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Mi padre sacudió la cabeza.

— Nada bueno en absoluto. Voy a cancelar todas las operaciones de dragado durante el resto del mes. El aviso con tres días de anticipación de una tormenta… que puede o no alcanzarnos… no es suficiente base para nuestras operaciones. Prefiero cerrar y perder el dinero antes de que los aparatos de dragado se destruyan o muera alguien.

— Lo siento… -

— No es tuya la culpa. Has hecho todo lo que has podido. La dificultad es que si fallamos en este contrato con Modern Metals, circulará la noticia de que la minería en mares profundos no es de confianza. Eso es lo que en realidad puede matarnos.

Permanecí sentado en el borde del sofá.

— Padre, ¿te gustaría tener predicciones exactas, con una semana de anticipación? Del todo exactas — precisé.

Lanzó un gruñido.

— En eso es donde trabaja Ted. A fin de mes, podrá emitir un juego de predicciones para nosotros que nos indicará cuál será el tiempo en toda la zona donde se efectúan los dragados. Las predicciones se extenderán a dos o tres semanas en el futuro.

Mi padre se frotó la barbilla, pensativo.

— Si puede hacer eso, mantendremos en marcha los dragados… para cerrarlos sólo temporalmente, adelantándonos al clima tormentoso, y reabrirlos después. Pero necesitaremos el aviso con una semana de tiempo para que el sistema funcione.

— Ted puede lograrlo, estoy seguro. Por lo menos con dos semanas. Entonces sabrás exactamente cuándo cerrar las operaciones de dragado, cuánto tiempo tendrán que estar suspendidas y cuándo podrás volverlas a abrir. Podrías programar en el sistema de operaciones calculando con los efectos de las tempestades.

— ¿Puede hacer eso… el tal Marrett?

— A fines de semana lo sabremos seguro.

Mi padre rumió durante unos momentos.

— Está bien, Jeremy. Mantendré los dragados en funcionamiento hasta fines de semana. Ruega tan solo para que no nos pille otra mala tormenta.

— Conservaré los dedos cruzados.

Sin darme cuenta, había asignado a Ted una misión muy difícil… sin que él tampoco lo supiera. Traté de llamarle, pero no pude ponerme en contacto con mi amigo. Así que recurrí a Barney, en la Sección de Computaciones.

— Ignoro cuándo podrás ver a Ted — me respondió -. Estará esta noche atareado repasando sus predicciones… y yo le ayudaré. ¿Por qué no te reúnes con nosotros allí?

— ¿Dónde?

— En casa de Ted. Nos trasladaremos un instante después de salir del trabajo. Incluso cenaremos allí. Te acogeremos con agrado.

— Está bien, estupendo. — Entonces me acordé de lo que ellos consideraban como comida -. Ejem, quizá me reúna con vosotros después de la cena.

Ella sonrió como si pudiese leer mis pensamientos.

— Yo cocinaré esta noche, así que me parece que tu actitud es la más inteligente.

— No, no me refería a eso… es decir…

— No te preocupes, Jerry. Ni te excuses. No quisiese yo comer tampoco alimentos sintéticos cuando se puede tener un verdadero filete.

— Me parece que me estoy comportando de una manera muy estúpida, entonces tuve una idea -. Mira, ¿por qué no traigo yo la cena? Podría hacer que la preparasen aquí en el hotel y llevaría en platos de plástico. Después no tendríamos ni que fregar siquiera.

Me miró dudosa.

— Quizás eso sea demasiado elegante para Ted.

— Será algo sencillo. Y nos ahorrará tiempo y molestias. ¿De acuerdo?

— De acuerdo, me has convencido para que no trabaje. Gracias.

Llegué al apartamento de Ted, siguiendo las instrucciones que me diera Barney, sobre las cinco de la tarde. El asiento posterior de mi coche de alquiler estaba lleno de cajas de cartón. Llamé al número de Ted en el vestíbulo y, por teléfono, le pedí que bajase y me ayudara con los paquetes.

Tardó en descender medio minuto. Mirando a los bultos del asiento dijo:

— Las atenciones llegan a Cambridge.

Transportamos las cajas arriba y cenamos. La comida era excelente; incluso Ted parecía complacido.

— Empiezo a darme cuenta de que es una ventaja tener amigos ricos — dijo, tumbándose en el único sofá de la pequeña habitación -. Será mejor que tenga cuidado o me ablandarás, Jerry.

