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– Las mujeres mueren -dijo Betriz, sombría-. A veces, sus muertes resultan incluso convenientes.

Cazaril negó con la cabeza.

– De Jironal ha planeado las alianzas de su familia con cuidado. Sus nueras, y también su propia esposa, lo vinculan a algunas de las familias más importantes de Chalion, al tratarse de las hijas y hermanas de poderosos provincares. No digo que no fuera a aprovechar cualquier baja, pero no se atreverá a levantar sospechas provocándola. Y sus nietos son aún unos bebés. No, de Jironal tiene que jugar a la espera.

– ¿Y sus sobrinos? -preguntó Betriz.

Cazaril, tras pensarlo brevemente, volvió a menear la cabeza.

– La conexión sería demasiado débil, difícil de controlar. Busca un subordinado, no un rival.

– Me niego -dijo Iselle, entre dientes-, a esperar una década para casarme con un crío quince años más joven que yo.

Cazaril miró de soslayo a lady Betriz, involuntariamente. También él tenía quince años más que… Apartó aquel desalentador pensamiento de su cabeza. La diabólica barrera que los separaba ahora era más inexpugnable que la de la mera diferencia de edad. La vida no se casa con la muerte.

– Hemos clavado un alfiler en el mapa para señalar todos los regentes o herederos solteros que se nos ocurren entre aquí y Darthaca -explicó Betriz.

Cazaril se acercó y estudió el mapa.

– ¿Cómo, también los principados roknari?

– No quería olvidarme de ninguno -dijo Iselle-. Sin ellos, en fin… no había demasiadas opciones. Lo admito, no me hace mucha gracia la idea de desposar un príncipe roknari. Aparte de su sórdida religión cuadriculada, su costumbre de nombrar heredero al hijo que les apetezca, ya sea legítimo o fruto de su relación con alguna concubina, consigue que sea casi imposible saber si una va a casarse con un futuro regente o con un zángano en ciernes.

– O con un cadáver -añadió Cazaril-. La mitad de las victorias de Chalion sobre los roknari se debieron a que algún candidato fallido y resentido apuñaló por la espalda a su principesco cohermano.

– Pero eso nos deja tan sólo con cuatro auténticos quintarianos de rango -intervino Betriz-. El roya de Brajar, Bergon de Ibra, y los gemelos del alto marzo de Yiss, cruzando la frontera darthaca. Que tienen doce años.

– No es imposible -repuso Iselle, juiciosa-, pero el marzo de Yiss tampoco tendría motivos para aliarse con Teidez, más adelante, contra los roknari. No comparte fronteras con los principados ni sufre sus saqueos. Y profesa lealtad a Darthaca, que no siente ningún interés por ver cómo surge una alianza fuerte y unida de estados ibranos con la que poner fin a la perpetua guerra del norte.

A Cazaril le complació escuchar su propio análisis en boca de la rósea; había prestado más atención durante las clases de geografía de lo que él había pensado. Sonrió favorablemente.

– Y además -añadió Iselle, de mal humor-, Yiss tampoco tiene costa. -Su mano recorrió el mapa hacia el este-. Mi primo el roya de Brajar es bastante viejo, y dicen que le ha cogido demasiada afición a la bebida para ir a la guerra. Y su nieto es demasiado pequeño.

– Brajar sí que tiene buenos puertos -dijo Betriz. Más dubitativamente, aunque con el tono de quien señala una ventaja, añadió-: Supongo que le queda mucho de vida.

– Ya, pero ¿de qué iba a servirle a Teidez una simple viuda royina? ¡No es que vayan a dejarme decirle a un, un nieto político cómo desplegar sus tropas! -La mano de Iselle se posó en la costa contraria-. Y el hijo mayor del Zorro de Ibra está casado, y el menor no es el heredero, y la guerra civil convulsiona el país.

– Ya no -repuso Cazaril, abruptamente-. ¿No os ha contado nadie las noticias que llegaron ayer de Ibra? El Heredero ha muerto. Falleció en Ibra del Sur… tos ferina. Nadie duda que el joven róseo Bergon ocupe su lugar. Ha permanecido fiel a su padre durante todo el jaleo.

Iselle giró la cabeza y lo miró, abriendo mucho los ojos.

– ¡De verdad…! Pero ¿cuántos años tiene Bergon? Quince, ¿verdad?

– Ya debe de estar a punto de cumplir dieciséis, rósea.

– ¡Mejor que cincuenta y siete! -Iselle ascendió con los dedos la costa de Ibra a lo largo de la hilera de ciudades portuarias hasta llegar al gran puerto de Zagosur, donde se detuvo, apoyándose en un alfiler rematado por una cabeza de madreperla-. ¿Qué sabéis del róseo Bergon, Cazaril? ¿Es bien parecido? ¿Lo visteis alguna vez mientras estabais en Ibra?

