Aterrizamos en el hemisferio Norte, muy cerca del Palacio de los Mundos. Este está situado sobre una elevada meseta, rodeado de cumbres nevadas, toscas y salvajes. Más abajo las pendientes se coloreaban de verde obscuro, ya que la vegetación de Ressan es completamente verde, un verde intenso distinto del de nuestras praderas terrestres. Sin embargo, los alrededores del palacio estaban sembrados de hierba hiss, de fuerte color amarillo y desde lo alto ofrecía un curioso espectáculo, esta mancha amarilla parecida a un campo de rosas de té en el centro de una verde pradera.
Como sea que el número de Sinzúes presentes — doscientos siete, en total — no justificaba la creación de una colonia, fuimos alojados en la Casa de los Extranjeros, situada en las proximidades del Palacio. Por otra parte, como sea que la reunión estaba convocada para una semana más tarde — semana eliense de ocho días, naturalmente —, resultó que pudimos vagar libremente por aquellos lugares durante todo aquel tiempo.
Estos ocho días constituyeron las vacaciones más agradables de que he disfrutado en mi vida. Souilik y Essine se unieron a nosotros y, en compañía de Ulna y Akeion, hicimos unas deliciosas excursiones por aquellos parajes de extraña belleza. Debíamos tener buen cuidado de regresar siempre antes de llegar la noche pues, si bien en Ressan los días son agradables y templados, las noches eran heladas y no era raro ver como el termómetro bajaba más allá de los 10 grados bajo cero. Después del clima excesivamente templado de Ela, ese frío vivificante resultaba en extremo agradable. Los Sinzúes lo soportaban muy bien, pero los Hiss, más frioleros que nuestros gatos, vestían sus escafandras cada vez que tenían que salir después de la caída de la noche.
Había descubierto a poca distancia de nuestro alojamiento una suave pendiente cubierta de nieve y, con ayuda de los mecánicos del astronave, fabriqué un buen par de esquíes. No puedes imaginar la sorpresa que se llevaron los Sinzúes y los Hiss cuando por primera vez me vieron deslizarme bajando la cuesta, envuelto en una nube de nieve. Los Sinzúes pronto me imitaron y, sin proponérmelo, me vi convertido en profesor de esquí en un mundo extraño. Me costó bastante convencer a Souilik y a Essine y apenas empezaban a deslizarse unos metros sin caerse, cuando se celebró la reunión del Consejo.
Azzlem llegó la víspera con el personal hiss subalterno que cuidaba del buen funcionamiento de la calefacción y el alumbrado. A la mañana siguiente desde el alba, fueron llegando centenares de ksills, reobs y otras naves espaciales, y hacia las diez de la mañana, la pradera estaba materialmente cubierta de «platillos» y mil variedades distintas de pájaros metálicos. Las puertas del palacio se abrieron y el largo cortejo de los delegados fue entrando.
Encaramados sobre el ksill de Souilik, contemplamos el desfile. Al frente marchaba Azzlem seguido de Helon. Después desfilaron ante nuestros ojos los tipos más diversos, representantes de todas las humanidades que ya vi representadas en la Gran Escalinata de Ela, pero esta vez en carne y hueso. ¡Dios mio, qué espectáculo! Mis atónitos ojos vieron seres de piel verde, azul, amarilla, seres enormes, otros diminutos, unos espléndidos y arrogantes, otros feos a no poderlo ser más y otros aún, francamente repulsivos, como el gigante Kaien con ojos de langosta procedente de una Galaxia tan alejada como la nuestra, pero en sentido opuesto. Algunos, se parecían extraordinariamente a los Hiss y Souilik me señalaba a los Krens del planeta Mará, país del «Aben-Torne», aquella bebida infecta que los visitantes deben gustar so pena de caer en desgracia ante sus huéspedes. Al final de la procesión estaban unos seres que sólo debían tener de humano su inteligencia, ya que su aspecto exterior era el de unos insectos acorazados. La sensación dominante era la de una impresionante e infinita diversidad.
— Sí — dijo Souilik con melancolía —. Nadie conocerá jamás la totalidad de planetas humanos.
