— ¿Son ancianos?
— Algunos sí. Otros son jóvenes. Como tú, voy a verlos por primera vez. Debo este honor al hecho de haberte traído, aun en contra de la opinión de Aass.
— ¿Y Aass? ¿Qué representa aquí?
— Más adelante probablemente será un Sabio. Ahora vámonos ya. ¡Ha llegado el momento!
Seguimos caminando hasta el seudo-Partenón. Visto de cerca, resultó ser mucho mayor de lo que me había parecido. Una monumental puerta metálica, abierta, nos permitió la entrada. Souilik tuvo que parlamentar unos instantes con un guarda armado con unas ligeras varillas de metal blanco.
Recorrimos un corredor cuyas paredes estaban adornadas con frescos representando diversos paisajes extranjeros. No pude detenerme a contemplarlos. Al llegar al fondo del corredor, entramos en una salita atravesando una puerta de madera parda. Tuvimos que esperar unos momentos, mientras un Hiss, que desempeñaba el papel de Mayordomo, salía por una puerta opuesta a la que habíamos utilizado para entrar. Volvió al cabo de un instante y nos hizo seña de seguirle.
La sala donde penetramos me recordó, por su disposición, a un anfiteatro. Unos cuarenta Hiss ocupaban los asientos de las gradas y en la tribuna central había tres. Vi que algunos de ellos eran de avanzada edad: su piel era de un verde más descolorido, sus cabellos eran blancos y escasos pero, en cambio, ni una arruga surcaba sus caras.
Me hicieron tomar asiento en una de las butacas del anfiteatro. Entonces me sucedió algo que, sin tener ninguna importancia, me humilló considerablemente. Sin darme cuenta apreté un botón situado en el brazo derecho del asiento, y este se inclinó para atrás convirtiéndose en una cama, lo que me hizo dar un tumbo espectacular. Los Hiss son un pueblo alegre y burlón por naturaleza, y por esto el incidente provocó numerosas carcajadas. Más tarde me enteré de que el techo del anfiteatro es una enorme pantalla y los sillones están dispuestos de forma que se pueden seguir las proyecciones con toda comodidad.
Frente a los tres Hiss de la tribuna, Souilik dio su informe, en lenguaje articulado. Por lo tanto yo nada comprendí. El informe fue breve. Me sorprendió el hecho de que, a pesar de que se le veía impresionado por el respeto que infundía aquella asamblea, Souilik no hizo gesto alguno de ceremoniosa reverencia.
Tan pronto hubo terminado, el que ocupaba el centro de la tribuna, cuyo nombre era Azzlem, se volvió hacia mí y sentí que su pensamiento entraba en comunicación con el mío, sin las vacilaciones que a veces hacían dificultosas mis «conversaciones» con Souilik.
— Aass me ha enterado ya del planeta inconcebiblemente lejano de que procedes. También sé que la guerra aún existe en tu mundo. Por esta razón no deberías estar aquí. Pero has prestado ayuda a los nuestros después de que su ksill fue atacado por uno de vuestros aparatos voladores, y… en fin, el caso es que estás aquí. Souilik y Aass han creído obrar bien al traerte y nosotros lo aprobamos. De momento no irás a Ressan donde viven los demás extranjeros. Si no tienes inconveniente vivirás en casa de Souilik. Todos los días vendrás aquí para intercambiar impresiones con nuestros científicos sobre las cosas de tu planeta. Aass me ha dicho que te dedicas a estudiar la vida y, con toda seguridad, te resultará beneficioso confrontar tus conocimientos con los de los Hiss de tu especialidad, pues sabemos que los conocimientos no tienen el mismo desarrollo en todos los Mundos humanos, y es posible que sepas cosas que nos permitan conocer mejora los Misliks.
— Tendré sumo placer en comparar mis conocimientos con los vuestros — respondí —. Pero cuando, un poco a pesar mío, me embarqué en vuestro ksill, Aass me prometió que volvería a conducirme a mi planeta. ¿Puedo considerar válida esta promesa?
— Naturalmente, siempre que ello dependa de nosotros. ¡Pero si acabas de llegar!
— ¡Oh! no pienso marcharme en seguida. Siento tanta curiosidad por vuestro planeta y los que habéis descubierto, como vosotros podáis sentir por el mío.
