Los preparativos habían sido más largos: me hicieron una extracción de sangre, un contaje globular y otros reconocimientos. Además un voluntario Hiss tenia que bajar conmigo para comprobar que la radiación emitida por el Mislik era realmente aquella que resultaba ser tan nefasta para los Hiss. Como privilegio especial, habían sido invitados los técnicos del ksill que habían alcanzado la Tierra, y, excepto Souilik, que en aquel momento se hallaba errando por el Espacio, todos estaban presentes, encabezados por Aass. Fui feliz al volverles a ver. Pero no lo fui menos cuando vi que el voluntario que iba a acompañarme, era Essine.
Ni siquiera intenté disuadirla de ello. Sabía ya que las diferencias entre hombres y mujeres, ante el peligro, habían sido abolidas en Ela desde hacía siglos. Se había ofrecido voluntariamente, los Sabios habían aceptado, mi oposición habría sido para ella una ofensa imperdonable. Pero no podía impedir que mis prejuicios terrenales lo desaprobaran.
Iba armado de una pistola especial, de «calor frío», que me permitiría, llegado el caso, elevar la temperatura hasta el punto necesario para entorpecer gravemente al Mislik; dicho en otras palabras, llevar la temperatura de -261° a -100° aproximadamente.
Así, pues, bajamos acompañados por cuatro autómatas hasta el cuarto de las escafandras. Allí nos esperaban dos Hiss para ayudarnos a vestir los trajes de vacío. Mientras me ponían el mío, pude ver la cara de Essine que palidecía — en los Hiss esto consiste en un color gris verdoso — y le oí murmurar algo que parecía una oración. Evidentemente, tenía miedo, y lo encontré muy natural, pues mientras yo tenía grandes probabilidades de salir ileso, lo más seguro era que ella lo pasara muy mal. Por ello, cuando cruzamos la puerta cilíndrica, puse mi mano sobre su espalda y, utilizando el micrófono, le dije:
— Colócate a mi espalda.
— No puedo hacerlo, es necesario saber si la radiación es activa.
Me volví. Los autómatas nos seguían con sus grandes brazos metálicos medio tendidos.
El Mislik, inmóvil, nos miraba. Digo: nos miraba, pues, aunque no había podido descubrir nada en él parecido a un órgano de la vista, sabía que él tenía perfecto conocimiento de nuestra proximidad. Empezó a deslizarse hacia nosotros.
— No os alejéis demasiado de la puerta — dijo la voz de Azzlem.
Essine tuvo un movimiento de retroceso y después vino a situarse a mi lado. El Mislik se paró a tres pasos de donde nosotros estábamos, sin emitir.
Creo me reconoce — dije —. No emitirá si…
Lo que ocurrió entonces fue de una rapidez increíble. El Mislik empezó a emitir violentamente. Su antena alcanzaba un metro por lo menos. Entonces, sin dejar de emitir, se deslizó a enorme velocidad a nuestro alrededor y se precipitó sobre el primer autómata. El lugar que ocupaba aquella maravillosa máquina quedó sembrado de trozos de plancha retorcida, engranajes y rodamientos ya inútiles. Una pequeña rueda dentada vino rodando a mi alrededor y yo me quedé estúpidamente mirando cómo describía círculos cada vez más reducidos hasta quedar inmóvil a mis pies.
— ¡Cuidado! — gritó Assza.
Este grito despertó mis embotados sentidos. Me volví; vi a Essine caída junto a los restos del autómata. El Mislik se lanzaba contra el segundo que se dirigía hacia nosotros.
Disparé dos veces. El Mislik paró. Yo había cogido a Essine, desmayada dentro de su escafandra. El autómata avanzaba con los brazos tendidos.
— Toma — le dije como si se tratara de una persona —. Voy a cubrir la retirada.
Como es natural, no obtuve respuesta. Llevando a Essine, se dirigió velozmente hacia la puerta. El Mislik atacó nuevamente. Disparé y lo detuve. Empecé a retroceder, empuñando la pistola, seguido por los dos robots restantes. Entonces el Mislik tomó altura. Oí las exclamaciones de los Sabios, arriba, en la sala de control. El monstruo metálico se precipitó sobre mi. En vano disparé cinco veces. En última instancia me tiré al suelo. El falló el golpe. Oí una voz — ¿tal vez la de Assza? — que decía: «Qué le vamos a hacer, no hay más remedio».
