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– Lo siento, Corrie, pero si te hace sentir mejor, ella trata aun peor a mi madre.

– Pero no comprendo, James. ¿Por qué sería tan desagradable con tu pobre madre?

¿Por qué la vieja murciélago no se ha muerto? Eso era lo que realmente quería decir.

– Es desagradable con todas sus nueras -dijo James. -Con su propia hija, mi tía Sinjun, también. Es desagradable con cualquier mujer que se encuentre en Northcliffe, excepto con mi tía Melissande. Si fuese un asunto de no querer ninguna competencia, ¿por qué sería bondadosa con la tía Melissande?

– Quizás sea porque tú y Jason se ven exactamente como ella. Eso es muy extraño, ¿verdad?

James hizo una mueca de dolor.

– Sí. Entonces, ¿tu nombre realmente es Coriander?

Corrie bajó la mirada a sus botas raspadas y sucias.

– Eso me han dicho.

– Eso es desafortunado.

– Sí.

Él suspiró y apoyó suavemente su mano en el brazo de ella.

– No pareces una zaparrastrosa.

Era posible que se viera peor, pensó él, pero también se veía aplastada; la había conocido desde siempre y, extrañamente, se sentía responsable por ella. Por qué, no lo sabía. Entonces vio a una niñita en el ojo de su mente, sonriéndole abiertamente, más mojada que la rana capturada que sostenía en su mano, un regalo, de ella para él.

Corrie lo miró parpadeando, incluso mientras tironeaba de su vieja chaqueta marrón, indudablemente usada en una vida anterior por un mozo de cuadra.

– ¿Qué parezco?

James se paralizó. Quería ir a estudiar todas las contabilidades de la hacienda de la última década, quería calcular el precio de avena y trigo durante los próximos veinte trimestres, quería ir a contar solo las ovejas en la pastura del este, cualquier cosa excepto responderle.

Ella dijo lentamente:

– No sabes qué decir, ¿verdad, James?

– Te pareces a ti misma, maldita sea. Te ves como Corrie, no esta condenada Coriander. ¿Tus padres estaban bebiendo demasiado brandy cuando te nombraron?

– Le preguntaré a mi tía Maybella, aunque ella y mi madre evidentemente nunca se llevaron muy bien. Ella nunca me ha llamado de otro modo que Corrie. Una vez, cuando era pequeña, había estado jugando con mi perro Benjie, los dos ocupándonos de nuestros asuntos, entonces Benjie se había puesto sólo un poquitito embarrado, se me escapó y corrió dentro de la biblioteca de mi tío. Hasta admitiré que rodó sobre el escritorio de mi tío y desgarró dos hojas que él estaba prensando. Bueno, fue entonces que el tío Simon gritó mi nombre entero por primera vez. -Se detuvo un momento, mirando hacia afuera, a los jardines del oeste. -Yo no sabía a quién le estaba gritando.

– Corrie, olvida el rencor. Hablaré con mi padre; él es el único que puede hacer algo con la maldad de mi abuela. Oí decirle a mi tío Ryder que mi abuelo sin dudas se había lanzado al más allá, sólo para escapar de ella.

– No importa. Simplemente la evitaré en el futuro. Debo irme. Adiós, James.

Y ella salió por las puertas de cristal del estudio, hacia los jardines. Si deambulaba lo bastante lejos, se toparía con las estatuas griegas desnudas, todas de parejas copulando en variadas posiciones. Él y Jason habían pasado muchas, muchas horas mirando fijamente esas estatuas, riendo tontamente y señalando cuando eran jóvenes, luego mirándolas con ojos muy diferentes cuando fueron mayores. Hasta donde él sabía, Corrie nunca había estado en esa parte de los vastos jardines de Northcliffe. Gritó:

– ¡No, Corrie! Regresa aquí. Quiero que tomes un poco de té y torta conmigo.

Ella se dio vuelta, lo miró con el ceño fruncido. A regañadientes, volvió a entrar en el estudio.

– ¿Qué tipo de torta?

– Con semillas de limón, espero. Es mi favorita.

