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Cada dos días iba a la Casa de los Sabios, donde desarrollaba una especie de curso sobre civilización terrestre. En compensación allí aprendía el hiss con un método semihipnótico. También aprendía cuanto podía sobre la civilización y la ciencia hiss. Colaboraba con dos Hiss en investigaciones de biología comparada. Mi sangre fue estudiada minuciosamente, y fui examinado innumerables veces por los Rayos X. Mis colaboradores, comprendiendo mi propia curiosidad, pasaron también varias veces por la pantalla para que pudiera examinarles. Su organismo es muy parecido al nuestro pero sospecho que sus primeros antepasados debieron estar más cerca de nuestros reptiles que de los mamíferos. Al llegar aquí debo decir unas palabras sobre su fauna. Esta, tiene, en las especies grandes, un doble origen. Los Hiss trajeron de su planeta Ela-Ven algunos animales domésticos, particularmente una especie de gato muy grande, de largas patas, pelo verdoso y una inteligencia parecida a la de nuestros chimpancés. Los Hiss tienen gran afición a esos animales y cada casa tiene al menos uno de ellos. Primitivamente, en la prehistoria de Ela-Ven, eran entrenados para la caza, pero ahora sus terribles garras y afilados dientes no sirven en todo caso, más que para estropear las butacas de sus dueños. Además de estos «misdolss», los Hiss crían el animal que les proporciona la leche dorada de que le he hablado. La fauna autóctona de Ela-Ven vive aún en vastas reservas, y comprende algunas fieras peligrosas que los jóvenes de Hiss cazan a veces con arco y flechas y con la ayuda de jaurías de missdols. En Ela no hay ningún ser alado, ni pájaros ni insectos, pero en cambio existe una especie venenosa de animalitos parecidos a nuestras hormigas que los Hiss, a pesar de toda su ciencia, no han podido destruir. En Ela-Ven había un animal del tamaño de un gran elefante, pero juzgaron innecesario aclimatarlo en su nuevo planeta.

Al cabo de dos meses fui sometido a la prueba que sufren todos los Hiss antes de pasar a la categoría de adulto, o sea el examen psicométrico. Esto no tiene nada que ver con nuestros tests y lo que pretenden los Hiss con ello no es la medida de genio creador sino la aptitud para trabajos determinados y el grado medio de inteligencia.

Así, pues, me sometí de buena gana al psicómetro. Fue algo impresionante. Imagínate una especie de camilla sobre la que me tendí, situada en una sala con paredes de cristal, un casco daba a mi cabeza el aspecto de un erizo, oscuridad total a mi alrededor a excepción de una pequeña lámpara azul que iluminaba extrañamente la cara de un Hiss inclinado sobre los aparatos registradores. Senti una leve sacudida eléctrica y a partir de aquel momento, mi personalidad quedó como desdoblada. Sabía que me estaban haciendo preguntas y que yo respondía a ellas, pero me resulta imposible decirte cuáles fueron estas preguntas, y qué respondí a ellas. Veía como el Hiss manipulaba en los aparatos. Sentía en mi cabeza un agradable vértigo, ya no notaba en mi espalda el contacto de la camilla. Al parecer, la cosa duró dos basikes, aunque a mí me parecieron dos minutos. Se hizo la luz, me quitaron el casco y me levanté con una curiosa sensación de vacío y reposo en mi espíritu.

El estudio de lo que ha había quedado registrado requirió unos diez días. Entonces fui llamado por Azzlem, a quien encontré acompañado de tres especialistas en psicología.

Según me dijo, el resultado del examen había sido sorprendente; mi capacidad intelectual superaba ampliamente la media entre los Hiss, dando un coeficiente 88 — el promedio de los Sabios era 87 —. Mis facultades afectivas les impresionaron más aún: según supe entonces, soy un individuo que puede llegar a ser peligroso, dotado de una extraordinaria combatividad y fantásticas posibilidades de amor o de odio, con una gran predilección por la soledad y cierta dosis de insociabilidad. Supongo que es le rasgo de mi carácter no te sorprende. — En cambio, mi capacidad de emoción mística es, al parecer, muy insignificante, casi nula, lo cual disgustó bastante a los Hiss. Pero lo que más intrigados les tenía es el hecho de que emití cierto tipo de ondas que se parece mucho al tipo de ondas que emiten los Misliks.