— Pensé que sería más fácil para Barney comer así.

— El obtener de ella un trabajo más útil constituye algo interesante. Me parece que no me puedo quejar.

A los pocos minutos de la cena, el apartamento, de una sola habitación, se había convertido en un taller de meteorología. La única mesa, el sofá-cama, incluso el fregadero y los armaritos de la cocinita estaban cubiertos de papeles: mapas, gráficos, cálculos, bosquejos, montañas de tiras impresas por los computadores. Ted y Tuli pronto se sumieron en un enigmático y abreviado diálogo, mientras Barney les proporcionaba hojas de papel para que las leyesen.

— ¡En Indianápolis! — gritó Ted.

— Setenta y tres, cincuenta y uno, diez, dieciséis, cero, cuatro oeste doce a dieciocho — respondió Tuli en una especie de canturreo.

— Comprobado. ¡Memphis!

Barney se acercó a mi silla y susurró:

— Están comprobando los informes del tiempo de las cinco, emitidos desde las estaciones elegidas en torno al país que afectan a las predicciones que hizo Ted la semana pasada. Hasta ahora, todo quedaba comprobado y reducido a un mínimo porcentaje de error.

— Bueno.

Era más de medianoche cuando Ted dio media vuelta a la última hoja emitida por un computador y dijo, triunfante:

— ¡Exactos hasta el último detalle! Muchachos, lo tenemos. ¡Lo hemos conseguido!.

— ¿Opinas que el doctor Rossman lo creerá? — preguntó Barney desde cierta distancia. Estaba hirviendo agua para preparar café instantáneo.

— Por fuerza — repuso Ted -. Todos los números están aquí comprobados. No tendrá más remedio que admitirlo.

— ¿Podríais hacer lo mismo para una región del centro del Pacífico? — pregunté.

Se volvió hacia mi.

— ¿Para las operaciones de dragado Thornton? Claro, ¿por qué no? No sería tan exacto, porque no hay muchos puestos de observación allí… pero podemos conseguir una predicción lo bastante buena para que indique a tus empleados cuándo se presentarán tempestades.

— ¿Con qué anticipación?

Se encogió de hombros.

— Una semana, o por lo menos diez días. Quizás hasta dos semanas.

— ¡Estupendo!.

— Se necesita mucho trabajo — dijo -. No podemos seguir siempre utilizando de contrabando los computadores.

Thornton puede pagarlo — dije.

— La primera parte del negocio — destacó Tuli -, es conjuntar el resto de las predicciones contra los informes actuales del tiempo para el resto de la semana…

Y luego ponérselo todo bajo la bárbara nariz de Rossman — estalló Ted -, y verle cómo se vuelve verde de sorpresa. El viernes será el gran día. Entonces se lo mostraré todo a Rossman.

— ¿Todavía se espera lluvia para el fin de semana? — pregunté.

Asintió:

— Eso supongo.

— Entonces no podremos ir a navegar — dije

— No abandones la esperanza. La situación podría cambiar.

No me di cuenta de lo que quería decir.

— De todos modos vais a venir, ¿verdad?

— ¡Intenta impedírnoslo!

Transcurrió el jueves; Leí mucho durante aquel tiempo, pero me resultaba difícil. La mayor parte de los libros estaban demasiado llenos de ecuaciones para que yo los comprendiese; los otros estaban escritos por mentes en exceso simples. Ninguno de ellos transportaba la emoción que producía Ted sobre el vivir, respirar la naturaleza del tiempo. El viernes ya había dejado de leer y pasé el día mirando la pantalla de TV.

Con bastante seguridad, mientras empezaba a conducir el coche hasta el edificio de Climatología, comenzó a chispear. Jamás vi a un trío más desanimado como el que formaban ellos cuando cruzaron la zona de aparcamiento bajo la lluvia y subieron a mi coche.

— No os pongáis tan tristes. Si no podemos navegar, nos divertiremos mucho en Thornton.

— No es eso — contestó Barney, sentándose a mi lado. ¿Qué ocurre de malo? — me di cuenta de que estaba a punto de llorar. En el asiento trasero Ted se desplomó disgustado, con la barbilla casi hundida en el pecho. Incluso el normalmente impasible Tuli parecía como abrumado.