— Luz fría. Cualquier otra iluminación mataría al Mislik.
Mi vista recorrió una habitación de grandes proporciones. El suelo era rocoso y liso. En el centro, completamente inmóvil, ví algo que al principio tomé por una pequeña construcción metálica, formada por una serie de placas articuladas, separadas por pequeñas hendiduras. La cosa brillaba con reflejos de plata, tenía una forma poliédrica y su tamaño era de dos metros por uno, aproximadamente.
El Hiss me llevó ante unos aparatos registradores que me recordaron el psicómetro. Sobre los cuadros, unas agujas fosforescentes oscilaban lentamente y unos tubos fluorescentes palpitaban con suaves y regulares oscilaciones.
— La vida del Mislik — dijo Assza — constantemente es el centro de estos fenómenos electromagnéticos que, al parecer, vosotros, la gente de la Tierra, utilizáis como fuente de energía. Ahora está descansando.
Assza dio vuelta a un botón. El termómetro que indicaba la temperatura de la cripta pasó de doce a treinta grados absolutos. Las agujas dieron un brinco en los cuadros, los tubos lanzaron una luz más viva y sus palpitaciones se aceleraron. Assza señaló uno de ellos que vibraba con particular intensidad.
— Son las ondas Phen, y que nosotros sepamos, sólo las emiten los Misliks y… tú.
Levanté la mirada y me vi en un espejo. Era un espectáculo realmente fantástico ver nuestras caras iluminadas por esta verdosa luz vacilante procedente de los tubos y del reflejo azul de la pantalla. En rarísimas ocasiones tuve en Ela una sensación tan clara de desplazamiento, de mundo extraño.
El Mislik se movía ahora. Sus articuladas piezas habían entrado en juego y se desplazaba al paso de un hombre. Gradualmente, Assza llevó de nuevo la temperatura a 12 grados absolutos.
— He aquí nuestro plan. Desearíamos que bajaras a la cripta y que te expusieras a la radiación del Mislik. No hay peligro alguno, se entiende, ningún peligro grave. Los demás ya han bajado, desgraciadamente sin éxito. En el Espacio, protegidos como estamos por las paredes de nuestros ksills, son necesarios nueve Misliks para hacer peligrar nuestras vidas. Aquí tan cerca y sin protección uno solo basta. Como sea que en la cripta reina una temperatura muy baja y el vacío casi absoluto, irás equipado convenientemente para traerte en el caso de que perdieras el conocimiento. ¿Aceptas?
Dudé un momento, mientras miraba como aquel ser de pesadilla me arrastraba. Me parecía adivinar en él, bajo la rígida caparazón geométrica, un espíritu despiadado, pura inteligencia sin sentimientos, más temible que la peor ferocidad consciente. ¡Oh, si! ¡Era realmente el Hijo de la Noche y del Frío!
— De acuerdo — dije, mirando por última vez la pantalla.
— Si es necesario añadió Assza — puedo aumentar la temperatura y matarlo. Pero no creo que tenga que llegar a este extremo. Sin embargo, hay un riesgo. Un solo Mislik no puede matar a un Hiss, salvo que éste permanezca mucho tiempo expuesto a su radiación. Tampoco ha matado a los que te precedieron. Pero… tu caso es distinto a todos.
— ¡Al diablo! — exclamé en mi propio idioma. Y añadí — : Tarde o temprano habré que hacer la prueba.
— No podíamos hacerla antes de que aprendieras nuestra lengua, ya que no podré transmitirte pensamientos cuando estés allí.
Encendió la luz. Entró un Hiss y me hizo seña de seguirle. Bajamos al nivel de la cripta, en una sala donde había colgadas de la pared una serie de escafandras transparentes. El Hiss me ayudó a enfundar una de ellas. Me iba a la medida, lo que no era de extrañar, ya que había sido confeccionada para mí. Una de ellas, enorme, debió haber servido al fornido gigante de ojos pedunculados cuya estatua vi en la escalera de las Humanidades. La puerta se abrió una vez más y entraron dos máquinas de seis ruedas, con poderosos brazos metálicos. Marchóse el Hiss y la puerta se cerró.
— ¿Me oyes? — dijo la voz de Assza en el interior de mi casco.
— Sí, perfectamente.
