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— En lo que a ti se refiere — dijo el oficial dirigiéndose a mí — Azzlem te espera, a ti y a tus compañeros.

Azzlem, Assza y Asserok discutían acaloradamente cuando nosotros llegamos.

— No los necesitamos para nada — decía Aszza — ; la ayuda de los Tserrenos nos bastará.

— Son poderosos, replicó Asserok. Lo son tanto como nosotros. Creedme, yo he estado en Arbor y conozco su planeta. Son más numerosos que nosotros y, además, tienen a los Telms, sus servidores…

Al llegar aquí se interrumpió bruscamente, como si hubiera tenido una súbita inspiración.

— Ahora lo entiendo todo —. Han confundido al Tserreno con un Telm; es fuerte y moreno como ellos.

Según nos explicó, en Arbor no sucedía lo mismo que en la Tierra o en Ela, donde sólo existe una única humanidad, sino que había dos, los Sinzúes, rubios y esbeltos y los Telms, morenos y fornidos. En épocas prehistóricas, habían habido varios tipos humanos — cosa que también en la Tierra se produjo — pero así como en nuestro caso sólo sobrevivió una especie que exterminó o absorbió a los demás, en Arbor se desarrollaron dos ramas distintas, ubicadas en continentes muy alejados el uno del otro. Cuando los Sinzúes descubrieron el continente Telm, habían ya alcanzado un grado de civilización que no les permitía extenuarlos. Supón que América hubiera estado poblada por hombres de Neanderthal. Probablemente los habríamos destruido. Los Sinzúes, raza superior, con un criterio más humano — o más realista —, convirtieron a los Telms en sus esclavos. Con el tiempo, la situación de éstos ha mejorado algo, pero en la sociedad actual siguen ocupando posiciones inferiores, a las que les lleva — hay que decirlo todo — su total carencia de iniciativa. No reciben ningún mal trato pero jamás se ha producido un cruce entre las dos especies por tratarse de dos razas totalmente distintas. La organización social de los Sinzúes se basa en esta semiesclavitud, es de tipo aristocrático y recuerda un poco a la organización del antiguo Japón.

— Es un hecho innegable que tu aspecto exterior, el color de tu piel y tu cabello, te dan un cierto parecido con los Telms. Así, pues, para que puedas comprender la reacción de los Sinzúes imagina que llamaras a un especialista en «judo» para combatir con un difícil adversario y que, al llegar aquí le dijeras: ya no es necesario; un chimpancé ha hecho el trabajo.

A medida que Asserok hablaba, los dos sabios fueron serenándose. Con toda seguridad iba a ser posible — con la suficiente diplomacia — calmar a los Sinzúes, explicándoles que yo no era un Telm a pesar de mi aspecto. Asserok quedó encargado de esta misión y partió hacia el astronave.

Pronto fui llamado por él. Me dirigí allí acompañado por Souilik. Al despedirme, poco antes de llegar a la vista de los centinelas sinzues quiso darme uno de sus fulgurantes. Se lo agradecí pero rehusé, ya que estaba convencido de que no corría peligro alguno. Un sinzu me recibió y me hizo seña de que le siguiera. La astronave era enorme — más de 180 metros — y tuve que recorrer interminables pasillos antes de llegar a la sala donde se me esperaba. Allí estaban sentados Asserok y cinco sinzues, todos ellos provistos de un casco amplificador. Aunque un poco separada del grupo allí se hallaba también Ulna, de pie, apoyada en la pared.

Apenas había entrado en la estancia, el de más avanzada edad me transmitió:

— Este Hiss pretende que no eres un Telm, sino un Sinzú negro. Vamos a comprobarlo. Háblanos de tu planeta.