– No con mis propios ojos. Dicen que es un muchacho muy apuesto.

Iselle se encogió de hombros, impaciente.

– Eso dicen de todos los róseos, a menos que sean absolutamente grotescos, en cuyo caso se los describe como con mucha personalidad.

– Creo que Bergon es razonablemente atlético, lo que favorece al menos una apariencia agradablemente saludable. Dicen que se ha formado en las artes del mar. -Cazaril percibió el destello de juvenil entusiasmo que iluminó los ojos de Iselle, y lamentó añadir-: Pero vuestro hermano Orico lleva siete años enfrentado al roya de Ibra, medio en guerra, medio no. Chalion no inspira cariño al Zorro.

Iselle juntó las manos.

– Pero ¿qué mejor manera de poner fin a la guerra que mediante un enlace nupcial?

– El canciller de Jironal seguramente se oponga. Aparte de quereros como contacto para su propia familia, no desea que Teidez tenga más aliados, ni ahora ni en el futuro, que él mismo.

– Según ese razonamiento, se opondrá a cualquier buen partido que se me ocurra. -Iselle volvió a inclinarse sobre el mapa, trazando un largo arco con la mano que englobó Chalion e Ibra, dos tercios de las tierras que separaban los mares-. Pero si pudiera conciliar a Teidez y a Bergon… -Apoyó la palma y la deslizó lentamente a lo largo de la costa septentrional, cruzando los cinco principados roknari; los alfileres saltaron del papel en todas direcciones-. Sí -exhaló. Entornó los ojos, y tensó la mandíbula. Cuando volvió a mirar a Cazaril, le flameaban los ojos-. Tengo que proponérselo a mi hermano Orico de inmediato, antes de que regrese de Jironal. Si consigo que dé su palabra, que lo anuncie públicamente, ni siquiera de Jironal podrá obligarlo a retractarse.

– Pensadlo bien antes, rósea. Pensad en todas las repercusiones. Uno de los inconvenientes es sin duda el horroroso suegro. -Cazaril arrugó el entrecejo-. Aunque supongo que el tiempo se ocupará de quitarlo de en medio. Y si hay alguien que sea capaz de anteponer la política a sus sentimientos, ése es el viejo Zorro.

Iselle se apartó de la mesa para deambular de un lado a otro de la cámara, con las pesadas faldas al vuelo. Su negra aura se mantenía pegada a ella.

La royina Sara compartía los posos más viles de la maldición de Orico; era de suponer que se hubiera contagiado al casarse con el roya. Si Iselle contrajera matrimonio fuera de Chalion, ¿dejaría atrás también su maldición, mudándola como una piel muerta? ¿Sería ésta la manera de escapar a su aciago sino? La cautela mitigó su creciente entusiasmo. ¿No la seguiría el antiguo y siniestro destino del General Dorado allende las fronteras hasta un nuevo país? Tenía que preguntárselo a Umegat, y pronto.

Iselle se detuvo y se asomó a la aspillera ante la que se había sentado para soportar el espantoso cortejo de Dondo. Entornó los ojos. Al cabo, con decisión, dijo:

– Debo intentarlo. No puedo, no pienso, abandonar mi destino para que vague a la deriva rumbo a otra desastrosa cascada, sin timón con el que gobernarlo. Tengo que hablar con mi regio hermano, de inmediato.

Se dirigió a la puerta y anunció secamente, igual que arenga un general a sus tropas:

– ¡Betriz, Cazaril, acompañadme!

Nota sobre el autor

Lois McMaster Bujold nació en Columbus, Ohio, en 1949. Se graduó en la escuela secundaria Upper Arlington en 1967, y estudió en la universidad estatal de Ohio entre 1968 y 1972. Tiene actualmente dos hijos y reside desde 1995 en Minneapolis, Minnesota.

Es una lectora voraz; empezó leyendo historias de caballería en la escuela y ciencia ficción adulta con sólo nueve años, un gusto que heredó de su padre, doctorado en físicas e ingeniería electrónica y profesor en la universidad estatal de Ohio, que solía comprar revistas de cf y libros de bolsillo para leer en los viajes en avión. Más tarde se aficionó también a la historia, las novelas de misterio, románticas, de viajes y bélicas, a la poesía, etc.

Sus primeros esfuerzos literarios empezaron cuando aún estaba en el instituto, escribiendo junto a su amiga Lillian Stewart. Un poco más adelante, su interés en la vida salvaje y en la fotografía le llevó a un viaje de seis semanas por África del Este, en donde inspiraría la ecología y los paisajes de su primera novela.