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«¡Pero ésos ya no son hombres! ¡Han infringido la ley divina!»

Hasta mucho más tarde no supe qué era lo que ellos consideraban la ley divina.

Al anochecer Souilik vino a buscarme y me comunicó que él era el encargado de instruirme sobre el pasado de Ela. En efecto, como casi todos los Hiss, Souilik desarrollaba sus actividades: un trabajo de tipo social, como oficial comandante del ksill, y un trabajo personal que, en su caso, consistía en lo que él llamaba arqueología universal. Como oficial, en determinados tiempos, estaba sometido a una rígida disciplina. Pero cuando terminaba su servicio se convertía en uno de los más jóvenes y, según Essine, mejores «arqueólogos universales». Desde luego, una vez cumplido su período de servicio oficial, habría podido liberarse de toda obligación en este sentido, pero había preferido quedarse en el cuerpo de comandantes de Ksill, donde tenía numerosos amigos y se aseguraba la participación automática en las exploraciones.

Así, pues, aquella misma noche, en su casa, tomé mi primera lección de historia Hiss. Esta tuvo lugar en el despacho de Souilik, donde observé dos cuadros de vidrios esmerilados como en el de Azzlem.

— Según has dicho esta tarde vuestros antepasados utilizaban armas de piedra. Nuestros antepasados también empezaron utilizando herramientas y armas de piedra y, gracias a la casi indestructibilidad de esta materia, estamos mejor informados de los primeros períodos de nuestra especie que de otros más recientes.

Hizo entonces sobre un cuadro una serie de gestos parecidos, aunque más complicados, a los que realizamos para componer un número de teléfono. Uno de los cuadros de vidrio se iluminó y aparecieron en él unas imágenes: eran unos utensilios de piedra tallada muy semejantes a los que las excavaciones han descubierto en nuestras cuevas.

— Acabo de componer una referencia y la biblioteca de arqueología me transmite estos documentos — explicó — Más tarde, floreció la civilización en el planeta y, como la Tierra, los imperios se levantaron y derrumbaron, las guerras destruyeron la obra de los siglos, arrasaron las poblaciones o exterminaron las razas. Estas razas jamás estuvieron tan diferenciadas como ahora; a lo sumo, pequeñas diferencias en el color de la piel, por otra parte siempre verde. Habían crecido religiones que se convirtieron en casi universales, derrumbándose después las unas tras las otras. Sólo una de ellas había subsistido, con tenacidad, a pesar de las persecuciones de sus rivales momentáneamente triunfantes. Se remontaba a las primeras civilizaciones históricas.

Al parecer, los Hiss no sufrieron la paralización técnica que entre nosotros produjeron los tiempos de Roma y la Edad Media. Por esta razón sus guerras fueron pronto devastadoras. La última, que tuvo lugar unos 2.300 años atrás, se cernió sobre un planeta que resultó destruido por unas armas de las que, afortunadamente, no nos podemos formar idea. Siguió entonces un periodo bastante largo en que, debido a la escasez de población, la civilización estuvo a punto de zozobrar. Lo esencial de esta civilización se salvó gracias a la obstinación de algunos sabios y al refugio que ofrecieron a la ciencia los monasterios subterráneos de los adeptos a la religión perseguida y tenaz de la que antes te he hablado. Así fue como, después de 500 años de desórdenes la civilización reanudó la conquista del planeta, reconquista que fue facilitada por el hecho de que el resto de la población había caído prácticamente en la edad de los metales; esta nueva civilización fue una especie de teocracia científica. Aunque las armas de que disponían los «monjes» fueran menos potentes que las de sus antepasados, aventajaban desde luego a las que poseían las tribus.

La conquista del suelo resultó bastante más difícil. Regiones enteras habían quedado devastadas, envenenadas para siempre por la radiactividad permanente, quemadas, vitrificadas. Durante mucho tiempo la población tuvo que ser necesariamente limitada, pues Ela-Ven no podía alimentar más que a unos cien millones de habitantes contra los siete mil millones de antes de la «guerra de los Seis Meses».

La solución fue hallada mil años antes de mi llegada: la emigración. Hacía ya algún tiempo que los Hiss sabrían que lallhar tenía varios planetas habitables, contrariamente a lo que sucedía con Oriabor, donde sólo Ela-Ven lo era. Justamente poco antes de la «guerra de los Seis Meses», habían descubierto el medio de controlar los campos gravitatorios, pero este descubrimiento fue inmediatamente considerado secreto por los diversos gobiernos entonces existentes, y sólo había servido para construir artefactos de guerra. El secreto se perdió durante un largo período hasta que fue descubierto de nuevo por pura casualidad, ya que durante el «periodo sombrío» las investigaciones que se llevaron a cabo en los monasterios, debido a la falta de energía suficiente, fueron más en el campo de la biología que en el de la física.

Al dominar nuevamente los campos gravitatorios, la solución pareció fáciclass="underline" emigrar a los planetas del sistema de lallhar. Como ya te he dicho, lallhar está situado aproximadamente a un cuarto de año-luz de Oriahor —. Los campos gravitatorios permitieron alcanzar una velocidad algo superior a la mitad de la luz. Se trataba, pues, de un viaje relativamente corto. Este se realizó novecientos sesenta años antes de mi llegada, utilizando más de dos mil astronaves, cada una de las cuales llevaba trescientos Hiss, material, animales domésticos o salvajes, etc. Una expedición exploratoria había determinado la perfecta habitabilidad de lila-Tan, la nueva Ela, de Marte y hasta de llesan, aunque éste era más frío. Así, pues, cerca de seiscientos mil Hiss desembarcaron un buen día en un planeta donde no existían más que determinadas formas de vida animal.

Esta primera colonización fue una verdadera catástrofe. Apenas los colonos habían empezado a edificar algunas ciudades provisionales, cuando terribles y desconocidas epidemias los diezmaron. Según las crónicas, en ocho días murieron ¡más de ciento veinte mil personas! El Hassrn y sus rayos abióticos diferenciales aún no se habían inventado. Cundió el pánico y, a pesar de las órdenes, muchos Hiss regresaron a Ela-Ven, llevando allí la epidemia. La civilización estuvo a punto de volver a perecer.

Los colonizadores sobrevivientes fueron inmunizándose contra los microbios de su nuevo planeta y, en el transcurso de los siglos siguientes, se multiplicaron en gran número. Setecientos años antes de mi llegada, se inventó el hassrn y dejó de plantearse el problema; los Hiss colonizaron entonces Marte y Resan. Unos seiscientos años antes de mi llegada — te voy dando las fechas utilizando nuestros años, ya que su sistema sería demasiado complicado para este relato — uno de sus científicos, que, dicho sea de paso, era antepasado de Aass, descubrió la existencia del ahun y la posibilidad de utilizarlo para alcanzar las estrellas lejanas. Como ya te explicaré después, este descubrimiento tuvo para los Hiss una importancia religiosa extraordinaria. Las distancias entre las estrellas, aunque más reducidas por regla general que en la parte que ocupa el sol en nuestra galaxia, se hacían en seguida imposible de franquear: la estrella más próxima a lalthar, después de Oria-bor, es Sudema, que está a un año-luz, lo cual hace ya entre ida y vuelta un viaje de cuatro años. Le sigue Erianthé a unos dos años-luz y medio, o sea casi diez años de viaje. Los Hiss no se alejaron mucho por este procedimiento y,

aun así, fue necesario emplear la invernada artificial, o sea una especie de puesta al ralenti de la vida de los exploradores.