Entonces una fuerte luz blanca inundó la cripta, en el preciso momento en que el Mislik se disponía a atacar. Inmediatamente se posó sobre el suelo y empezó a zigzaguear como enloquecido por algún insoportable dolor.
— Sal de ahí, o tendremos que matarlo — gritó Assza.
Corrí hacia la puerta y entré en la cámara de las escafandras. Aquella luz se apagó, se cerró la puerta y la habitación se llenó de aire. Llegaron cuatro Hiss, Szzan entre ellos, y despojaron a Essine de su escafandra. Estaba pálida, pero vivía.
Subí indignado al despacho.
— Ya estaréis contentos. Yo sigo vivo, pero Essine puede que muera.
— No. Un solo Mislik no puede matar en tan poco tiempo. Y aunque así fuera: qué importancia puede tener su vida, sobre todo una vida voluntaria, cuando el universo entero está en juego? Evidentemente, no había respuesta posible. Me hicieron un nuevo análisis de sangre. La conclusión era definitiva: el rayo Mislik no tenia efecto alguno sobre mi.
Permanecí aún dos días en la isla con Assza, ya que no quería marcharme sin tener la seguridad de que Essine estaba fuera de peligro. Ella se había recuperado rápidamente, pero estaba aún muy débil a pesar de las transfusiones y de la acción de los rayos biogénicos. Szzan me tranquilizó: con anterioridad, había atendido a otros Hiss más gravemente alcanzados, con resultado satisfactorio.
Regresé a la casita de Souilik y todo volvió a su curso normal. Cada dos días iba a la Casa de los Sabios para dar lecciones y tomarlas a mi vez. Entré en estrecha relación con Assza, el gigantesco físico — guardián del Mislik —, que, según me dijo aquél, no parecía acusar el duro castigo a que había sido sometido.
Y un día, mientras hablábamos con Szzan, el joven biólogo, sobre las radiaciones humanas, tuve una idea.
— Estas ondas Phen, que emiten los Misliks y que yo también emito, ¿no podríamos utilizarlas para entrar en contacto con ellos?
— No lo creo. Podemos registrar esas ondas, pero ignoramos a qué puedan corresponder. No hemos podido comprobar nada, pues para nosotros resulta tan difícil abordar un Mislik como atravesar una estrella. Ya pudiste verlo con el ejemplo de Essine. Ahora bien, ya que tú emites las mismas ondas o algo que se les parece mucho — podríamos hacer la prueba contigo. Aunque no creo que tengan nada que ver con lo psíquico. Lo más probable es que tengan alguna relación con vuestra extraordinaria constitución, tan rica en hierro.
— Lástima — dije —. Me habría gustado entrar en comunicación con ellos.
— Tal vez eso no sea imposible — dijo entonces Assza —. Pero tendrás que armarte de valor. Deberás bajar de nuevo a la cripta, equipado con un casco amplificador del pensamiento. Las ondas psíquicas — nuestras ondas psíquicas — tienen un alcance muy inferior a la radiación Mislik y nunca hemos podido aproximarnos lo bastante para saber si podíamos «entender» a uno de ellos. El Mislik — o, a veces, el Hiss — morían antes de poder comprobarlo. Tendrás que penetrar en la cripta, pues el aislamiento de ferroníquel interfiere tanto las ondas del pensamiento — suponiendo que el Mislik las emita — como su radiación mortal.
— Conforme — dije —. Pero, ¿y si vuelve a tomar el vuelo?
— Quédate delante de la puerta. Si se eleva, entra en la cámara de las escafandras.
— De acuerdo. ¿Cuándo hacemos la prueba?
Sentí que estaba tanto o más impaciente que yo mismo.
— Yo tengo un reob de cuatro plazas… — insinuó Assza.
— Yo también tengo el mío — dije —. ¿Vamos?