— Serás informado, siempre que el examen a que se te someterá, resulte satisfactorio. Ahora hablanos un poco de tu mundo. Antes de empezar, ponte en la cabeza este amplificador, de forma que todos puedan captar tu pensamiento.
Un ujier me trajo un casco de metal y cuarzo, muy ligero y provisto de una serie de cortas antenas que lo asemejaban a la mitad de una corteza de castaña.
Por espacio de más de un cuarto de hora, concentré mi pensamiento en la Tierra, su posición en el Espacio, sus características y cuanto yo sabia sobre su historia geológica. De vez en cuando, uno de los presentes, generalmente un coloso de mayores dimensiones que el propio Aass, me hacia alguna pregunta o me hacia precisar algún detalle. Como sea que el casco amplificaba tanto mis emisiones de pensamiento como las preguntas mentales que se me hacían, éstas zumbaban dolorosamente en mi cráneo como si me las chillaran junto al oído. Me quejé de ello a Azzlem y éste hizo modificar inmediatamente el reglaje.
Por fin, Azzlem me interrumpió, diciendo:
— Ya está bien por hoy. Lo que has dicho ha sido debidamente registrado y vamos a examinarlo. Pasado mañana volverás.
Pero yo también quería formular una pregunta:
— ¿Vuestros alimentos contienen hierro? El hierro es algo indispensable para mi organismo.
— Generalmente contienen muy poco. Vamos a dar la orden de que se te traigan alimentos preparados para los Sinzúes, cuyo cuerpo también contiene hierro. Unos meses atrás, hubiéramos tenido que solucionar el problema especialmente para ti.
— Otra pregunta: ¿quiénes son estos Misliks sobre los que Aass no ha querido informarme?
— Pronto lo sabrás. Son «los-que-apagan-las-estrellas».
E hizo aquella inclinación de cabeza, señal inequívoca, en los Hiss, de que una conversación ha terminado y sería imprudente querer prolongarla.
CAPÍTULO SEGUNDO — LA LIGA DE LAS TIERRAS HUMANAS
Me marché con Souilik. Volamos directamente hacia el Este. Pregunté si en lugar de volver sin pérdida de tiempo, podríamos sobrevolar esta parte del planeta a menor altitud.
— Es perfectamente posible, me respondió. Mientras los Sabios no tomen una decisión definitiva sobre ti, he sido relevado de todo servicio, excepto el cuidado de mi ksill. ¿Adonde quieres ir?
— No sé. ¿Podemos ver a Aass?
— No. Aass ha salido ya para Marte, donde reside, y no estoy autorizado a hacerte salir de Ela. Además sería un viaje demasiado largo, teniendo en cuenta que pasado mañana debes presentarte de nuevo ante los Sabios. Pero si quieres podemos ver a Essine.
— Muy bien — dije, divertido.
Yo no había dejado de advertir que Souilik sentía una gran simpatía por Essine. Me guardé muy bien de hablar de ello, ya que no sabía si un Hiss podía considerar una alusión de este tipo, como una ofensa o, por lo menos, como una grave falta de educación.
Essine habitada a 1600 «brunns» de la casa de Souilik, o sea unos 800 kilómetros. A petición mía, no volamos a gran velocidad e hicimos varios rodeos. El trayecto duró pues unas dos horas. Sobrevolamos primero una vasta planicie, después una región de bosque salvaje cortada por profundos valles, una cordillera de volcanes apagados y finalmente una estrecha faja de tierra entre las montañas y el mar. Seguimos esta franja durante unos cien kilómetros y aterrizamos en una gran isla, muy elevada sobre el nivel del mar. Essine habitaba una casa análoga a la de Souilik, pero más amplia y pintada de rojo
— Essine es una Siouk, mientras que yo soy un Essok, explicó Souilik. Por esta razón su casa es roja y la mía blanca. Esto, junto con algunas costumbres locales, es todo lo que queda de las antiguas diferencias nacionales. Por ejemplo, ellos consideran una grave descortesía rechazar la comida que te ofrecen, aun en el caso de que no tengas hambre, mientras que nosotros lo toleramos perfectamente.