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—La carta no es para ti —dijo el Protector mientras le daba golpecitos al pergamino con el dedo, deseoso de cambiar de tema—; pero, cuando hayas perdido de vista nuestra isla, puedes abrirla y leerla. La persona a la que has de entregársela tal vez quiera hacer preguntas que sólo tú puedes contestar.

Usha contempló la carta fijamente, con expresión desconcertada.

—Entonces ¿para quién es, Prot?

El Protector guardó silencio un momento, luchando consigo mismo. Sacudió la cabeza para librarse de las dudas que lo acosaban.

—Hay un poderoso hechicero que vive en Palanthas —respondió—. Se llama Dalamar. Después de que hayas leído esta carta, llévasela a él. Es justo que sepa lo que nos proponemos hacer, en caso de que... —calló sin terminar la frase, pero Usha tenía una viva inteligencia.

—¡En caso de que algo vaya mal! —la concluyó por él—. ¡Oh, Prot! —Se aferró al irda con fuerza, ahora que el momento de partir había llegado—. ¡Tengo miedo!

«Siempre lo tendrás, pequeña. Toda tu vida. Es la maldición del ser humano», pensó el Protector, que se inclinó y la besó en la frente.

—Que la bendición de tu madre, y la de tu padre, vayan contigo.

Bajó del bote y lo empujó fuera de la playa, haciendo que se deslizara sobre las olas.

—¡Protector! —gritó Usha, alargando la mano para agarrarse a él.

Pero el agua, o la magia, o ambas, alejaron el bote rápidamente. El chapoteo de las olas al romper en la orilla ahogaron sus palabras.

El Protector permaneció en la arenosa playa hasta que el bote se perdió de vista. Incluso después de que el pequeño punto hubiera desaparecido en el horizonte, continuó parado allí.

Sólo cuando la marea subió, borrando con las olas el rastro de las pisadas de Usha en la arena, el Protector dio media vuelta y se marchó.

4

Una carta para Dalamar

Usha, sola en el bote, contempló cómo la esbelta figura del Protector se hacía más y más pequeña, vio cómo la costa de su hogar se difuminaba en la distancia hasta no ser más que una línea negra en el horizonte. Cuando el Protector y la costa se perdieron de vista, Usha dio un tirón al timón para hacer que el bote girara y navegar de regreso.

El timón no respondió. El viento sopló con más fuerza y de manera constante. La magia irda mantenía la embarcación rumbo a Palanthas.

Usha se tumbó en el fondo del bote y se entregó a su pena, llorando y gritando hasta casi ponerse enferma. Las lágrimas no aliviaron en absoluto el dolor de su corazón. Por el contrario, le dieron hipo, le pusieron rojos los ojos, que le picaban y le ardían, e hicieron que la nariz le goteara. Manoseando torpemente para coger un pañuelo se topó con la carta que el Protector le había dado. La abrió sin mucho entusiasmo, imaginando que había sido otra excusa para librarse de ella, y empezó a leer...

»Mi Usha: mientras escribo esto, tú duermes. Te miro —descansando plácidamente, el brazo echado sobre tu cabeza, el cabello despeinado, las huellas de las lágrimas en tus mejillas— y recuerdo a la criatura que trajo alegría y calor a mi vida. Ya te echo de menos ¡y todavía no te has ido!

»Sé que te sientes herida y estás enfadada porque te enviamos lejos de aquí, sola. Por favor, créeme mi querida niña: jamás habría hecho esto si no estuviera convencido de que tu marcha es por tu propio bien.

»La pregunta que planteaste en la reunión, referente a la Gema Gris y su control sobre nosotros, es algo que nos hemos preguntado muchos de nosotros. No estamos seguros de que romper la joya sea el mejor curso de acción. Accedimos a la proposición del Dictaminador porque, sinceramente, creemos que no tenemos otra opción.

»El Dictaminador ha decretado que ni el menor indicio de lo que planeamos debe trascender al mundo exterior. En eso, creo que se equivoca. Durante demasiado tiempo nos hemos mantenido apartados del mundo. Ello ha acabado —más de una vez— en tragedia. Mi propia hermana...»