— Estás todavía fuera del alcance de la radiación Mislik. Este rayo no puede atravesar los cuatro metros de ferroniquel que te separan de él. Es la única protección eficaz, pero sin aplicación posible en combate a causa de su enorme peso. Voy a abrir la puerta. Sobre todo, pase lo que pase, no intentes sacarte la escafandra sin que lo te lo diga.
Un bloque de metal se deslizó lentamente, dejando en la pared un gran hueco de unos cuatro metros. No tuve la menor sensación de frío, pero mi escafandra se hinchó convirtiéndome en una especie de muñeco Michelin.
Avancé despacio sobre el suelo liso. Todo estaba inmóvil y en silencio. Sólo oía en mi casco la lenta respiración de Assza. El Mislik seguía parado.
De repente se deslizó hacia donde yo estaba. Visto de cara, presentaba el aspecto de una masa aplastada, de una altura aproximada de medio metro.
— ¿Qué debo hacer? — pregunté.
— Todavía no emite. No temas, no te tocará. En una ocasión se elevó y aplastó a un Hiss. Los sometimos a doce basikes de elevada temperatura, el límite de sus posibilidades de superviolencia. Creo que comprendió la lección y no le quedaron ganas de volver a empezar. Sin embargo, si lo hiciera, usa la pistola de calor que llevas en el cinto. Hazlo sólo en caso de extrema necesidad.
El Mislik daba vueltas a mi alrededor, cada vez más rápidas.
— Sigue sin emitir. ¿Notas algo?
— Absolutamente nada. Sólo un poco de miedo.
— ¡Atención! ¡Está emitiendo!
En la parte delantera de la mesa metálica acababa de aparecer una especie de antena violenta. No sentía nada y se lo dije a Assza.
— ¿No notas un hormigueo? ¿No sientes vértigo?
— No, no, absolutamente nada.
Ahora el Mislik emitía con violencia. Su antena medía sobradamente un metro.
— ¿Tampoco ahora?
— No.
— Con tal intensidad, un Hiss habría perdido ya el conocimiento. ¡Creo que sois los seres de la Profecía!
El Mislik parecía desconcertado. Por lo menos así interpreté su actitud. Retrocedía, avanzaba, emitía, dejaba de emitir y volvía a empezar. Me dirigí hacia él. Retrocedió y se paró. Entonces, con una sensación, tal vez engañosa, de invulnerabilidad, me aproximé a grandes pasos y me, senté sobre él. Oí una ahogada exclamación de horror de Assza y en seguida una gran carcajada en el momento que el Mislik con brusca sacudida se liberó y huyó hasta el otro extremo de la cripta.
— Ya basta — dijo Assza —. Vuelve a la sala de las escafandras.
El bloque volvió a su sitio tapando la abertura. El aire penetró con un silbido en la habitación y, con la ayuda de un Hiss, me despojé de mi escafandra. Tomé el ascensor y llegué al despacho de Assza. Estaba sentado en su sillón, llorando de alegría.
CAPÍTULO CUARTO — UNA CANCION DE OTRO MUNDO
Esta vez permanecí tres días en la Isla Sanssine. Assza informó inmediatamente al Consejo de los Sabios sobre el resultado positivo del experimento y, unas horas más tarde, estaban todos reunidos en la gran sala situada al lado del despacho de Assza. Sin embargo, cuando me pidieron que volviera a bajar a la cripta, me negué tajantemente a ello. Aunque la radiación Mislik no parecía haberme afectado, mis nervios ya no resistían más. Mientras estuve cara a cara con aquel bloque de metal consciente, pude conservar la calma. Pero ahora, mis energías estaban agotadas y sentía una imperiosa necesidad de dormir. Los Sabios se hicieron cargo de todo y decidieron aplazarlo todo hasta el día siguiente. Me dieron una confortable habitación y, con la ayuda de «aquel-que-hace-dormir», pasó una noche magnifica.
No fue sin cierta aprensión que volví a entrar en la cripta. Yo no podía saber si mi milagrosa inmunidad duraría y, en caso contrario, no sabía lo que pasaría. Había solicitado la presencia de Szzan, neófito del colegio de los Sabios, a quien yo había enseñado, en el transcurso de nuestras conversaciones, bastante medicina terrestre.