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—La Gema Gris ha permanecido muy sumisa desde que se la trajo a nuestra tierra —dijo—. Descansa sobre el altar que se construyó para ella, y apenas si brilla. Dudo que nos esté controlando, pequeña. No tienes que preocuparte por ese lado.

Ninguna otra raza de Krynn era tan poderosa en la magia como los irdas. Ni siquiera los dioses —así rumoreaban algunos irdas, entre ellos el Dictaminador— eran tan poderosos. El dios Reorx había perdido la joya. Los irdas la habían descubierto, la habían cogido, y ahora la guardaban. Los irdas conocían las historias del pasado de la Gema Gris, cómo había extendido el caos por dondequiera que pasaba por todo el mundo. Según la leyenda, la Gema Gris era la responsable de la creación de las razas de kenders, gnomos y enanos. Pero eso fue antes de que los irdas la tuvieran a su cuidado. Antes había estado al cuidado de humanos. ¿Qué podía esperarse?

Los irdas prosiguieron su reunión, intentando por todos los medios salir de esta situación sin tener que recurrir a ningún tipo de acción drástica.

Usha no tardó en aburrirse —como tan fácilmente hacían los humanos— y le dijo al Protector que regresaba a casa para preparar la cena. El hombre pareció aliviado.

Al alejarse de la reunión, Usha se sintió inclinada, al principio, a ponerse furiosa. Su idea era buena, y la habían desestimado con demasiada rapidez. Pero estar enfadada requería un montón de energía y concentración, y tenía otras cosas dándole vueltas en la cabeza. Se internó en terreno agreste, pero no para recolectar hierbas para la cena.

Por el contrario, se dirigió a la playa, y cuando llegó a la orilla se quedó parada, mirando con fascinación las huellas de los pies dejadas en la arena por los dos jóvenes caballeros. Se arrodilló y posó la mano sobre una de las huellas. Era mucho más grande que su mano. Los caballeros eran más altos y más corpulentos que ella. Al evocarlos, un agradable y desconcertante cosquilleo le recorrió el cuerpo. Era la primera vez que había visto a otros humanos, humanos varones.

A decir verdad, eran feos al compararlos con los irdas, pero tampoco lo eran tanto...

Usha, sumida en sus ensoñaciones, permaneció en la playa, mucho, mucho tiempo.

Los irdas llegaron a una decisión: dejar el asunto de la Gema Gris en manos del Dictaminador. Él sabría mejor cómo manejar esta situación. Fuera cual fuese su decisión, se acataría. Así resuelto, regresaron a sus viviendas, deseosos de estar solos, de dejar atrás todo este desagradable tema.

El Dictaminador no volvió de inmediato a su casa. Convocó a tres de los irdas más ancianos y los llevó aparte para mantener una conversación privada.

—No quise sacar a colación este asunto públicamente porque sabía la pena que ocasionaría a nuestro pueblo —comenzó, hablando suavemente—, pero hay que tomar otra medida a fin de afianzar nuestra seguridad. Somos inmunes a las tentaciones generadas por la Gema Gris, pero hay alguien viviendo entre nosotros que no lo es. Sabéis a quién me estoy refiriendo.

Los otros lo sabían, a juzgar por sus expresiones consternadas y tristes.

—Me duele tener que tomar esta decisión —continuó el Dictaminador—, pero debemos hacer que esa persona se marche. Todos vosotros visteis y oísteis a Usha hoy. Debido a su ascendencia humana es vulnerable a la influencia de la Gema Gris.

—Eso no lo sabemos con certeza —se aventuró uno a objetar débilmente.

—Conocemos la historia —replicó, cortante, el Dictaminador—. He investigado y he descubierto que todo lo que se cuenta es verdad. La Gema Gris pervierte a todos los humanos que se acercan a ella, llenándolos de anhelos y deseos que no pueden controlar. Los hijos del héroe de guerra, Caramon Majere, casi cayeron víctimas de ella, según uno de los informes. El dios Reorx en persona tuvo que intervenir para salvarlos. La Gema Gris puede haberse apoderado ya de Usha y estar intentando utilizarla para provocar disensiones entre nosotros. En consecuencia, en bien de su propia seguridad y de la nuestra, Usha debe abandonar la isla.

—Pero la hemos criado desde que era un bebé —protestó otro de los ancianos—. ¡Éste es el único hogar que conoce!