En este punto, lo que quiera que hubiera escrito había sido tachado. El Protector nunca le había mencionado que tuviera una hermana. ¿Dónde estaba? ¿Qué le había ocurrido? Usha trató de descifrar las palabras debajo del tachón, pero fracasó. Suspiró y siguió leyendo. Lo que venía a continuación iba dirigido a lord Dalamar, señor de la Torre de la Alta Hechicería, en Palanthas.

Usha pasó con una ojeada las educadas presentaciones preliminares y una descripción de cómo se las habían ingeniado los irdas para robar la Gema Gris, una historia que había oído contar infinidad de veces y que ya le resultaba aburrida. Se saltó hasta la parte interesante.

»La Gema Gris descansa sobre el altar que le hemos construido especialmente para retenerla. A simple vista, el aspecto de la piedra es modesto. Al examinarla más detenidamente se vuelve más interesante. Su tamaño parece variar según quién la contempla. El Dictaminador insiste en que es tan grande como un gato adulto, mientras que yo la veo con un tamaño como el del huevo de una gallina.

»Es imposible determinar su número de facetas. Todos nosotros las hemos contado y ninguno ha llegado a la misma cifra. Esas cifras no varían en uno o dos números, sino que son radicalmente distintas, como si cada uno de nosotros hubiese contado las facetas de gemas diferentes.

»Sabernos que la joya es caótica por naturaleza. Sabemos también que el dios Reorx ha hecho muchos intentos para recapturarla, pero que siempre ha fracasado. La Gema Gris está más allá de su poder para retenerla. Entonces ¿por qué se nos ha permitido que nosotros la conservemos?

»La respuesta del Dictaminador a esta pregunta es que Reorx es un dios débil, fácil de distraer, e indisciplinado. Tal vez sea verdad, pero me pregunto por qué los otros dioses no han hecho nunca el menor intento de controlar la gema. ¿Será porque ellos, también, son débiles contra ella? Y sin embargo, si los dioses son todopoderosos, ¿cómo es eso posible? A menos que la propia Gema Gris posea un poder mágico mucho más fuerte que el de los propios dioses.

»Si es así, la piedra es inmensamente más poderosa que nosotros. Y ello significa que la Gema Gris no está bajo nuestro control. Nos está engañando, utilizándonos... no sé con qué propósito. Pero me da miedo.

»Por ello he incluido una copia de la historia de la creación del mundo y de la Gema Gris, según la tradición irda. Encontraréis, milord Dalamar, que difiere considerablemente de las otras historias recopiladas, y ésa es una razón por lo que considero esencial que esta información llegue al Cónclave de Hechiceros. Quizá se puedan recoger algunas claves respecto a la Gema Gris a través de este relato.»

—¡La historia de los irdas! —exclamó Usha, que a punto estuvo de enrollar el pergamino—. ¡La tengo oída de sobra! ¡Me la sé de memoria!

Había aprendido a leer y escribir el lenguaje irda y también el conocido como Común, que los irdas jamás hablaban entre sí pero que se consideró aconsejable que ella supiera. Aunque había sido buena estudiante, Usha no disfrutaba demasiado con el aprendizaje. A diferencia de los estudiosos irdas, ella prefería hacer cosas antes que leer sobre las cosas que se hacían.

Pero no tenía otra cosa que hacer ahora salvo lloriquear y gemir y compadecerse de sí misma. Se inclinó sobre el macarrón, metió el pañuelo en el agua de mar, se refrescó la cara y la frente calientes, y se sintió mejor. Y así, para evitar pensar en su pena, siguió leyendo —aburrida al principio— pero sintiéndose cautivada de manera gradual. Podía oír la voz del Protector en las palabras escritas y se encontró de nuevo sentada a la pequeña mesa, escuchando su relato de la creación del mundo.

»Según nuestros antepasados , los tres dioses tal como los conocemos ahora, Paladine, Takhisis y Gilean, moraban juntos en el plano inmortal. Los tres eran hermanos, ya que habían nacido de Caos, Padre de Todo y de Nada. Paladine, el hijo mayor, era concienzudo, responsable. Gilean, el mediano, era estudioso y contemplativo. Takhisis, la pequeña y la única hija, era, en cierto modo, la favorita. Era impaciente, ambiciosa y estaba aburrida.