Finalmente también nosotros entramos en el Palacio. Si el exterior de éste ofrecía el aspecto de un gigantesco monolito, obra de Titanes, su interior en cambio estaba delicada y ricamente decorado con esculturas y pinturas debidas a todas las humanidades representadas. En una galería periférica, figuraban expuestas vistas panorámicas de las principales capitales de los mundos humanos. Después atravesamos un jardín de invierno donde se cultivaban las más extrañas variedades de plantas; Souilik me mostró la planta Stenet, del planeta Ssin del primer universo, encerrada en un hermético globo de materia transparente ya que sus vistosas flores que parecen de oro, exhalan un gas venenoso que resulta mortal en dosis infinitesimales.
Nos instalamos en un pequeño palco que dominaba la Sala del Consejo: a mi derecha estaba Ulna, y a mi izquierda una delicada criatura femenina, desde luego, de piel azul, pelo negro y enormes ojos morados, perteneciente a la raza Hr'ben del planeta Taren de la estrella Vessar, del undécimo Universo.
En el anfiteatro, los delegados iban ocupando sus puestos. Cada uno tenía una especie de pupitre sobre el que se veían unos extraños y complicados aparatos.
Con la aparatosidad propia del elevado sentido de la escenografía que poseen los Hiss, las luces se apagaron, un foco lanzó un rayo de luz sobre el estrado y de algún lugar de éste surgió como una plataforma en la que estaban sentados Azzlem y otros cuatro representantes, Helon entre ellos. No les acogió aclamación alguna. Azzlem se levantó y empezó a hablar. Hablaba en hiss, pero debido a los potentes transmisores de pensamiento, cada cual le oía en su propio idioma. Hizo un repaso de los acuerdos tomados en la última reunión, después se refirió a mi llegada, la de los Sinzúes y nuestra milagrosa resistencia a la radiación del Mislik. Así, pues, de ahora en adelante, gracias a nuestra aportación, la lucha cambiaría radicalmente su sentido: de meramente defensiva, pasaría a ser ofensiva, y el primer acto sería una misión de reconocimiento que se realizaría en el mismísimo corazón del Imperio enemigo, las galaxias malditas. Ciertamente pasarán probablemente siglos antes de que el enemigo se dé por vencido, pero lo importante era que la retirada había terminado; ahora empezaría el ataque.
Armas no fallaban, ya que cualquier cosa capaz de producir calor era un arma mortal para los Misliks. Pero hasta aquel momento no se habían podido utilizar más que sacrificando muchísimas vidas.
Habló largo tiempo. Expuso a la asamblea nuestra extraña constitución. Manifestó que atribuía nuestra inmunidad al hecho de que nuestro cuerpo, igual que el de los Mislik, contenía gran cantidad de hierro, pero que este punto en común con los Seres de las Tinieblas no nos hacía menos dignos de la condición de «hombres». Los Sinzúes tenían derecho a figurar en la «liga» por haber repudiado las guerras desde hacía tiempo, pero, los «Tsrrenos», en cambio, sólo podían aspirar, de momento, a la condición de «aliados». Sin embargo su civilización era joven y todo le hacia creer que en un futuro próximo podrían ser admitidos en la asamblea con plenitud de derechos.
— El rollo de presentación — me susurró irrespetuosamente Souilik —. Eso no tiene importancia. La labor interesante será la que se desarrollará en los grupos. Según la Lev de Exclusión tú no puedes ser admitido en la liga, pero yo se que te han incluido en un grupo hiss.
— ¿Por qué hiss, precisamente? — pregunté.
— Hombre, recuerda que nosotros fuimos tus descubridores, aunque luego te hayas convertido en un Sinzu adoptivo.
Terminado su discurso, Azzlem se sentó. Entonces se produjo un corto silencio e inmediatamente llenó el aire un cántico hiss que no había oído hasta aquel momento. No puedo decir que aquel canto me emocionara — ya te he dicho que su música es demasiado complicada para nuestros oídos —, pero comprendí que tenía un significado especial y, en efecto, miré a Souilik y Essine y la expresión de sus caras me impresionó. Reflejaban un éxtasis, una comunión mística con todos aquellos seres de sangre verde y azul. Todas las caras mostraban la misma expresión, dulce y nostálgica a la vez. En aquel momento cruzó mi mente una imagen clara y precisa: en alguna ocasión, en la Tierra, había visto en un noticiario, las multitudes enfervorizadas en Lourdes. Esta era la impresión que daban las caras de esta asamblea de las humanidades celestes.