— Ahora ya podemos regresar.
Cuando subimos la pasarela, los dos guardas Sinzúes presentaron armas. Eso me sorprendió, pues hasta aquel momento, tales honores se rendían únicamente a sus jefes o a los miembros del Consejo de los Diecinueve. Ulna y Souilik se esfumaron dejándome solo. Akeion apareció vestido con una espléndida túnica púrpura, sus hombros cubiertos con una larga capa del mismo color y su frente ceñida con una cinta de platino.
— Ven — me dijo en hiss —. Hemos preparado una ceremonia en tu honor y debes revestir la indumentaria adecuada al acontecimiento.
Me condujo a un camarote y me ayudó a enfundarme el vestido sinzú, que para mí consistió en una larga túnica blanca que puso de relieve la morenez de mi piel, una capa también blanca y una cinta de oro.
Le seguí hasta el extremo anterior de la nave, a la estancia contigua a la cabina de mando. En uno de los extremos de la estrecha y larga sala se había levantado un estrado, en el que se hallaban sentados Helon y Ulna. Helon llevaba una túnica amarilla y Ulna iba vestida de verde pálido. El estado mayor de la astronave vestía de negro y la dotación, que se hallaba ordenada a lo largo de las paredes, lucía su uniforme gris de gala. Entre tantas capas y túnicas de largos pliegues las mallas de Assza y Souilik, sentados a derecha e izquierda del estrado, resultaban casi indecentes.
En medio de un silencio total, Akeion me colocó en el espacio vacío que quedaba ante el estrado, situándose él unos metros detrás de mí.
Helon se levantó con lentitud y habló:
— ¿Quién es el que se presenta ante el Ur-Shé-inon?
Akeion respondió por mí.
— Un libre y noble Sinzú.
— ¿Cuál es la proeza que le da derecho a usar la túnica blanca?
— El haber salvado al hijo y a la hija del Ur-Shémon.
— ¿Qué desea el libre y noble Sinzú.
— Recibir el Ahén-reton.
— ¿Qué opinan el hijo y la hija del Ur-Shémon?
— Aceptan —, dijeron al alimón Ulna y Akeion.
— ¿Qué opinan los nobles y libres compañeros del Ur-Shémon?
— Aceptan —, dijeron, en coro, las voces del estado y dotación.
— Nosotros, Helon, Ur-Shémon, comandante del Astronave Tsalan, haciendo escala en el planeta Ela, en nombre de los shémons de Arbor, de los shé-mons de Tirón, de Sior, de Sertriu, de Arbor-Tian, de Sinaph, en nombre de los Siiizúes que habitan los Seis Planetas, en nombre de todos los Sinzúes muertos y de los que van a nacer, declaramos que, en méritos de su leal y valerosa conducta, se concede al Sinzú del planeta Tierra la cualidad de Sinzu-Then y el Ahén-reton de Séptima clase.
Un murmullo de sorpresa se elevó de los allí reunidos. Ulna sonreía.
— Acércate al estrado — me dijo Akeion.
Mi aspecto debía ser bastante cómico, con mi túnica blanca, mi cinta de oro y las frágiles antenas del amplificador oscilando sobre mi cabeza. Di tres pasos sin comprender aún lo que estaba sucediendo. En aquel momento, todos corearon el bello y extraño cántico que oí por primera vez la mañana de mi encuentro con Ulna, el himno de los Conquistadores del Espacio. Turbado por la emoción, noté que mi capa blanca era sustituida por otra. Las voces enmudecieron.
— A partir de este momento, hombre de la Tierra — dijo Helon —, eres un Sinzú, como cualquiera de nosotros. Toma las llaves del Tsalan y el arma que tienes derecho a llevar, siempre que nuestros huéspedes los Hiss, te lo permitan — añadió dirigiendo una mirada sonriente a Assza. Y me tendió unas simbólicas llaves de níquel — simbólicas ya que hace tiempo que los Sinzúes, al igual que los Hiss, desecharon estos primitivos medios de cerradura — y un corto tubo de brillante metal.