—Usha es lo bastante mayor ya para vivir sola, entre los de su clase. —El Dictaminador suavizó su tono severo—. Hemos comentado anteriormente el hecho de que cada vez se muestra más inquieta y parece aburrirse con nosotros. Nuestra vida estudiosa, contemplativa, no es para ella. Como les ocurre a todos los humanos, necesita de los cambios para madurar. La estamos sofocando. Esta separación será ventajosa tanto para ella como para nosotros.

—Será doloroso renunciar a ella. —Uno de los ancianos se enjugó una lágrima, y llorar no era habitual entre los irdas—. Sobre todo para el Protector. Adora a la pequeña.

—Lo sé —dijo el Dictaminador suavemente—. Parece cruel, pero cuanto antes actuemos será mejor para todos, incluido el Protector. ¿Estamos todos de acuerdo?

En reconocimiento a su buen juicio, prevaleció la decisión del Dictaminador, que fue en busca del Protector para decírselo. Los otros irdas regresaron a toda prisa a sus casas separadas.

3

Adioses. El regalo de despedida del Protector.

—¿Marcharme? —Usha miraba atónita al hombre al que siempre había conocido como Protector—. ¿Marcharme de la isla? ¿Cuándo?

—Mañana, pequeña —dijo el Protector, que iba de un lado a otro de la casa que compartían recogiendo las cosas de Usha y poniéndolas sobre la cama para después empaquetarlas—. Se está preparando un bote para ti. Eres una experta marinera y la embarcación ha sido mejorada con magia. No volcará por muy encrespadas que estén las aguas. Si deja de soplar el viento, el bote no se detendrá y seguirá navegando, impulsado por la corriente de nuestros pensamientos. Te llevará a través del océano a salvo hasta la ciudad humana de Palanthas, que está casi rumbo sur de nosotros. Será una travesía de doce horas, no más.

—Palanthas... —repitió Usha, sin acabar de comprender, sin darse siquiera cuenta de lo que decía.

El Protector asintió con la cabeza.

—De todas las ciudades de Ansalon, creo que Palanthas será la más adecuada para ti. La población es grande y variada, ya que los palanthinos tienen una gran tolerancia hacia otras culturas distintas de la suya. Lo extraño es que esto se deba, quizás, a la presencia de la Torre de la Alta Hechicería y a su señor, lord Dalamar. Aunque es un mago perteneciente a la Orden de los Túnicas Negras, es respetuoso con...

Usha ya no escuchaba. Sabía que el Protector hablaba sin parar llevado por la desesperación. Siendo un hombre silencioso, retraído, afable, dulce, todas esas palabras eran más de las que le había dirigido durante meses, y probablemente lo estaba haciendo sólo para procurar algún consuelo a ella y a sí mismo. Usha lo supo porque, cuando el hombre cogió una muñeca con la que había jugado de niña, de repente dejó de hablar, la apretó contra su pecho y la sostuvo como lo había hecho con ella antaño.

A Usha se le llenaron los ojos de lágrimas. Se volvió con rapidez para que no la viera llorar.

—Así que se me envía a Palanthas, ¿no? Bien. Sabes que hace tiempo que quería marcharme. Tenía planeado todo el viaje. Pensaba dirigirme a Kalaman, pero... —se encogió de hombros—, Palanthas servirá. Da igual un sitio que otro.

No había pensado en ir a Kalaman en ningún momento. Era el primer nombre de ciudad que le había venido a la cabeza, pero lo dijo de forma que parecía que llevara años planeando el viaje. La verdad era que estaba asustada. Terriblemente asustada.

«¡Los irdas saben dónde estuve anoche!», pensó, sintiéndose culpable. «Saben que estuve en la playa. ¡Saben lo que estuve pensando, soñando!»

Sus sueños habían evocado las imágenes de los caballeros: sus jóvenes rostros, su cabello húmedo de sudor, sus fuertes y flexibles manos. En sus sueños se habían encontrado con ella, le habían hablado, se la habían llevado en su barco con cabeza de dragón. Le habían jurado que la amaban; habían renunciado a la guerra y a las armas por ella. Una estupidez, lo sabía. ¿Cómo podía un hombre amar a alguien tan feo como ella? Pero podía soñar que era hermosa, ¿no? Al recordar ahora sus sueños, Usha se ruborizó. Se avergonzaba de ellos, de los sentimientos que despertaban dentro de ella.