El resultado práctico fue que, en lugar de ser enviado a Hesan con los representantes de las demás humanidades, los Sabios prefirieron dejarme en Ela.

Continué, pues, en casa de Souilik. Este partió para un viaje en el ahun dejándome solo. Pero había entrado ya en relación con algunos vecinos y frecuentemente recibía la visita de Essine o de sus familiares. Como sea que también había aprendido a leer el lenguaje hiss, empecé a utilizar la bien surtida biblioteca de Souilik. Algunos libros sobre ciencia física resultaron fuera de mi alcance, pero, en cambio, otros de biología y arqueología universal me apasionaron.

Un día, estaba leyendo tranquilamente una historia resumida del planeta Szen del Sol Fluh del undécimo universo, cuando aterrizó ante la casa un reob azul. Salió de él el gigantesco Hiss que formaba parte del Consejo de los Sabios cuyo nombre es Assza. Había tenido pocos contactos con él, pues era un físico, y los Hiss pronto se habían dado cuenta que, en este aspecto, mis conocimientos eran tan mediocres que no valía la pena destinarme un especialista. Por ello su visita me sorprendió. Como es habitual en los Hiss, no perdió tiempo en preámbulos:

— Ven — dijo —, te necesitamos.

— ¿Por qué? — pregunté.

— Para comprobar si eres realmente uno de los seres de sangre roja que, según la Profecía, los Misliks no pueden matar. Ven, no correrás peligro alguno.

Habría podido negarme, pero no era ésta mi intención. Ansiaba conocer a los famosos Misliks. Así, pues, le seguí.

Ascendimos a gran altura y tomamos enorme velocidad. El reob sobrevoló dos mares, una cordillera, después otro mar y, finalmente, al cabo de unas tres horas, nos dirigimos hacia una pequeña isla rocosa, de aspecto muy desolado. Habíamos recorrido 9.000 kilómetros. Él sol ya declinaba y debíamos hallarnos a una latitud muy elevada, pues observé bloques de hielo flotando en el mar.

Assza tomó tierra sobre una minúscula plataforma que formaba un saliente sobre las aguas. Nos dirigimos hacia una enorme puerta de metal.

Con gestos enrevesados, Assza abrió una ventanilla, pronunció unas palabras. La puerta se entreabrió y penetramos en el interior. Doce jóvenes Hiss, armados con su «fusil de calor», me examinaron de pies a cabeza. Dejamos el puesto de guardia y entramos en una sala octagonal, uno de cuyos muros presentaba la superficie esmerilada, propia de las pantallas de visión. Assza me hizo tomar asiento.

— Este es mi despacho — dijo —. Soy el encargado de la vigilancia del Mislik —. Y me explicó lo siguiente.

Hacía poco más de dos años, un ksill había conseguido sorprender a un Mislik aislado en el espacio y capturarlo. Había sido una empresa difícil y la dotación, expuesta largo tiempo al rayo Mislik, sufrió una prolongada anemia. Pero lo más complicado había sido conseguir que el Mislik atravesara la atmósfera caliente de Ela sin morir. Por fin se consiguió y el Mislik estaba allí, en una cripta mantenida a una temperatura de 12 grados absolutos. Todos los tipos de humanidades — con la excepción de los últimos conocidos, aquellos que también sabían atravesar el ahun, y yo mismo — se habían sometido voluntariamente a las radiaciones del Mislik tomándose todas las precauciones necesarias para que no se produjera ningún accidente mortal. Nadie lo había resistido. Pero es que ninguno tenía la sangre roja de que hablaba la Profecía… y yo la tenía.

— Mira, el Mislik — me dijo Assza.

Dejó la habitación a obscuras. En la pantalla aparecieron unas imágenes envueltas en una curiosa luz azul.