciega en su gente, tan habituada a navegar como a combatir. Es verdad que el crucero contaba con mayor cantidad de tropa, pero a eso sus muchachos no le daban importancia, pues poseían un ánimo resuelto y muchas veces se habían batido con adversarios muy superiores en número. Además, el “Garona” tenía dos cañones más y tal circunstancia venía a restablecer el equilibrio. Con todo, cuando entre las dos naves sólo mediaba una distancia de tres millas, Solilach decidió tratar de esquivar el encuentro utilizando todos los recursos que tenía a su disposición. Con el silbato llamó la atención de los marineros encargados de la maniobra y les gritó:

-¡Desplieguen las bonetas, altas y bajas!

Pocos minutos después las velas suplementarias se hinchaban al viento y el “Garona” aumentaba velocidad y parecía ganar terreno al crucero. En eso, el segundo, que no perdía a aquél de vista, lanzó una imprecación.

-¿Qué le pasa? –preguntó el comandante.

-¡Que esos canallas nos están imitando! ¡Observe cómo los del otro buque están realizando la misma operación!

-Decididamente su capitán desea alcanzarnos a cualquier precio.

-Y lo conseguirá, señor. Después del “Orient”, el “Cape-Town” es el más ligero de los cruceros que vigilan el Atlántico.

-Tendremos que estar listos para el abordaje, entonces. Tenemos la ventaja de poseer piezas de mayor calibre pero el inconveniente, en cambio, de hallarnos a sotavento.

-¿Cree usted que el estar a barlovento comporta una supremacía?

-Sí, porque se puede elegir el momento y la distancia para el ataque; la quilla está más hundida y ofrece menor blanco y el humo de la pólvora no incomoda tanto. Hay que abandonar toda esperanza de fuga y prepararse a… -se interrumpió y dándose una palmada en la frente exclamó alborozado-: ¡Pero, me olvidaba…!

-¿Qué cosa, capitán? –preguntó el segundo.

En lugar de contestar, éste se volvió a los marineros.

-¿No tenemos a bordo algunos barriles de alcohol? –preguntó.

-Sí, nos quedan dos –informó uno de aquéllos.

-Transpórtenlos en seguida a cubierta.

Solilach abandonó el puente de mando y en cuanto trajeron los barriles los hizo atar a dos poleas y suspender a la altura del pico de la cangreja de popa. Luego instruyó a los encargados de maniobra: