Ossenthur permaneció ocho días vigilando la superficie. El octavo día, no habiendo visto nada que se moviera alrededor del primer ksill, descendió en picado como un rayo y aterrizó a su lado, regando los alrededores del ksill con rayos abióticos. En el interior del ksill no faltaba nada, pero no quedaba ni un Hiss con vida. Ossenthur hizo recoger los cadáveres y abandonando el aparato a los Misliks — había dado a esos extraños seres el nombre de la Profecía — después de destruir sus motores, regresó a Ela.
Los biólogos estudiaron los cadáveres. ¡Los Hiss habían sucumbido por asfixia, a causa de la destrucción de su tejido respiratorio!
Y así fue como los Hiss se lanzaron desesperadamente a la búsqueda de otras humanidades con el fin de encontrar aquella «cuya sangre roja no podía helarse». Pero en todos los planetas que descubrieron, los «hombres» tenían la sangre azul, o verde, o amarilla. Entonces comprendí por qué me habían conducido a Ela, a pesar de la Ley de Exclusión, y lo que ellos esperaban de mí, o mejor, de nosotros los Terrestres.
Mientras tanto, como ya le he dicho, habían establecido contacto con numerosas humanidades planetarias, cuyos embajadores habitaban permanentemente en Resan, donde se halla el Gran Consejo de la Liga de Mundos Humanos.
CAPÍTULO TERCERO — EL MISLIK
Los Misliks se hallaban pues, a menos de un millón de años de luz de Ela. En aquella época los Hiss no había comprendido todavía la relación existente entre estos seres de metal y la extinción de las estrellas, pero ya representaban el enemigo por excelencia, los Hijos del Frío y de la Noche, el enemigo metafísico. Buscaron pues el medio de destruirlos. Todos los que emplearon fracasaron, excepto uno. Los sabios probaron en vano los medios de destrucción de sus antepasados, los Misliks parecían invulnerables. Ni los rayos abióticos, ni los bombardeos por neutrones, protones, o electrones, ni siquiera los infranucleones los mataban. Sólo el calor tenía alguna eficacia: un día un ksilll, alcanzado por el mortal rayo mislik, contra el cual los Hiss no han encontrado medio de protegerse aparte el situarse a distancia superior a su alcance, se estrelló contra el suelo y se incendió. Un Mislik que se hallaba próximo al lugar, dejó de moverse y sufrió una contracción. Aun a costa de grandes pérdidas, otros ksills pudieron bajar lo suficiente para tomarlo en un campo gravitatorio negativo y llevarlo a Ela. El examen fue decepcionante: se encontraron ante un bloque de ferro-níquel puro. Si hubo alguna estructura, ésta había sido destruida por el calor.
La lucha continuó sin resultado durante tres siglos. Ahora los Hiss ya sabian matar a los Misliks: bastaba con envolverles con un rayo especial que producía una temperatura superior a los doscientos grados absolutos durante unos diez segundos. Pero los Misliks se defendieron y aumentaron el alcance de su rayo abiótico, hasta que resultó peligroso acercarse a menos de veinte kilómetros de los planetas ocupados por ellos. Valiéndose de medios desconocidos detectaban la aproximación de un ksill y dejaban sin vida a sus ocupantes antes de que hubieran podido utilizar con éxito sus bombas térmicas. También aprendieron — o por lo menos lo realizaron por primera vez — el arte de elevarse en el espacio sin valerse de aparato alguno. Así pues, los Misliks merodeaban constantemente sobre los planetas en su poder, por grupos de nueve como mínimo, pues el poder de su rayo aumenta en razón del cubo del número de Misliks presentes y, siendo menos de nueve individuos, tarda mucho en actuar. Entonces los Hiss probaron una nueva táctica: surgían del ahun en vuelo rasante sobre el planeta, lanzaban sus bombas y volvían a desaparecer en él. Esta táctica era eficaz pero terriblemente peligrosa. A veces sucedía que, como consecuencia de un error infinitesimal de cálculo, el ksill surgía bajo la superficie del planeta. Se producía entonces una fantástica explosión atómica, pues los átomos del ksill y los del planeta se encontraban ocupando el mismo lugar en el mismo instante.
El imperio de los Misliks iba extendiéndose cada vez más en esa desgraciada galaxia cuyas estrellas continuaban apagándose una a una. Para las tripulaciones de los ksills era un extraño espectáculo comprobar que desde Ela se veía lucir aún determinada parte de la galaxia, que ellos sabían apagada debido a que la luz tardaba más de un millón de años para hacer el recorrido.
Hasta unos veinte años antes de mi llegada, los Hiss no comprendieron que los Misliks no se limitaban a colonizar los planetas, sino que los apagaban. Ossentbur ya había lanzado esta hipótesis trescientos años atrás, pero había sido rechazada por inverosímil. En la galaxia atacada, el Segundo Universo de los Hiss, bastante lejos aún del imperio Mislik, existía un planeta humano cuyos habitantes, muy parecidos a los Hiss, mantenían estrechas relaciones con estos. Este planeta, Hassni del sol Sltlin, servía de base avanzada en su guerra con los Misliks. Un día señalaron la presencia de enemigos en la cara helada de un planeta exterior de este sistema. Al mismo tiempo los científicos de Hassni observaron una clara disminución de la energía emitida por su sol. Una arrojada patrulla, integrada por tres ksills conducidos por hassnianos, comprobó, por vez primera en aquella guerra, que los Misliks habían construido sobre aquel planeta exterior unas enormes pirámides metálicas. Cuando, un tiempo después, Hassni estuvo situado entre su sol y At'fr, el planeta exterior, fue imposible obtener ninguna reacción nuclear en sus laboratorios o centrales. Las radiaciones del sol seguían perdiendo energía y hubo que rendirse ante la evidencia; ¡los Misliks conocían el medio de anular las reacciones nucleares de las estrellas!
No hubo más remedio que evacuar Hassni. Los hassnianos fueron llevados a un planeta de una estrella de la galaxia de Ela.
Por fin, dos años antes de mí llegada, fue capturado vivo un Mislik aislado. Yo he visto este Mislik y hasta lo he tocado.
Poco a poco fui entrando en la vida eliense. Seguí viviendo en casa de Souilik pero ya disponía de mi propio reob. Pronto aprendí a pilotarlo. Estos pequeños aviones están tan perfeccionados que resulta casi imposible realizar con ellos alguna falsa maniobra. El manejo es totalmente automático y la misión del conductor se limita a elegir la dirección, la velocidad y la altitud. Naturalmente, siempre se puede conectar el piloto automático. La mayoría de los Hiss lo utilizan en muy raras ocasiones. Este pueblo ha encontrado la solución del problema de la máquina: utilizarla, no temerla y no convertirse en esclavo de ella. El mismo individuo que considera la cosa más natural del mundo tomar un ksill, «atravesar el Espacio», como dicen ellos, y recorrer así millones y millones de kilómetros, no vacilará un instante en caminar días y días si tiene ganas de andar a pie. Por lo que a mí respecta, pasaron varios meses antes de que me atreviera a desconectar el piloto automático. Pero cuando lo hube probado encontré tal placer en la conducción de este maravilloso aparatito que dejé de utilizar el automático excepto en trayectos largos. Además, hasta que fuera definitivamente adoptado por la comunidad Hiss — y yo soy uno de los tres únicos «extranjeros» que lo hayan conseguido— no podía utilizar el reob más que para ir de casa de Souilik al palacio de los Sabios.
También aprendí el hiss hablado, idioma muy dificultoso para nosotros los Terrestres. Consiste principalmente en una serie de susurros, con gran abundancia de s y z, como habrás podido ver en los nombres propios. Lo más complicado es su maldito acento Iónico cuya situación varia según la persona, o el tiempo de verbo, etc. Por ejemplo, mi huésped se llamaba Souilik. Pero su casa era «Souil'k sian» y: yo salgo de casa de Souilik se dice «Stan Souil'k s'an». Ya ves pues la dificultad que representa construir una frase complicada. Nunca llegué a hablar un hiss correcto. Pero esto carecía de importancia puesto que yo lo comprendía todo. Si tenía que hablar mucho, siempre me quedaba el recurso de «transmitir» directamente a un Hiss que traducía lo que iba diciendo.