— La ceremonia ha terminado — añadió —, y espero que Song Clair nos honrará compartiendo nuestra comida.
— Song es tu titulo —, me explicó Akeion —. Es el rango más elevado después de Shémon, Ur-Shémon y Vithian. Ello te da derecho a desposarte con quien te plazca, incluso con la hija de un Ur-Shémon — dijo, mientras miraba maliciosamente a Ulna, quien al oír eso enrojeció.
CAPÍTULO SEGUNDO — KALVENAULT SE APAGA
Poco tiempo después de haber sido adoptado por los Sinzúes, hice con ellos el viaje a Ressan, sede del Gran Consejo de la Liga de Tierras humanas. Este Consejo estaba integrado por un solo representante de cada planeta, pero en Ressan habitaban colonias más o menos numerosas de cada una de las humanidades de la Liga. La inmensa mayoría de los habitantes de Ressan — 170 millones — era, sin embargo, de sangre Hiss.
Cinco mil ksills cuidaban del permanente enlace entre las colonias y sus respectivas metrópolis. Pero en cambio, los Hiss no mantenían más que contactos muy esporádicos con los planetas, donde imperaba aún la guerra y, a causa de la ley de Exclusión, éstos no estaban representados en la liga.
En Ressan vi los más portentosos laboratorios, pues del contacto entre tan diversas mentes, habían surgido grandes y múltiples progresos científicos y artísticos. Se puede decir que casi todos los Sabios de Ela habían efectuado un viaje de estudios a las Universidades de Ressan.
Cada cinco meses elienses tenía lugar la reunión del Consejo de la Liga. El delegado de Ela, que era al mismo tiempo el presidente constitucional del Consejo, era Azzlen. Esta vez la reunión coincidía con la llegada de dos nuevas humanidades, humanidades que merecían una reunión particularmente solemne ya que no sólo eran las primeras conocidas con sangre roja, sino que se habían mostrado insensibles al rayo Mislik. En realidad, yo, por mi carácter de representante oficioso de una Humanidad dominada aún por la guerra, no podía pretender a un escaño propio en la liga.
Salimos de madrugada. Hacía tres días que en aquella parte de Ela había empezado la estación de las lluvias y a la hora fijada para la marcha, caía del cielo plomizo un auténtico aguacero.
Yo debía ir con los Sinzúes, lo cual no me desagradaba, pues ya había viajado en los ksills His. y deseaba conocer el funcionamiento de la nave sinzu y además me resultaba particularmente placentera la idea de efectuar la travesía en compañía de Ulna.
Habrás podido darte cuenta, sin duda, de que desde el primer momento había sentido por ella una profunda simpatía. Ciertos indicios — concretamente varias bromas de su hermano — me hacían creer que era correspondido. Por otra parte, a pesar de la amistad que me unía con Souilik, Essine y algunos otros Hiss, a pesar de su innegable inteligencia y amabilidad me sentía un poco desplazado entre esos seres de piel verde. En cambio, entre los Sinzúes, me sentía casi en presencia de compatriotas.
El astronave despegó y en pocos segundos atravesó el techo formado por las nubes, ascendiendo en línea recta cielo arriba. Yo me hallaba en la cabina de mando con Ulna, Akeion y el Ren — léase teniente — Arn, primo de Ulm, que manejaba los mandos. Hay que reconocer que la técnica de los Sinzúes es inferior a la de los Hiss en un punto: si bien es cierto que el efecto de la aceleración sobre nuestro cuerpo queda muy reducido, este no llega a anularse totalmente como en un ksill. Ello proporciona una sensación de potencia que no tienen los ksills, cuyo despegue es de una absoluta suavidad.
El viaje no tuvo historia. Dejamos Marte, lejos, a un lado, y nos dirigimos directamente hacia Res-san. Este planeta es más pequeño que Ela y también más frío, ya que está más alejado de lalthar. Pronto lo vimos aparecer a nuestra vista, semejante a una bola verde que aumentaba de tamaño a simple vista.