Antes de contestar tomé todo el tiempo que creí necesario, agarré una silla, me senté, y cruzando las piernas empecé a hablar:

— Aun cuando para mi resulta tan injurioso ser confundido con un animal superior, como puede serlo para vosotros el ser aventajados por un Telm, en atención a mis amigos los Hiss, os responderé. Sabed que en mi planeta no hay más que una especie de hombres, unos rubios como vosotros, otros morenos como yo. Algunos — por cierto bastante numerosos — hasta tienen la piel negra o amarilla. Mucho hemos discutido sobre cuál era la raza superior y hemos llegado a la conclusión de que no había tal. No hace mucho hemos sostenido una guerra contra ciertos terrestres quienes, precisamente, pretendían ser esa raza superior. Les vencimos a pesar de su pretendida superioridad.

Seguí transmitiendo así durante más de una hora, haciendo, a grandes rasgos, un resumen de nuestra civilización, de nuestra organización social y de nuestras ciencias y artes. Desde luego, ellos nos aventajan de largo en avances científicos, ya que, en algunos puntos incluso superan a los Hiss. Pero en cambio, parecieron impresionados por nuestra utilización de la energía nuclear, conquista relativamente reciente para ellos.

Después de formularme una serie de preguntas sabiamente calculadas llegaron a la conclusión de que, a pesar de mi aspecto físico, yo no podía ser un Telm. A partir de aquel momento su actitud cambió diametralmente. Se convirtieron en unos seres tan afables como antes arrogantes. Ulna irradiaba satisfacción: había sido la única que me había defendido. Asserok convino, con Helon, el anciano Sinzú, padre de Ulna y Jefe de la expedición, una entrevista con los Diecinueve para aquella misma noche.

Al marcharnos, Ulna y su hermano Akeion nos acompañaron. Encontró a Souilik y Essine que esperaban. Asserok continuó para reunirse con Azz-lem y quedamos los cinco, dos Hiss, dos Sinzúes y un «Tserreno».

Estábamos contentos, la amenaza de guerra había desaparecido. Souilik me confió aparte que cien ksills estaban preparados para atacar la astronave en el caso de que las cosas hubieran ido mal. Nos dirigimos a la escalera que bajaba hacia el mar y nos sentamos en uno de sus peldaños. Nos interrogamos mutuamente sobre nuestros respectivos planetas y tuve que prometer que visitaría a Arbor antes de regresar a Tierra.

Ulna y Akeion me pidieron detalles sobre el Mislik, ya que habían decidido enfrentarse a él para saber si los Sinzúes compartían mi inmunidad. Quedamos en que yo les acompañaría a la cripta.

Aquella noche, tal como se había convenido, tuvo lugar la segunda entrevista entre los Sinzúes y los Diecinueve. La alianza quedó definitivamente sellada, con independencia del resultado de la prueba que debía realizarse a los dos días en la Isla Sans-sine. La misión de enlace entre los Sabios y los Sinzúes fue encomendada a Assza y a Souilik, quien, con motivo de sus últimas exploraciones, acababa de ser admitido como neófito. Por especial ruego de ellos se les nombraron dos adjuntos: Essine y yo. Por el lado Sinzú, Helon nombró a sus hijos Akeion y Ulna y a Etohan, joven y prometedor físico.

Como comprenderás, mi papel dentro de la delegación hiss, era meramente consultivo, ya que ni siquiera podía pretender representar a la Tierra, puesto que casi había sido raptado de ella. No obstante, me encantó este nombramiento que me unía más a Souilik y a Essine, por quienes sentía gran amistad, a Assza, persona muy agradable, y a los Sinzúes por los que, de momento, sentía gran curiosidad.

Me referiría muy brevemente a mi cuarta incursión a la cripta si no fuera que casi me costó la vida. Además fue el principio de mi total aceptación como ser superior, por parte de los Sinzúes, ya que, exceptuando a Ulna y a su hermano Akeion, los demás seguían considerándome con cierta antipatía.

Nos dirigimos a la Isla Sanssine a bordo de la astronave cuya enorme mole maniobraba casi con la misma suavidad que un ksill. Un ksill gigante, al mando de Souilik, transportó al Consejo de los Diecinueve.

Como sea que en la superficie de la isla no había un lugar adecuado para que pudieran aterrizar semejantes artefactos, nos posamos sobre el mar y fuimos transbordados por medio de unos botes. Esta fue la primera — y la última — vez que utilicé este medio de transporte en Ela.