Ella miró sus botas, luego levantó la mirada, pero no hacia el rostro de él, sino por encima de su hombro izquierdo.

– Gracias, pero debo ir a casa. Adiós, James.

Y salió apresurada por las puertas. Él la vio correr a los jardines. Había caminos que conducían fuera; seguramente ella no exploraría; seguramente no encontraría las estatuas.

James encontró a su padre en su dormitorio, solo, vendándose el brazo.

– ¿Qué sucedió, padre?

Douglas giró bruscamente, luego soltó un suspiro de alivio.

– James. Pensé que era tu madre. En realidad no es nada, un idiota me disparó en el brazo, nada más.

El miedo de James atravesó su panza. Tragó, pero el miedo continuaba bullendo.

– Esto no está bien -dijo. -Papá, realmente esto no me agrada. ¿Dónde está Peabody?

James no lo había llamado “papá” hacía ya varios años. Douglas ató la tira de lino que había arrancado de su camisa, la apretó con sus dientes, luego se dio vuelta y logró sonreír.

– Estoy bien, James. -Entonces, porque James se veía asustado, Douglas fue hacia él y atrajo a su precioso muchacho contra sí. -Estoy bien, es sólo un poquito doloroso, nada que nos preocupe a ti, a mí o a nadie, en particular a tu madre, quien nunca se enterará de esto.

James sintió la fuerza de su padre y fue reconfortado. También se dio cuenta de que ahora era tan grande como su padre, este hombre al que había admirado toda su vida, al que había visto como un dios, un ser omnipotente, ¿y ahora eran del mismo tamaño? Dijo al oído de su padre:

– ¿Viste quién era?

Douglas tomó los brazos de James con sus manos y dio un paso atrás.

– Estaba montando a Henry en las colinas. Hubo un solo disparo y Henry reconoce una oportunidad cuando la ve y, por supuesto, me arrojó. Juraría que ese condenado caballo estaba riéndose de mí, allí recostado en los arbustos donde aterricé, afortunadamente. Miré después, pero el tipo no había dejado señales. Bien podría haber sido un cazador furtivo, James, un accidente, puro y simple.

– No. -Él miró a su padre directo a los ojos. -La Novia Virgen tenía razón. Hay problemas aquí. ¿Dónde está Peabody?

– Me deshice enseguida de él, lo envié a Eastbourne a buscar una pomada especial para mí, inventé un nombre… El restaurador de cabello especial de Foley.

– Pero tienes montones de cabello.

– No importa. Pondrá bastante frenético a Peabody cuando no ubique la pomada, algo que merece, ya que siempre está metiendo su larga nariz en mis asuntos.

James respiró profundamente.

– Quiero ver tu brazo, padre. Jason también tiene razón… alguien está detrás de ti. Tenemos que hacer algo. Pero primero quiero ver por mí mismo que la herida no es grave.

Douglas levantó una oscura ceja al mirar a su hijo, vio el temor en los ojos de James, y supo que tenía que ver por sí mismo que la herida no era nada.

– Muy bien -dijo, y dejó a James desatar el lino que acababa de envolver alrededor de él.

James estudió el corte rojo furioso que había desgarrado la piel de su padre.

– Casi ha dejado de sangrar. Quiero lavarla, y luego quiero que Hollis la vea. Él tendrá un poco de ungüento para ponerle.

Claro que Hollis tenía exactamente la desagradable mezcla adecuada. Él también insistió, bajo la atenta mirada de James, en untarla sobre el profundo corte él mismo.

– Hmm -dijo. -Páseme la venda limpia, amo James.

James le alcanzó la tela limpia. Las manos del anciano temblaron. ¿De miedo por su padre? No, Hollis nunca tenía miedo a nada.

– Hollis, ¿cuántos años tienes?

– ¿Amo James?

– Eh, si no te molesta que pregunte tu edad.

– Soy de la misma edad que su estimada abuela, milord; bueno, quizás ella es un año mayor, pero uno duda en hablar sin rodeos acerca de cosas semejantes, particularmente cuando involucra a una dama que también es la ama de uno.